Aunque las consecuencias del desafío de seguridad que enfrenta el país hoy se parecen mucho a lo que vivimos décadas atrás, el fenómeno actual evidencia una mutación profunda de la naturaleza del conflicto, por lo que se requiere un nuevo marco de comprensión.
Anteriormente, el país se enfrentaba a tres grupos armados: las Farc, el Eln y, en su momento, las Auc. Hoy, el panorama es bastante más fragmentado y confuso. Además del Eln, están el 'clan del Golfo', las disidencias de las Farc –'Segunda Marquetalia', 'Estado Mayor Central' (Emc), Estado Mayor de los Bloques y Frente (EMBF), Coordinadora Nacional Ejército Bolivariano–, 'los Pelusos', 'los Rastrojos', 'los Pachencas', la 'Oficina de Envigado', el 'Tren de Aragu', 'los Shottas', 'los Espartanos'... y muchos otros más. Pasamos de un "latifundio" de poder armado a una serie de "parcelas" donde organizaciones y estructuras ilegales coexisten, negocian entre sí, disputan y recomponen su presencia en el territorio constantemente. Esta "fragmentación" de tantos y tan emergentes grupos ha llevado a que comprender el fenómeno se haya vuelto tan complejo como enfrentarlo.
La forma como estas organizaciones están ejerciendo su poder ocurre a través del control del territorio y su población. El conflicto armado anterior estaba fundamentado en una guerra de guerrillas, donde el movimiento, el factor sorpresa y el desgaste del enemigo tenían lugar desde las sombras. Hoy vivimos algo semejante a una guerra de posiciones, donde el propósito es ocupar y defender de forma fija territorios estratégicos. Así, han perfeccionado mecanismos de "gobernanza criminal", mediante los cuales imponen normas, istran justicia, regulan la economía y ejercen vigilancia social. Con todo esto, sustituyen al Estado en sus funciones y cooptan, instrumentalizan e intimidan a la población civil. Generalmente no es el Estado el enemigo por enfrentar: la mayoría de las veces lo son otras organizaciones armadas que compiten por el dominio del mismo espacio.
Comprender esta nueva realidad del conflicto –fragmentación, control del territorio y su población, codicia y diversificación, transnacionalización y geopolítica– es el primer paso para enfrentarlo.
Otra transformación clave es el cambio de motivación. En el conflicto anterior –aunque se desdibujó en el camino– el propósito era la toma del poder. Hoy, lo que mueve a estos grupos es la "codicia". No obstante, es importante comprender que, subyacente al dinero, se encuentra la necesidad humana de hallar "respeto" y "reconocimiento": "ser alguien" y "formar parte de algo"; espejismos que la cultura traqueta ofrece.
Las fuentes de financiación también se han "diversificado". Ahora prevalecen múltiples formas de renta, a las que se suman el narcotráfico, la minería ilegal, el tráfico de fauna y flora, la migración irregular, la prostitución, los créditos 'gota a gota', el contrabando, la extorsión y hasta la infiltración de economías legales. Pensar que el problema de Colombia son las 250.000 hectáreas de coca es una simplificación incompleta. El ingenio en estos negocios refleja lo profundo que la ilegalidad ha permeado nuestra cultura.
Paradójicamente, aunque han avanzado en la diversificación de sus fuentes de financiación, han perdido posición de decisión y autonomía en los mercados internacionales del crimen. Hoy muchas de sus acciones responden a "intereses transnacionales y geopolíticos", lo que los convierte en fichas de un ajedrez mucho más grande que ellos mismos.
Comprender esta nueva realidad del conflicto –fragmentación, control del territorio y su población, codicia y diversificación, transnacionalización y geopolítica– es el primer paso para enfrentarlo. El segundo es entender que los desafíos del presente no se pueden enfrentar con las herramientas del pasado. Más peligroso que el crimen organizado es el crimen desorganizado.