Me he pasado la vida en el trajín de la poesía, de la que he barajado todas sus etapas. Desde no tener dónde dormir y pasarme las noches por las calles deambulando arropado por el frío bogotano, hasta pernoctar a lo Rilke en palacios y en habitaciones de hoteles como aquel en Florencia donde dormitaron Borges y la Kodama. Cuando se lo comuniqué, muy orondo, a Eduardo Escobar, lo único que comentó fue: “¡Qué asco!”.
Desde no tener qué comer más que maní en cucuruchos, hasta atragantarme de carnes suculentas en hoteles como el Hilton Garden Inn de Nueva Delhi, donde me hospedó el cónsul Santiago Gamboa, profanación que Indra me castigó con un tremendo ataque de gota en el Jumbo jet de regreso. Desde beber chirrinchis en tugurios conspirativos hasta tener en las manos un frasco de Sello Azul que me regaló en la escala de París William Ospina, que me fue imposible escanciar en el Jumbo jet y se la heredé a Ramón Cote. Desde no tener una mujer a la mano para tañer los cielos de la caricia, hasta disponer de encarnaciones de diosas identificables por el perfume.
Y todo ello por la poesía que todo lo puede. Por mi primer poema el colegio de Santa Librada que me había negado el diploma por irme de nadaísta me lo concedió honoris causa y me ha hecho el alumno más celebrado, tanto que le ofrecí la herencia de mi biblioteca, pidiéndole que reserve un espacio entre dos tomos para mi osario. De allí salí y allí vuelvo, bien librado.
Se dice que la poesía no factura, por más que poetas como Neruda y Álvaro Mutis hayan vivido de lo lindo, el uno engullendo en Hungría y el otro bebiendo en París. Quien tiene el don de la poesía entre las venas sabrá buscar cómo la aplica para hacer viable el camino. A mí me sopló un pajarito que me apuntara a otras dos actividades que se realizan con la imaginación y la tecla y que comienzan con la misma P: la publicidad y el periodismo, y a ellas me apliqué con rigor. La una terminó por becarme desde el 1.º de enero de 2001 y la otra me ha permitido seguir en o con pacientes e impacientes lectores de mi país y de mi ciudad.
Medellín está celebrando, por gestión de Comfama y de Otraparte, tras la invención de Michael Smith, la X Internacional Nadaísta, con participación de honor de Pablus Gallinazo.
Claudia me colmó con la descendencia más bella, Salvador y Salomé, y esta con Emilia que a sus dos años corretea conmigo y los perros Dina y Monje por entre los dientes de león de los prados de La Montaña Mágica, en Villa de Leyva. Mis paredes están colmadas de cuadros y libros que alebrestan mis ojos cuando los abro, sigo oyendo la música de los años 60 y trabajando en Los días contados, lo que resta de mi obra completa. Ya los poemas de Mi reino por este mundo andan de conquista por el mismo reino, de la mano de Univalle y del FCE. “Para quejarme tendría que estar muerto”, como decía Gonzalo Arango, y como lo estuve por una horas.
Ahora Medellín está celebrando, por gestión de Comfama y de Otraparte, tras la invención de Michael Smith, la X Internacional Nadaísta, con participación de honor de Pablus Gallinazo, su mujer y su guitarra, sus canciones, sus poemas, y su película. Allí se descubre que Pablus, además de cantante y de galán de cine, es un escritor espectacular, con novelas como La bella Marangola y poemas como El libro de los amados, que envidiaría Salomón. Mañana jueves hablaré de mi vida, muerte y resurrección, y el viernes del libro de correspondencia con Jaime Jaramillo Escobar, X se escribe con J.
Y en la misma ciudad, el infatigable Andrés Uribe Botero, asesorado por Sarah Beatriz Posada, celebrará del 24 al 26 de febrero el X Encuentro Internacional Nadaísta desde Santa Elena, que tendrá como motivo central un homenaje a la directora y actriz de teatro, poeta nadaísta, activista cultural y política Patricia Ariza, hoy ministra de la Cultura, las Artes y los Saberes. Y de paso habrá una celebración de la vuelta a la vida, por lo menos en las noticias, de este encantador de demonios paradisiales.
Germán Espinosa vaticinó en los años 60: “Tendremos nadaísmo para rato”. Y no se equivocó. Pasados 65 años el nadaísmo sigue tan campante como Johnny Walker, Sello Azul.
JOTAMARIO ARBELÁEZ