Ezequiel Gallo (1934-2018) fue un notable historiador argentino cuyo legado intelectual merece todo reconocimiento. Su trabajo cruzó muy diversas áreas de la historia, aunque se ocupó con mayor atención, quizás, de la política y de las ideas, sobre todo del liberalismo.
Su formación doctoral en Oxford, tras estudios de derecho en Buenos Aires, se arraigaba en la historia rural. De allí surgió su libro La pampa gringa (1983), hoy un clásico de la historiografía argentina, el resultado de dos décadas de trabajo sobre la extraordinaria expansión de la frontera agrícola que vivió la provincia de Santa Fe desde 1870. Fue en buena parte una transformación llevada de la mano de inmigrantes de origen modesto pero emprendedores.
La frontera, como el mismo Gallo observó en un ensayo posterior, no debía considerarse un “factor dado por la naturaleza”, sino un espacio “descubierto”, y eventualmente transformado por el ser humano. En contra del “determinismo geográfico” de estudiantes pioneros de otras fronteras, como Frederick J. Turner, Gallo destacaba la capacidad innovadora de los inmigrantes, “muchos de ellos analfabetos”, y el “marco jurídico-institucional” que les permitió abrirse paso.
Su trabajo cruzó muy diversas áreas de la historia, aunque se ocupó con mayor atención, quizás, de la política y de las ideas, sobre todo del liberalismo.
La pampa gringa es un fino trabajo de historia social y económica, bien atado a los desarrollos políticos. Gallo examinó en particular el impacto de la inmigración extranjera en la política de Santa Fe, su involucramiento en campañas electorales y en revoluciones –temas que ya había tratado en una publicación anterior, Farmers In Revolt (1973)–.
Interesa señalar la trayectoria de Gallo, en particular su manifiesta resistencia a las ‘modas’ de la disciplina. En momentos en que tomaba fuerza la historia social y económica, campo que ya había recorrido en La pampa gringa, Gallo parecía dar un ‘giro’ hacia la historia política e intelectual, cuando –como lo recordaría– esta comenzaba a ocupar “posiciones secundarias”.
El haber sabido combinar distintas áreas de la historia le permitía ofrecer perspectivas bastante comprehensivas, como puede verse en su excelente ensayo sobre la sociedad argentina publicado en The Cambridge History of Latin America.
Su producción académica se volcó, sin embargo, hacia las historias de la política y de las ideas, por las que, creo, sentía especial predilección. Con Natalio Botana, uno de sus grandes compañeros de aventuras intelectuales, publicó una extensa serie de documentos sobre el período 1880-1910, y editó Liberal Thought in Argentina, 1837-1940 (Liberty Fund, 2013), una valiosa colección que acerca la historia del pensamiento argentino al público de habla inglesa.
“ ‘Liberalismo’ ha sido uno de los vocablos más severamente maltratados en tiempos recientes”, escribió Gallo en uno de sus ensayos, en el que de manera lúcida identificó los principios básicos del liberalismo clásico: el gobierno limitado y la protección de los derechos de los individuos. Su obra se enmarcó en esa normativa liberal, a la cual también dedicó sus estudios.
Distinguía muy bien entre las ideas liberales y la dificultad de sus prácticas –por ser “fundamentalmente una filosofía de resistencia al poder”, su ejercicio político estaba lleno de contradicciones–. Mantenía, así mismo, distancias frente a quienes creen en la “utilidad” de la historia, a la que otorgaba una función más “conmovedora”:
profundizar el conocimiento sobre la conducta humana, “requisito indispensable para que prosperen las vías pacíficas y civilizadas en la solución de los conflictos”.
La historia, “maestra de la vida”. Así la calificó Cicerón, como lo advirtiera Ezequiel Gallo. Él mismo fue uno de sus maestros.
EDUARDO POSADA CARBÓ