Una foto. En ella, una mujer atada de manos y pies y la boca cubierta con un pañuelo. Un hombre es quien la amarra. La imagen está acompañada de una invitación: “¡Átame!, un taller para hacer el amor de otras maneras”. El lugar: el Teatro Jorge Eliécer Gaitán.
A la invitación, una reacción en redes sociales. Una lideresa, sobreviviente de violencia sexual, prostitución forzada y trata de personas hace un comentario rechanzado que se haga un evento de este tipo auspiciado por la Alcadía de Bogotá, y lo siguiente, una cadena de mensajes que llevan a la necesaria reflexión de los límites, los derechos y las diferentes formas de vivir la vida y la sexualidad.
Esa delgada línea de lo bueno y lo malo que genera el sexo, los derechos sexuales y cómo se disfruta el placer sexual sin agredir, transgredir o violentar.
Cuando se habla de las libertades de los demás, se parte de la propia libertad e, inevitablemente, termina siendo una apreciación subjetiva porque los seres humanos no se rigen por los mismos gustos o creencias, pero sí por los mismos derechos.
Es todo un universo de claroscuros del que todavía cuesta hablar porque es tabú, aún avergüenza y causa sonrojamiento. Son muy pocas las personas que se atreven a hablar abiertamente de cómo disfrutan el sexo y qué les hace tener sexo pleno. Sigue siendo prohibido en una sociedad correcta.
Y es aún más difícil tocar el tema de libertades sexuales cuando hemos tenido que enfrentar, como en el caso de Colombia, un conflicto armado que se ha llevado por delante a niñas y mujeres, de forma barbárica con la violencia sexual. Por eso es necesario entender y aprender.
Escuchar y respetar no es sinónimo de que se comparta algo, pero sí de tolerar la inclusión en un mundo que ya es lo suficientemente excluyente.
Entender el sexo, como un derecho que no se debe violentar y enseñarlo con responsabilidad y sin yerro, es uno de los pasos para tener conciencia sobre el impacto de la violencia sexual.
Escuchar y saber comunicar. Cuánto falta ese concepto en un gobierno, un partido político, un grupo de defensores de derechos, un espacio laboral, una relación de pareja, o en las redes sociales.
Las reacciones de censura o rechazo, a un tema de goce sexual, están ligadas a acciones estigmatizadas o ligadas a prácticas violentas porque desafortunadamente organizaciones de trata de personas, delincuencia y criminalidad las han usado para torturar y violentar, pero tienen una raíz que, además hacen parte de la cultura de comunidades.
El bondage es un acto consensuado que incluye muchas prácticas sexuales de placer y de conocimiento del sexo y miles de personas en el mundo lo practican, aunque para algunos sea aberrantes.
La invitación de “atar para hacer el amor de otra manera” se dio hace dos semanas, en el Festival Internacional de Artes Eróticas, en el que Bogotá fue el epicentro y al que acudieron miles de personas, para hacer parte de los talleres dirigidos por expertos que decidieron especializarse en el tema, y en los procesos culturales que los acompañan.
Uno de los temas, en el marco de festival, fue el uso adecuado de cuerdas y otros elementos, en el marco de lo sano, seguro y consensuado, como parte del ritual erótico que, además, tiene un proceso artístico en torno a conceptos que remiten a la necesidad del ser humano de encontrarse con su sexualidad y alejar cada vez más las prácticas del placer, del abuso y la violencia.
Esteban Osorio y su compañera Catalina Betancur hablan abiertamente de cómo hace parte de unos derechos que se han intentado reivindicar hace muchos años y alejarlos de lo que algunos convirtieron en practicas violentas. Disfrutar el sexo es una decisión individual, personal, íntima, que merece respeto, pero también derechos colectivos sobre los que es necesario volver y pensarlos como deconstruir y desaprender y aprender a comunicar. El mundo es diverso y es necesario y fundamental acercarse a esa diversidad.
Entender el sexo, en su totalidad y complejidad, como un derecho que no se debe violentar y enseñarlo con responsabilidad y sin yerro, es uno de los pasos para tener conciencia sobre el impacto de la violencia sexual.
JINETH BEDOYA