Qué más se puede decir cuando un relato de cinco minutos desnuda la profunda miseria que los seres humanos pueden tener oculta o aflorada sin rubor.
Tania ahora tiene 29 años y han pasado 14 desde que la vendieron a un grupo extremista en la República Democrática del Congo, en África. Esos hombres, niños, en verdad, que jugaban en su misma calle al fútbol con un amasijo de pantalonetas viejas y rotas, le apuntaron sin compasión con sus fusiles, con ellos la empujaron y levantaron su vestido hasta rasgarlo, y luego la violaron una y otra vez.
No bastando con la barbarie cometida, dispararon en sus genitales. Ella está viva, destrozada, muerta, pero viva. Así como lo están miles y miles de mujeres, niñas, niños, alrededor del mundo. Viva, pero muerta, y muy valiente.
Todavía lo relata en voz muy baja y mirando al suelo porque la vergüenza le puede como si ella tuviera la culpa. No entiende qué es la palabra sobreviviente y le parece demasiado considerarse víctima, cuando a la mayoría de las jovencitas de su edad les pasó lo mismo.
Estas mujeres, estos hombres, personas no binarias y de la comunidad LGTBI no solo quieren escuchar las palabras “cómo te iro”; también necesitan acciones.
No es un relato lejano porque en Colombia también abundan, al igual que su impunidad. Tania es una de las más de 150 personas marcadas por la violación y la tortura que se dieron cita en Londres, en la segunda Conferencia Global para Prevenir la Violencia Sexual en los Conflictos Armados. A su alrededor cerca de mil gobernantes, funcionarios, ong's, colectivos de apoyo y organizaciones internacionales.
Cada relato es un puñal que abre las entrañas y deja la herida descubierta; cada justificación de los gobiernos sobre lo que hacen de cara a la diplomacia y de espalda a los y las afectadas, una bofeta, también lacerante.
Reino Unido y políticos realmente comprometidos abrieron esta puerta hace 10 años, cuando empezó el plan de acción para enfrentar uno de los peores crímenes que pueda enfrentar alguien. La primera declaración de compromiso fue firmada por 126 naciones pero, tras una década, la no repetición por el contrario se triplicó, sin contar la actual guerra en Ucrania.
Estas mujeres, estos hombres, personas no binarias y de la comunidad LGTBI no solo quieren escuchar las palabras “cómo te iro”; también necesitan acciones, reparación, reconocimiento, verdad, justicia. Mucha justicia.
Colombia ha sido uno de los países priorizados en la Conferencia. Como uno de los lugares donde más se comete la violencia sexual, pero también donde más procesos ejemplarizantes de las víctimas y sobrevivientes se han construido con el esfuerzo único de ellas.
Procesos como los de la Red de Mujeres Víctimas y Profesionales, Caribe Afirmativo, Petra, Sisma Mujer, y otras organizaciones. Ellas han contado con la voluntad actual del embajador británico en Colombia, George Hodgson, y otros apoyos internacionales que les dan soporte. Sus voces fueron en esta Conferencia las de millones y, esperan que las respuestas del gobierno colombiano y la Jurisdicción Especial para la Paz sea del mismo tamaño.
Es reconfortante ver el liderazgo y el trabajo decidido del Nobel de Paz, el doctor Denis Mukwege, la representante de violencia sexual de Naciones Unidas, Pramila Patten, o del ministro británico, lord Tariq Ahmad. Los gobernantes y funcionarios del mundo deberían impregnarse algo mínimo de esa empatía.
Tania y el resto de víctimas y sobrevivientes regresan a sus casas, atraviesan medio mundo hasta Sierra leona, Guatemala o el corazón del Cauca en Colombia. Van recargadas y con ilusión. Tal vez menos muertas. Resucitarlas, si es que eso es posible tras vivir en el infierno, solo depende de hacer transformaciones reales y hay que empezar por la de cada quien. Levantar la voz y hablar, es una de ellas. No es hora de callar.
JINETH BEDOYA LIMA