Setenta mil soldados rusos muertos, 40.000 ucranianos, 12.900 civiles asesinados y 29.000 heridos. Ucrania destruida y hundida en la desesperanza.
Ahora, el fin del conflicto: para Trump, la finalización de la guerra consistiría simplemente en una capitulación, resumida en la entrega de los territorios ocupados a Rusia y el cambio de gobierno en Ucrania para sacar al "dictador" (en sus palabras que ahora niega), como el causante de la tragedia.
Habló con Putin y lo tenían todo arreglado. Le ordenó a Zelenski el pago de la deuda anterior y posterior por la "ayuda" norteamericana con el 50 % de los recursos naturales en tierras raras. En síntesis, mientras Rusia corre la cerca, Ucrania se endeuda por las próximas generaciones.
Ni por un momento se le ocurrió pensar que las garantías de no agresión posterior por parte de Rusia eran lo fundamental para Ucrania. Invitó al presidente Zelenski a la Casa Blanca para humillar la dignidad de su pueblo y exigirle una rendición incondicional, obviando la participación del principal interesado en la terminación de la guerra, como es Europa. Les salió mal el show de "garrote y zanahoria" a Trump y Vance ante la opinión mundial. Pero ¿acaso eso les interesa?
Y ¿cuál ha sido el papel de Europa en todo este sainete? El presidente francés, Emmanuel Macron, se reúne con el señor Trump y, aparentemente, todo se arregla con un significativo intercambio de tocamiento de rodillas y el compromiso de asegurar la participación de su país en el proceso de paz.
Revive el New Deal, con todo el poder del garrote. Pero, para el líder del cambio, el señor Trump, las cosas no están bien.
Pocos días después, la visita de Keir Starmer, primer ministro de Gran Bretaña. En un gesto audaz pero insuficiente para el Gobierno norteamericano, se compromete a aumentar el porcentaje de financiación en la Otán. Habla de la aplicación de aranceles y de un TLC con los EE. UU., cuyo cumplimiento ha descartado Trump con las medidas adoptadas, o por adoptar, unilateralmente, especialmente en el marco del Nafta, con Canadá y México.
Por su parte, Alemania, hasta el 26 de febrero, encerrada en su propio dilema de volver al pasado. Para su fortuna, en las elecciones se liberaron temporalmente de la amenaza de la extrema derecha, volvieron a lo de siempre en las últimas décadas, la alianza entre los dos centros y pérdida de participación de los de los incómodos ambientalistas.
¿Podrá el seguramente nuevo canciller, Friedrich Merz, imponer al Legislativo un creciente porcentaje de participación de la deuda interna en el PIB para promover la inversión en sectores estratégicos, refrendar su poder en las decisiones de la Unión Europea, aliarse con Francia y cerrar la zona euro con mayor proteccionismo?
En lo pertinente a las migraciones, se endurecen universalmente las condiciones. Por ahora, los migrantes que ya están en los países de acogida y consiguieron su nacionalidad se quedan, los que están y no han progresado en su estatus migratorio y no tienen con qué pagar corren el riesgo de ser deportados, y aquellas personas que se considere que no se hayan integrado totalmente seguirán en sus guetos, pero, eso sí, expuestas en cualquier momento a la aprobación de leyes que impliquen su expulsión.
En lo comercial, la circulación de bienes y servicios involucionará hacia un comercio istrado ya sea por renegociación o simplemente violación de los tratados multilaterales y bilaterales existentes, se reorientará el destino de las inversiones extranjeras para aprovechar los mercados internos, regionales o el nearshoring y la carrera por la inteligencia artificial y el respeto por los abusos posibles de los monopolios de la propiedad intelectual se mantendrá intacta por ahora.
Revive el New Deal, con todo el poder del garrote. Pero, para el líder del cambio, el señor Trump, las cosas no están bien y va en el camino de convertir a 'América nuevamente en más pequeña'.