Dato es una información concreta sobre determinado hecho, sirve para tomar decisiones. Si miro el pronóstico del clima y la probabilidad de lluvia es alta, llevo sombrilla. Si no hay probabilidad de lluvia, también la llevo (porque vivo en Bogotá), pero, de todos modos, el dato sirve para definir cómo vestirme. Y mientras más preciso el dato, más acertada la decisión o el proyecto o el plan de trabajo. Y por eso es tan importante tener datos fiables, precisos, duros, incluso si son variables, y justamente por eso, para definir el rumbo de cualquier decisión. Eso incluye hacer una política pública o decidir si hay que llevar sombrilla.
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Gorda)
Para que la información sea un derecho efectivamente garantizado, se requiere que sea veraz, completa y oportuna, es decir, que contenga datos que muestren la realidad. Para lograrlo hay que preguntar quiénes viven esa realidad. Por eso se crearon las encuestas. Para ir directamente a la fuente, hacer las mismas preguntas a un número determinado de personas, analizar la información y, a partir de ahí, tomar decisiones de política pública.
En 1995, María Isabel Plata y María Cristina Calderón, abogadas de Profamilia, propusieron que la Encuesta Nacional de Demografía y Salud incluyera el tema de la violencia intrafamiliar; encontraron una férrea oposición. ‘La ropa sucia se lava en casa’ no es solo un refrán, es el resumen de esta cultura patriarcal: no hable del tema, no denuncie; de ser posible, ni lo nombre. No lo cuente para ocultar el dato.
Hoy en día, ninguna encuesta deja de considerar el tema de violencias, de una manera o de otra. Porque se entendió que el dato es relevante y que mantener el seguimiento de los indicadores de violencias permite generar planes efectivos de prevención y atención, a corto, mediano y largo plazo. Pero hay datos más fáciles de encontrar que otros.
Falta mucho por saber, y para tener una aproximación real necesitamos información confiable para hacer planes de incidencia como sociedad civil.
Hablando de enfoque diferencial, si en el hogar hay alguna persona con discapacidad, ese dato es conocido por toda la familia. Pero si hay una persona homosexual en el hogar, es un dato que solo conoce esa persona, hasta tanto decide asumirlo públicamente. Entonces, es posible que un tercero informe la discapacidad de alguien, pero no podría informar sobre la orientación sexual o la identidad de género de ninguno de los integrantes del hogar, ni sobre las experiencias de discriminación, violencias o a derechos de esa persona.
Aunque la población LGBTI de este país existe, la información que se tiene sobre este grupo de población es muy limitada. No es menor el temor a salir del clóset, en un país donde un beso entre dos muchachos es sancionado con golpes. Y, por desgracia, sigue sucediendo en el hogar, como el primer lugar de agresión contra la gente homosexual, bisexual o trans. Es lo que muestran los datos. Pero falta mucho por saber, y para tener una aproximación real necesitamos información confiable para hacer planes de incidencia como sociedad civil o para desarrollar políticas públicas que involucren al Estado, más allá de cualquier gobierno.
Finaliza su período el director del Dane, Juan Daniel Oviedo, gay para más señas, y deja en curso una encuesta importante que deberíamos diligenciar todas las personas LGBTI en este país. Es la primera vez que se hace una encuesta nacional, dirigida específicamente a esta población; las respuestas son anónimas, aunque verifican sus datos y servirá para que el nuevo gobierno nacional –al fin– tome en serio la política pública nacional LGBTI y la saque de la gaveta donde la metió el gobierno que, por fortuna, termina mañana.
Contar no es solo un número, detrás de los datos hay historias. Pásele la encuesta a su primo gay o a su amiga lesbiana –estará en la página del Dane hasta el 30 de agosto– y ayude a que consigamos la información para que podamos hacer cada vez más real eso de vivir sabroso.
ELIZABETH CASTILLO