Fernando Botero veía en su carrera como artista la profundización de una idea. “Básicamente sigo siendo el mismo porque creo más en la convicción y en la afirmación, que en la evolución”, contó en una entrevista para el libro Botero, nuevas obras sobre lienzo. “En el fondo, los grandes pintores de la historia no tratan de cambiar sino de profundizar. Buscan ser coherentes; quieren ser más radicales”.
Él, de manera intuitiva, se interesó desde el comienzo por el volumen y el color, y creó un universo de figuras grandes, acentuado al añadir detalles pequeños. Un ejemplo perfecto de ello lo dio al explicar cómo encontró la idea que se convirtió en el estilo artístico por el que sería conocido alrededor del mundo: “Un día, mientras dibujaba una mandolina de rasgos generosos, en el momento de hacerle el hueco al instrumento, lo hice muy pequeño y la mandolina adquirió proporciones fantásticas. Mi talento fue haber podido reconocer que algo había pasado”. Al haber descubierto su estilo, Botero pudo hacer crítica de la realidad, reflejarla con humor, y presentar su propia versión de varias importantes obras de la historia del arte, entre ellas la Mona Lisa (1978).
Para Botero, la historia del arte era en esencia la reinterpretación de unos mismos temas; solo que cada artista les imprimía su estilo particular. En la Mona Lisa de Botero está presente ese interés por la monumentalidad y la desproporción; en la de da Vinci se ven sus profundos estudios de la naturaleza.
La 'Mona Lisa' de Botero refleja su interés por la forma y el volumen. La de da Vinci, en cambio, muestra su obsesión por conocer cada detalle del mundo que lo rodeaba.
Según el italiano, el propósito del entendimiento humano era estudiar los diseños de la naturaleza. Por ello, escribió más de 300 páginas compilando y explicando los fenómenos naturales que debían tener en cuenta los pintores. Sólo para aprender sobre el agua y sus movimientos, por ejemplo, realizó alrededor de 730 experimentos, y en sus bocetos para La Última Cena (1495-1498) -una de sus más famosas obras- se ve cómo investigó la manera en que la tensión o relajación de los músculos afecta la expresión de las personas. Esto le permitió representar la traición en la cara de Judas y la sorpresa en las de los demás Apóstoles.
Según cuenta el célebre historiador del arte renacentista Giorgio Vasari en La vida de los artistas, el objetivo de da Vinci era añadir “excelencia a la excelencia y perfección a la perfección”. Su búsqueda del conocimiento y su investigación de la naturaleza eran tan ambiciosas que sus manos, aunque sumamente hábiles, a veces simplemente no le daban abasto. Él quería siempre ir más allá de las causas directas de un determinado fenómeno natural, pues creía firmemente en que todos estaban interconectados entre sí, y, por tanto, que era posible desarrollar una teoría unificada capaz de explicar como funcionaba todo. Ella permitiría captar el alma del universo.
En el libro Leonardo, el profesor Martin Kemp explica cómo da Vinci entendía el mundo a través de la vista. “Si no podía verlo, no podía hacerlo”, dice. Por eso, para el italiano la pintura y el dibujo eran a su vez un acto de compresión. Las palabras llegaban hasta un punto, y a partir de ahí prefería trazar una mano para descifrar su estructura: qué huesos la componían y cómo funcionaban sus músculos y tendones. “Casi todo lo que escribió se basaba en última instancia en actos de observación y pintura cerebral”, añade Kemp.
El retrato artístico de una mujer evidencia esa tesis de Botero de que los grandes artistas, más bien que evolucionar, profundizan una idea. La Mona Lisa de Botero refleja su interés por la forma y el volumen, y su entendimiento del arte como una transformación de la naturaleza. La de da Vinci, en cambio, muestra su obsesión por conocer cada detalle del mundo que lo rodeaba, y su visión del arte como un reflejo de la naturaleza.
CRISTINA ESGUERRA MIRANDA