Se cumplen en este 2023 los 70 años de la primera escalada victoriosa del Everest (8.848 m. s. n. m.). El más famoso intento ocurrió en 1924, cuando los ingleses George Mallory y Andrew Irvine fueron vistos por última vez sobre los 8.000 metros en la cara tibetana de la montaña. Desde entonces han corrido mares de tinta tratando de dilucidar si llegaron o no a la cumbre. En 1933 se encontró el piolet de Irvine y en 1999 el cadáver de Mallory, ambos sobre los 8.000 metros.
El frío conserva los rollos de fotografía. Kodak piensa que si la cámara que llevaban se llegara a encontrar en buenas condiciones, al revelar el rollo se podría saber si llegaron a la cumbre. Argumentos vienen y van para probar ambas posibilidades, si llegaron o no. Mallory llevaba una foto de su esposa, y no se la encontró junto al cadáver. ¿Sería un argumento definitivo para decir que la dejó en la cumbre?
Después, hasta el 29 de mayo de 1953, se sucedieron decenas de intentos por coronar la cima por el lado sur, Nepal, y por el lado norte que da al Tíbet, China. En la fecha señalada, dos súbditos ingleses de las colonias, el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa nepalí Tensing de Norkay lograron la cumbre.
Hasta la presente fecha son varios centenares de escaladores y de turistas los que han pisado la cumbre. Los primeros con gran mérito y esfuerzo, y los segundos, los turistas, gracias a que pueden pagar 60.000 dólares.
Hazaña espectacular logró este año el paisa Mateo Isaza, que alcanzó la cumbre solo, sin ayuda de porteadores.
El mundo observa aterrado las interminables colas, una de 300 turistas, pegados unos a otros, marchando hacia la cumbre. Es el negocio, ciertamente descarado que ha llegado a uno de los más puros deportes. Nepal vive de los impuestos que cobra a los escaladores de los picos que sobrepasan los 8.000 metros y que en total son 14, distribuidos entre Nepal, Pakistán y China.
Cualquier individuo con normal estado físico y una buena chequera puede subir al Everest. ¿Subir? No, lo suben. Cada turista tiene tres cargadores (sherpas) que le llevan las bombonas de gas, el morral e incluso lo cargan si se cansa. ¡Así cualquiera! Y aun así se han presentado accidentes mortales entre los ‘pseudoescaladores’.
El Everest guarda los secretos de hazañas épicas, de logros irables, de detestables miserias, de egoísmos inconfesables y en el Collado Sur, explanada ubicada sobre los 8.000 metros donde se montan los últimos campamentos y desde donde se inicia el asalto final a la cumbre, se encuentra el basurero ubicado a mayor altura en el mundo; es una vergüenza: decenas de tanques de oxígeno, de carpas en buen estado o desgarradas por el viento, desechos de comida, toda clase de implementos de escalada e, incluso, cadáveres.
Once escaladores colombianos, grandes alpinistas, han hollado la cima del Everest: Fernando González-Rubio, Manuel Antonio Barrios, Marcelo Arbeláez, Juan Pablo Ruiz (2 veces, jefe de expedición), Luis Felipe Ossa, (sin oxígeno artificial), Nelson Cardona (discapacitado), Rafael Ávila, y tres valientes mujeres: Ana María Giraldo, Katty Guzmán y Mónica Bernal.
Hazaña espectacular logró este año el paisa Mateo Isaza, que alcanzó la cumbre solo, sin ayuda de porteadores (sherpas), cargando, repito, él mismo el pesado morral y además sin oxígeno artificial. Un logro a la altura de los mejores y más famosos himalayistas del mundo.
Desafortunadamente su hazaña no tuvo en Colombia la resonancia que merecía; solamente sus amigos y el colectivo de los escaladores se enteraron y celebraron la proeza. El 15 de mayo de este año Mateo Isaza Ramírez alzó las manos y la bandera colombiana en la cima del planeta.
ANDRÉS HURTADO GARCÍA