Muchas cosas han pasado desde el primer encuentro entre los candidatos Gustavo Petro y Francia Márquez hasta los desencuentros del hoy Presidente con su segunda a bordo.
Márquez, una mujer negra de origen popular que nació en el municipio de Suárez, en el Cauca, y dedicó su vida a defender los derechos humanos, participó en la consulta del Pacto Histórico, ocupando de lejos el segundo lugar, lo que le significó ser la fórmula vicepresidencial del candidato ganador. Indudablemente, se trataba de una figura política fresca, formada a pulso en un país en donde muchos puestos en el Gobierno se heredan, comprometida con su región y con su gente. Los votos de Francia fueron definitivos para el triunfo de Petro sobre su contendor Rodolfo Hernández.
Ciertas actitudes suyas, un poco ingenuas a veces, como mostrarse demasiado poderosa y hasta sin controles, comenzaron a hacerle daño a su imagen pública, aunque su nombre no ha estado asociado a tantos casos de corrupción denunciados en estos dos años y medio, no todos con las consecuencias judiciales esperadas. Al contrario, tuvo la valentía de decir, en el ya famoso consejo de ministros televisado, que eran muchos los casos de corrupción que rondaban al Gobierno.
Advirtió que probablemente eso le traería consecuencias, como ocurrió con su 'defenestrada' del cargo de ministra de la Igualdad. Le aceptaron una renuncia que había presentado un año antes. Irónicamente, fue su desempeño en ese ministerio el que más problemas le originó, no solamente por la burocracia y los cinco viceministerios, sino por la deficiente ejecución presupuestal.
Como se decía en el siglo XIX, lo único que tiene que hacer el vicepresidente es llamar todos los días a Palacio a preguntar por la salud del presidente.
El día de su salida, no buscada, hizo unas graves denuncias que debe precisar. Dijo que estaba siendo amenazada de muerte por sus revelaciones de corrupción. ¿Acaso serán del Gobierno que ella ayudó a elegir quienes estarían involucrados? Por su investidura de Vicepresidenta, que no depende del Presidente, tiene la obligación de contarle al país los detalles y hacia dónde dirige sus sospechas.
Todas estas 'peripecias' surgen de la forma como la Constitución del 91 revivió la figura de la vicepresidencia. Es una institución que ha aparecido y desaparecido en nuestra historia constitucional. Sus altibajos están contados con rigor en el libro de Óscar Alarcón Los segundos de a bordo. En el siglo XIX algunos vicepresidentes conspiraban contra los presidentes. El más claro fue el golpe de Estado del 31 de julio de 1900 del vicepresidente Marroquín, con la ayuda de un sector del ejército, contra el titular Manuel Antonio Sanclemente. El dictador Reyes, quien convocó una asamblea constituyente de bolsillo para prorrogarse el periodo, suprimió la vicepresidencia. Alarcón cuenta cómo, para deshacerse del vicepresidente González Valencia, le pidió ayuda al nuncio apostólico para que lo convenciera de renunciar a cambio de levantarle –cosa que hizo– los votos de castidad que había jurado en una de las batallas de la guerra de los Mil Días.
En 1910 se reemplazó la vicepresidencia por la figura del "designado", nombrado por el Congreso para periodos de dos años y que reemplazaba al titular en sus faltas absolutas o temporales. El designado no tenía parafernalia ni ocupaba cargo alguno. Solo eran llamados –algunas veces por días– a reemplazar al jefe del Estado. Vivían en su casa y no tenían jefe de gabinete. Algunos fueron presidentes por largos periodos en su condición de designados, como Darío Echandía, Alberto Lleras o Urdaneta Arbeláez. La figura rigió sin problemas hasta el 91.
La vicepresidencia no es un cargo sino una expectativa. Como la Constitución estableció que el presidente "podría" nombrar en cargos al vicepresidente, en la práctica lo volvieron costumbre. Como se decía en el siglo XIX, lo único que tiene que hacer el vicepresidente es llamar todos los días a Palacio a preguntar por la salud del presidente.
Desde el 91 se han presentado problemas, unos menos complicados que otros, entre los presidentes y sus vicepresidentes. Las dificultades de Francia Márquez no han sido como vicepresidenta, sino como ministra. ¿Valdría la pena volver a pensar en la figura del designado, que cumple la misma función de un vicepresidente?