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De por qué el centro político no encanta
Ser imparcial ante el genocidio contra el pueblo palestino es tomar partido por el lado genocida.

CONSULTORA INDEPENDIENTEActualizado:
Las personas clasificamos el mundo a través de categorías binarias. Ya lo explicaba el sociólogo francés Émile Durkheim cuando escribió Las formas elementales de la vida religiosa, en el que contraponía la noción de sagrado a la de profano como una manera de dividir el mundo que existe en todo pensamiento religioso. El mismo carácter dual que encontró el sociólogo Pierre Bourdieu en la sociedad cabileña, en el norte de Argelia, en la que el cosmos era organizado a partir de la diferencia sexual entre lo masculino y lo femenino. O la “valencia diferencial de los sexos”, análisis elaborado por la antropóloga Françoise Héritier, una estructura elemental del pensamiento tan fuerte que se vuelve invisible.
Esta histórica organización del mundo en categorías binarias se trasladó al ámbito de la política, en la que solemos dividir el espectro en derecha e izquierda, dejando poco espacio para los matices. Esta dualidad hace que la identidad del centro se desarrolle siempre en relación con la izquierda o la derecha. Por eso, cuando decimos que el centro político no existe, no significa que no existan personas que se reconozcan como tal, sino que lo hacen definiéndose a partir de la derecha o de la izquierda, es decir, hacen parte de una tradición política que difícilmente moviliza a las personas por sí sola porque está por fuera de la dicotomía derecha/izquierda. Por esto, cuando se trata de política electoral, al centro le queda difícil inspirar a la gente.
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Quizás el centro pueda tener alguna oportunidad electoral, pero es por el desprestigio de otras fuerzas políticas, no porque inspire al país con su programa político o sus ideas sobre cómo superar las grandes desigualdades.
No solo hemos asistido a las más graves violaciones de derechos humanos, sino que, desde el punto de vista moral, no hay manera de justificar a Israel. No hay manera de encontrar un “equilibrio” en una relación de poder. Para los centristas, que se jactan de ser ecuánimes, decir esto es ver el mundo en “blanco y negro”; ser una persona “fanática” o “radical”.
Sin embargo, hay situaciones en la que se hace necesario tomar partido por los oprimidos; situaciones en las que no hay necesidad de sentarse a hablar ni de tomarse un café con nadie para saber que Israel se aprovecha de su poder y de la hipocresía internacional para llevar a cabo un genocidio. Gaza se ha convertido en un símbolo moral, así como lo fue Vietnam en 1968.
Por esto es por lo que el centro político no encanta. Quizás ahora, después de la debacle del uribismo y de la decepción petrista –cabe recordar que el petrismo es tan solo una de las múltiples expresiones de la izquierda colombiana–, el centro pueda tener alguna oportunidad electoral, pero es por el desprestigio de otras fuerzas políticas, no porque inspire al país con su programa político o sus ideas sobre cómo superar las grandes desigualdades que hay en Colombia. Muchas veces, las personas esperan que los líderes políticos asuman una postura a favor de la vida, no en contra de ella.
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