Coetzee dijo que ‘Memorias de mis putas tristes’ era una novela menor en la obra de García Márquez, mas exaltó su valentía de explorar un asunto tabú: la pederastia.
‘Memorias’ trata el amor de un nonagenario por una virgen. ‘En agosto nos vemos’ ocurre algo similar y más: es un texto menor, inconcluso y su autor no tuvo dominio sobre su edición y publicación; su argumento es la historia de una mujer de 46 años que se rebela y vive sus propios deseos, rompe las cadenas sociales en una sociedad patriarcal, se acuesta con otros hombres, azarosa y estratégicamente, sin dejar de amar a su marido. La infidelidad aquí no es lo primordial, es asumir el cuerpo como una decisión de libertad. En su última novela publicada y en la póstuma existe una conexión de ruptura en el autor de Aracataca: erosiona la moral convencional.
Su género es indeciso, aunque su origen era una ambiciosa novela; según el cerco íntimo del escritor, tiene los visos de un largo cuento fragmentado. Narrado en tercera persona, funge hábilmente de monólogo indirecto, pues la protagonista es Ana Magdalena Bach, los otros personajes, varones todos, son huellas dactilares, sombras chinescas; en las acciones y móviles psicológicos de ella arde el misterio; más que respuestas hallamos muchas sugerencias para el lector.
En pocas palabras, García Márquez resume al personaje: se casó inmaculada, “un matrimonio bien avenido”, que truncó su carrera de Artes y Letras. Su esposo, un director de orquesta; su hija, novia de un jazzista que luego se convirtió en monja y un hijo músico. La imagen de la metamorfosis es precisa: la mujer se enfrenta al espejo y ve su rostro de “madre otoñal” y “en la piel sin cosméticos tenía el color y la textura de la melaza, y los ojos de topacio eran hermosos”. La belleza no tiene edad y comienza una aventura al margen de su cómoda vida burguesa.
Esa es la lección que oculta este libro, escrito antes de la tormenta neuronal que ensombreció su fin. En el manejo del espacio, García Márquez exhibe su maestría. Una isla, una tumba adornada por gladiolos y una hija que se reencuentra con la madre. Como escritor, leí por curiosidad ‘En agosto nos vemos’, sé que no posee la grandiosidad de ‘Cien años de soledad’, ‘El otoño del patriarca’ o ‘El coronel no tiene quien le escriba’, pero conserva algo de su magia intrínseca a pesar de tantas versiones y especulaciones; en sus honduras que jamás conoceremos leemos una novela femenina.
ALFONSO CARVAJAL