Querido Presidente (lo cortés no quita lo valiente), convénzase de que todos queremos ayudarle y que usted acierte; pero con su verborrea populista (populachera, dijo un español amigo mío), usted lo estropea todo. Yo creía dos cosas de usted: primero, que está demasiado ideologizado, lo que no es bueno ni para un gobernante serio ni para el país. Y segundo, que era inteligente. Sigo creyendo lo primero pero ya no tanto lo segundo. Una persona, un gobernante verdaderamente inteligente, oye a todas las personas que le pueden aportar algo, cosa que usted no ha hecho. Se ha rodeado a propósito de una corte de áulicos (empleo esta palabra y no sinónimos poco elegantes que podrían ser insultantes), áulicos que le endulzan el oído, le dicen lo que usted quiere oír, nunca le contradicen. A usted esto le encanta, y al país le desencanta.
Su actitud me hizo recordar a un francés de nombre Fénelon (1651-1715), un hombre verdaderamente inteligente que vivió en los tiempos del prepotente Luis XV y se encargó de la educación de su nieto, el conde de Borgoña. El vanidoso gobernante decía: “El Estado soy yo” y “Después de mí, el diluvio”. Estoy hablando del rey Luis, obviamente.
Pues bien, el primer consejo que le dio Fénelon al megalómano rey sobre la educación del príncipe es este sapientísimo y irable precepto: “No le muestre confianza sino al que tenga valor de contradecirle”.
La fulminante destitución del ministro Alejandro Gaviria, miembro de su gabinete que le había expresado su opinión divergente sobre la reforma de la salud y lo había hecho con argumentos y, decentemente, le mostró una vez más al país que usted carece de la inteligencia suficiente para oír otras ideas y opiniones de personas inteligentes. Francamente, con su actitud usted desilusionó al país, y he oído de varios devotos petristas inteligentes que se están desilusionando de usted. En este penoso incidente de la destitución del ministro hay otro ingrediente desagradable más, entre muchos otros. Cuando uno no procede correctamente cae en visibles incongruencias. En su discurso de mala hora, digo de destitución de los ministros, usted dijo que los aportes del ministro Gaviria habían sido muy valiosos. Y uno piensa: si fueron tan valiosos, ¿por qué no los sigue escuchando y aprovechando y en cambio por qué lo destituye? Presidente, piense antes de hablar.
Usted, constantemente con sus tuits y sobre todo con ese malhadado discurso desde el balcón, lo que logró fue desunir más a sus súbditos.
Debió pensar antes de salir al balcón presidencial hace días y decir las cosas que dijo. Sí, porque usted sencillamente estaba invitando a la rebelión a un sector de colombianos que lo siguen, diga usted lo que diga. Esta actitud suya fue de tremenda, de ciclópea irresponsabilidad. Lo primero que debe hacer un presidente para gobernar es unir a sus súbditos, y usted, constantemente con sus tuits y sobre todo con ese malhadado discurso desde el balcón, lo que logró fue desunir más a sus súbditos, acrecentar posibles odios y retaliaciones. Lo que usted hizo, Petro, no lo hace un gobernante mínimamente serio y mínimamente responsable. Ahora, no me vaya a “destituir”; al contrario no le muestre confianza sino a quien tuvo valor de contradecirle, en este caso, a este colombiano del montón, que representa a muchos, a millones de compatriotas.
Esto escribió Fénelon al ególatra monarca: “Solo amáis vuestra gloria y vuestra comodidad. Todo lo referís a vos como si fueras el dios de la tierra y todo lo demás solo hubiera sido creado para seros sacrificado. Sois al contrario vos a quien Dios solo ha puesto en el mundo para vuestro pueblo. Pero, ¡ay! vos no comprendéis estas verdades”. Hasta aquí, palabras de Fénelon al gobernante.
ANDRÉS HURTADO GARCÍA