El olor a pegante es lo primero que noto. Siempre el olor es lo primero. Una mesa de trabajo domina la estancia, atestada con tarros de puntillas, agujas, y tachuelas, junto con láminas de cuero e hilos encerados. En una de las paredes, un estante exhibe una hilera de zapatos viejos esperando la oportunidad de cobrar una vida nueva. Es el taller de Marcos, un zapatero de barrio a quien le llevé un zapato agujereado para que lo arreglara. Lo interrumpo mientras él está concentrado martillando una suela con unos clavos diminutos. Alza la mirada y a manera de saludo me dice: "Estas botas han andado mucho".
Ya no se ven zapateros como antes. Hubo un tiempo en el que cada barrio tenía su caseta, un rincón donde uno de estos artesanos del cuero trabajaba con paciencia para renovar zapatos, carteras y cinturones. Sin embargo, han ido desapareciendo, víctimas de la cultura consumista en la que vivimos. La gente prefiere comprar un par nuevo de zapatos antes de considerar arreglarlos. Es más fácil, más rápido, y aparentemente más práctico.
No dejemos de valorar esas manos expertas que, con cada puntada, no solo reparan objetos, sino que preservan una manera de entender el mundo basada en la conservación.
Además, cada vez se fabrican menos zapatos en cuero, la tendencia desde la pandemia es el uso de tenis y zapatos deportivos. Pero también está el desprecio por lo viejo, lo gastado. Y al optar por desechar, olvidamos las manos hábiles de quienes transforman lo usado en algo renovado, y con ello perdemos la conexión con un oficio tradicional, que es arte.
Hay otros oficios que también parecen nadar en contra de la corriente de la cultura de consumo, como los tapiceros, los emboladores o las costureras. Ya no son tan visibles ni gozan del reconocimiento de otras épocas. Lo que antes era parte del día a día ahora es casi que una rareza, buscada solo por quienes valoran el trabajo a mano y tienen una amplia conciencia ambiental que los lleva a alargar la vida útil de las cosas. La producción a grande escala y el bajo costo de prendas, zapatos y muebles han desplazado la necesidad de reparar, relegando estos oficios al margen de una sociedad que privilegia lo desechable.
No dejemos de valorar esas manos expertas que, con cada puntada, no solo reparan objetos, sino que preservan una manera de entender el mundo basada en la conservación de los recursos y la dignificación del trabajo manual. Son maestros que, con su oficio, representan una forma de resistencia frente a la cultura del "usar y botar".