La jugada es hábil, quién lo duda. “Si el Congreso no quiso sacar adelante las reformas sociales, el turno es para el pueblo; el verdadero constituyente”, dicen desde el Gobierno. El postulado es más que válido. No rompe una sola regla, porque se acoge a los mecanismos de participación dispuestos por la Constitución y la ley. El Presidente se pone en el modo que más le gusta: el de campaña y su ministro del Interior, Armando Benedetti, se activa en lo que más sabe y por lo que llegó al petrismo: ganar elecciones. Su fortaleza como operador político puede ser desplegada ampliamente, con la ventaja de que ahora no tendrán que alquilar aviones privados o instalar tarimas con platas por fuera de los topes.
Realizarán sus giras por Colombia, haciéndole campaña a la consulta en el avión presidencial y la logística correrá por cuenta de la plata de los contribuyentes; la misma que pudiera invertirse en más cupos para la educación superior o para ponerse al día con los presupuestos máximos y la actualización de la UPC en la salud, pero todo eso –pensarán en el Gobierno– puede esperar. Ahora se trata de otra cosa. Se trata de ganar anticipadamente las elecciones de 2026, de promover la idea de un petrismo después de Petro, de un último acto desesperado que releve al primer mandatario de la jartera que le resultó gobernar y que ponga el foco de atención en otras materias distintas a las de la violencia campante, los medicamentos que no le llegan a la gente y los problemas energéticos, simplemente para dar algunos ejemplos.
Por eso digo que la jugada es buena y Benedetti demuestra con creces por qué lo prefirieron a él y no a Muhamad o a Francia o al mismo Bolívar. La clave está entonces en cómo le responderá esa estructura amorfa y dispersa llamada “oposición” al desafío planteado inteligentemente por el Gobierno. De nada vale que el 70 por ciento de la opinión esté en contra del Presidente si ese mismo porcentaje no actúa coordinadamente. Basta con un 30 o un 25 por ciento, juicioso, bien orientado para lograr que las cosas pasen; para tener un candidato en segunda vuelta o para activar una movilización permanente de aquí a mayo del año entrante, alrededor de la causa que les faltaba y que se encontraron en el camino: la consulta popular.
Tumbarle la consulta al Presidente en el Senado le daría más munición a Petro para insistir en su tesis falaz del bloqueo institucional
Tendrán que pensar bien los líderes de la oposición cómo asumir ese chicharrón, porque la respuesta obvia no es precisamente la más sensata: tumbarle la consulta al Presidente en el Senado le daría más munición a Petro para insistir en su tesis falaz del bloqueo institucional y le permite continuar con su teoría de que las clases políticas le tienen miedo al pueblo y por eso trancan la consulta.
Ahora bien, darle vía libre sin más tampoco resulta óptimo. Habrá que debatir las preguntas y modularlas, si es del caso, con acuerdos políticos mínimos que podrían tenerse antes de activar el mecanismo de participación ciudadana.
Pasado ese trámite, permitir que el Gobierno llegue a las urnas con su consulta y entonces promover una ‘abstención inteligente’, para dejar que el Ejecutivo se ‘cuente’ en esos comicios, puede resultar interesante pero, de nuevo, no es obvio ni automático. Requerirá de una buena campaña y, en la medida de lo posible, coordinada entre los sectores de oposición para que, en efecto, el domingo de consulta salga tan poca gente a votar que no solo se queden sin superar el umbral requerido sino, además, con un ‘case’ pírrico antes de empezar la verdadera campaña electoral.
¿Será eso lo que pueda pasar? Nadie lo sabe con certeza. Como dice Juan Lozano en su columna de EL TIEMPO, lo peor que pueden hacer los antipetristas es subestimar a Petro, pero lo cierto es que al último acto del gobierno, llamado consulta popular, tendrán que responderle con audacia y una pulida estrategia electoral.
JOSÉ MANUEL ACEVEDO M.