En plataforma digital, ‘Il Gattopardo’ (2025). Ambiciosa producción italiana en seis episodios, adaptados y creados por el británico Richard Warlow, con ficha técnica y artística anglo-italiana. Casi 63 años después de la suntuosa e insuperable producción siciliana del realizador milanés Luchino Visconti, importa recordar las aseveraciones del maestro Martin Scorsese cuando dijo tratarse de “una de las más grandes experiencias visibles en la historia del cine”. Porque gracias a su Film Foundation y la Cinemateca de Bologna, en conmemoración de sus 50 años, apareció en 2013 la versión restaurada en imágenes de la novela cumbre del escritor siciliano Giuseppe Tomasi de Lampedusa (1896-1957).
‘Il Gattopardo’ (Luchino Visconti, Italia-Francia, 1963). Producción de Titanus Film, síntesis del esplendor fílmico en torno al desmoronamiento del otrora invasivo régimen borbónico español en tierras insulares sicilianas, y la reconstrucción de un fresco histórico cuyas transiciones sociales se efectúan con sutilezas argumentales: unificación italiana promovida desde el norte por el revolucionario militar Giuseppe Garibaldi y las adhesiones monárquicas a la Casa de Saboya. Hay que aplaudir la restauración piloto digital, en 4K, de la descolorida copia Technicolor antes llamada ‘gato rosa’.
Don Fabrizio Corbera, príncipe de Salina, regiamente encarnado por Burt Lancaster, personifica al último descendiente de una rama meridional emparentada con los grandes de España. Soberbio y visionario, comprende la importancia de los cambios venideros y cede sus privilegios feudales en favor de la emergente burguesía nacionalista que, con astucia no exenta de vulgaridad, asume don Calógero Sedara –padre de la fascinante Angélica y suegro del rebelde Tancredi heredero único de la dinastía Falconeri–.
Don Fabrizio Corbera, príncipe de Salina, regiamente encarnado por Burt Lancaster, personifica al último descendiente de una rama meridional emparentada con los grandes de España
‘El Gatopardo’: últimos destellos del poder borbónico y dominio latifundista en Sicilia, cuando irrumpe una nueva clase citadina promovida por patriotas nacionalistas en pro de la reunificación y la constitución republicana –obstaculizada por la Roma del papado y una Venecia dependiente de Viena–. Aquí están los rasgos ‘viscontianos’: arquitectura sinfónica, reflexiones trascendentales, nobleza melancólica y fragancias de otras épocas. Por cuanto el hilo narrativo y las texturas poéticas, en Visconti, se complementan irablemente con su estética formalista.
Ocasión para valorar sus rítmicos movimientos de cámara a través de galerías, terrazas y salones dotados de colecciones de objetos artísticos –cristales, mármoles y alabastros–. Cada detalle escenográfico, lejos de ser gratuito, traduce una manera de vivir que obedece a matices imperceptibles de clara inspiración realista. Sus escenas, fielmente extraídas del libro, son muy acertadas: mansión solariega en medio de olivos y tierras secas, despedida del sobrino Tancredi, hermoseado por Alain Delon antes de ingresar a la milicia patriótica, irrupción de las ‘camisas rojas’ y sus enfrentamientos con el decadente ejército borbónico, privilegios eclesiásticos a un arrogante linaje cubierto de polvo, desplantes aristocráticos al nuevo rico, primeros brotes del crimen organizado y gran baile que sella la unión de dos clases sociales aparentemente disímiles –una en ascenso, otra en caída–.
“Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”, le advierte Tancredi a su tío y tutor antes de irse a guerrear. De su entorno en peligro inmediato de mudar, escribe el también príncipe de Lampedusa: “Esta violencia del paisaje, esta crueldad del clima, esta tensión continua en todos los aspectos, estos monumentos del pasado, magníficos, pero incomprensibles, han contribuido a forjar nuestro carácter siciliano condicionado por fatalidades externas”.
Para expresar las temáticas propias de individualidades en crisis y estratos sociales en descomposición, Visconti y su habitual guionista –la ‘signora’ Suso Cecchi d’Amico– se concentraron en una arquitectura familiar. El eje que mueve la esencia dramática de Visconti se dirige hacia el actor, porque conocía sensibilidades propias de las criaturas y supo extraer sus posibilidades interpretativas. El Burt Lancaster del Gatopardo, un príncipe de Salina pleno en nobleza y talante meditativo. Agrega Lampedusa: “Salina vivía en perpetuo descontento y se quedaba contemplando las ruinas de su propio linaje y patrimonio sin desplegar actividad alguna e incluso sin el menor deseo de poner remedio a estas cosas”.
‘El Gatopardo’ (Richard Warlow, Reino Unido-Italia, 2025). Una serie muy recomendable de seis horas de duración que respira exquisitez en su dirección de arte, magníficas locaciones originales e investigación histórica en torno a las fuerzas rebeldes garibaldinas (el resurgimiento), desde un aislado ayuntamiento siciliano (Donnafugata). Ahora se abordan aspectos políticos e ideológicos mediante secuencias del plebiscito por una Italia unida, con trampas en la votación municipal y el triunfo arrasador del movimiento insurrecto.
Notables sus variaciones al modelo narrativo original: Concetta, hija del Gatopardo y eterna enamorada de su primo Tancredi, recluida por despecho en un convento de Palermo, pasa a ser determinante en tan melodramática versión; sin embargo, sus perfiles protagónicos se ahondan. Mientras que el reverenciado Don Fabrizio luce orgulloso y soberbio, Tancredi, idealista, abraza la causa libertaria y propicia el acercamiento con el nuevo poder, tanto económico como social y… mafioso. Aunque los presentes intérpretes son prácticamente desconocidos, es destacable la figura imponente del actor romano Kim Rossi Stuart en el rol principal.
MAURICIO LAURENS—CINE AL OJO