Empresas en la COP16

El Acuerdo de Kunming-Montreal de 2022 representa un paso crucial en la lucha global por la protección de la biodiversidad. Este documento establece metas ambiciosas como la restauración del 30 % de los ecosistemas degradados para 2030, y busca frenar la extinción de especies.

Aunque los Gobiernos juegan un rol central en la formulación de políticas públicas, el cumplimiento de estas metas no será posible sin la participación de las empresas. El esfuerzo del sector privado por minimizar su impacto, y por colaborar en la restauración y protección de la vida en tierras, aguas continentales y marinas es necesario, y así se está evidenciando en la COP16 donde participan más empresas que Gobiernos internacionales.

Hay varios casos de éxito que se están presentando en Cali donde las organizaciones han adoptado estrategias de sostenibilidad a largo plazo, con objetivos realistas y principios colaborativos, poniendo en el centro a las personas y al medioambiente.

La clave de muchas de estas iniciativas de conservación radica en las comunidades locales. No basta con implementar proyectos de manera vertical, la población debe estar involucrada desde el comienzo, durante el desarrollo y hasta el final de cualquier intervención ambiental. Son ellas las protectoras naturales de los ecosistemas que habitan, y también quienes se benefician directamente de su preservación.

Esta premisa se ha convertido en un pilar de muchas empresas que, hace varios años, se embarcaron en la protección de la biodiversidad y la restauración de ecosistemas degradados (la Andi presenta historias de compañías como Ecopetrol, Chevron, Grupo de Energía de Bogotá, Bavaria, Geopark, Nutresa, entre otros). Aunque estas cuentan con una vasta experiencia en cada una de sus industrias, todas seguramente arrancaron siendo novatas en la conservación, y decidieron aprender de la población y de expertos en el tema.

No puede haber restauraciones efectivas en el medioambiente sin tener en cuenta a los habitantes del territorio; no deberían priorizarse soluciones basadas en la naturaleza si las acciones no están basadas en las necesidades de las comunidades. Por eso son tan valiosas las experiencias de las muchas empresas que han logrado esas relaciones efectivas entre las personas y el cuidado de los entornos.

En medio de la ejecución de todos estos planes corporativos, se ha descubierto algo revelador en muchos proyectos: la población no solo ya estaba interesada en ser parte de estas acciones, sino que muchos ya poseían un profundo conocimiento sobre los ecosistemas. Sin embargo, su participación en iniciativas de conservación era limitada debido al alto componente técnico y científico que estas suelen exigir. Este diagnóstico ha permitido identificar aliados fundamentales, ONG, autoridades locales y líderes comunitarios, con quienes desarrollar programas donde la comunidad tenga una participación central.

Una gran enseñanza en esta COP16, desde el punto de vista de la responsabilidad social empresarial, es el punto común de varias empresas de querer crear una capacidad instalada dentro de la comunidad, que no solo mejore las condiciones actuales de los ecosistemas, sino que también fomente la formulación de nuevas iniciativas comunitarias en el futuro.

Los privados, los Gobiernos y los habitantes comparten el mismo objetivo: preservar la biodiversidad, no solo para cumplir con las metas internacionales, sino para asegurar un futuro mejor para todos. De esta alianza depende el éxito de esta lucha en Colombia.

Las empresas creen firmemente que la inmersión social (ya no inversión social) y la colaboración son el pilar de cualquier esfuerzo de conservación significativo. Y aunque aún queda mucho por hacer, la experiencia muestra que, cuando las comunidades toman el control de su futuro ambiental, con ayuda de las empresas, los cambios son profundos y sostenibles.

ALEJANDRO RIVEROS

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