Las próximas elecciones son interpretadas como un termómetro de la gestión del presidente Petro y un acto de refrendación o de rechazo a sus reformas sociales. En cierta medida lo son. Pero hay mucho más en juego en la política nacional a partir de los resultados de las elecciones locales. De hecho, pueden tener más impactos los mandatarios que salen que los que entren a ocupar los cargos de gobierno.
Se supone que si un presidente disfruta de un amplio respaldo de opinión, está en condiciones de transmitir ese respaldo a candidatos afines a su causa. Se supone también que si son elegidos, facilitan la ejecución de las políticas de gobierno en los territorios y disponen de los recursos y la burocracia para apoyar al Gobierno en el nivel nacional. Los congresistas amigos de los gobernadores y alcaldes amigos del Gobierno Nacional van a ser más receptivos a sus propuestas. Unos buenos resultados en las próximas elecciones serían, por consiguiente, una potente inyección de capital político para avanzar en el propósito de Petro de realizar grandes reformas y transformaciones sociales.
Pero el panorama pinta bastante mal para sus candidatos. En Bogotá, Barranquilla y Medellín es casi seguro que los candidatos cercanos a Petro no tienen chance. Los ganadores serán opositores consumados. Salvo algunas gobernaciones y alcaldías de ciudades intermedias, no hay una franja sólida de candidatos cercanos al Pacto Histórico con opciones de triunfo. Y, en muchos casos, se trata de políticos tradicionales que de manera oportunista se han aliado al Gobierno para favorecer sus campañas. No constituyen una fuerza comprometida, ni con capacidad de movilización, a favor del proyecto transformador de Petro.
Ahora bien, que los resultados en las elecciones no sean buenos no quiere decir que sea una debacle. Petro continuará siendo presidente y tendrá todos los medios y recursos que ofrece ser la cabeza de la Rama Ejecutiva del Estado para gobernar. Es ingenua la afirmación de algunos analistas que consideran que una derrota el 29 de octubre es el final de las iniciativas de cambio social de Petro y que, en adelante, solo le quedará terminar su período. El llamado a la movilización social para aprobar las reformas se mantendrá, al igual que el intercambio de burocracia y participación en el presupuesto con congresistas que se pasan por encima la orden de los jefes de los partidos de votar en contra de ellas.
Que los resultados en las elecciones no sean buenos no quiere decir que sea una debacle. Petro continuará siendo presidente y tendrá todos los medios y recursos para gobernar.
Incluso, la dinámica política de los próximos años puede verse más movida por un par de alcaldes que salen de su cargo que por los alcaldes entrantes. Claudia López y Daniel Quintero pueden no tener índices de favorabilidad positivos en este momento. Pero es claro que ambos tienen aspiraciones presidenciales y tienen cómo sacudir la arena política.
López se encuentra a sus anchas cuando se trata de criticar las falencias de un gobernante. Por fuera de la alcaldía tiene la oportunidad de liderar la oposición a los desaciertos de gestión del actual gobierno, más si se agudiza la crisis en el sector de la salud y el fantasma del apagón. Lo haría con la ventaja de pertenecer a la misma izquierda, reivindicando a quienes en sus inicios hicieron parte de la coalición de gobierno y ofrecieron alternativas de gestión más efectivas pero fueron dejados al margen por el dogma de los radicales.
A Quintero, pese a toda la sombra de escándalos que pesan en su contra, hay que reconocerle sus habilidades políticas. En un momento de crisis puede ser la figura dentro del gobierno de Petro que haga frente a la situación y se posicione como un potencial candidato del petrismo. No hay que olvidar el caso de Serpa, quien se hizo presidenciable gracias a su defensa de Samper en el proceso 8.000.
Los ayuda, además, el vacío de liderazgo desde la derecha y la centroderecha.
GUSTAVO DUNCAN