Al mando Benedetti

Gustavo Petro está desesperado y parece dispuesto a todo. Incluso a entregar poder, así no sea consciente de ese riesgo. Al entrar en el último tercio de su gobierno, la situación no podría ser peor. En el Congreso, las principales reformas, cuando no están sitiadas por las presiones de favores de los congresistas 'amigos', están bloqueadas por los opositores. En el Gobierno, los cambios en los ministerios no dan los resultados esperados. Y mientras que en los territorios aumenta el descontento como consecuencia del incumplimiento de las promesas, la ineficiencia del Gobierno y la inseguridad, los escándalos de corrupción no dejan de estallar en los entornos cada vez más próximos al Presidente. La urgencia es clara: el Gobierno debe dar un salto estratégico si quiere sobrevivir. Y, al parecer, Gustavo Petro no tiene a nadie más a mano, ni confía en nadie más, que Armando Benedetti para arreglar la situación.

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La llegada de Benedetti al Gobierno se produce en una coyuntura en la que Petro no oculta su molestia con sus colaboradores por la manera como habían tramitado y resuelto la crisis generada por su enfrentamiento con el presidente Trump. No solo porque fueron consultadas las opiniones y ayudas de personas a las que Petro jamás habría recurrido en una crisis semejante. Sobre todo, porque el resultado dejó a Petro tendido en la loma, convertido en ejemplo de derrota.

Benedetti ha sabido aprovechar la situación. En su estreno en el consejo de ministros, además de marcar distancias con el resto de los ministros, con el informe sobre el cumplimiento de los compromisos por parte de cada ministerio le dio al Presidente la munición necesaria para dinamitar el piso que los sostenía. La vergüenza pública a la que expuso el equipo de gobierno, alcanzó su máximo cuando el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, reconoció que el equipo "era insostenible". La jugada de Benedetti fue exitosa. La renuncia colectiva de los ministros era la carta que necesitaba para quitar y poner ministros. Una muestra de poder sin igual. El problema es que, así como una renuncia colectiva significa un frenazo al Gobierno y al país, también puso en evidencia la distancia entre uno y otro. Para disgusto de Petro, el equipo de gobierno frenó en seco y el país ni se dio por enterado.

Ahora, Benedetti está sentado al otro lado de la mesa política. Ya no es el congresista que negocia los apoyos con los gobiernos de turno. Ahora es el poderoso que tiene en su mano los contratos y los puestos. La manera como está reconfigurando el gabinete de ministros revela su estrategia de poder en el palacio: convocar a los sectores que tengan algún "poder de fuego" en el Congreso. Es decir, votos y capacidad de moverse en el territorio. Pero no para salvar las reformas. Ese no es el objetivo. El propósito está en juntarlos para reconfigurar el mapa territorial en el que se trazarán las alianzas políticas y electorales para las parlamentarias y presidenciales de 2026.

Es la política de recurrir a las disidencias de los partidos políticos que, con organización y estructuras políticas en los territorios, le va a permitir tener listas fuertes en los territorios para posicionar una importante fuerza política en el Congreso con la que se va a convertir en un jugador clave en la definición de las presidenciales.

Pero esa fuerza política no es el petrismo. Ni siquiera el progresismo. Las alianzas que busca Benedetti no son para consolidar el proyecto por el que la ministra Muhamad deja escapar sus lágrimas, ni el progresismo que se rasga las vestiduras. Esa fuerza política no va a ser para nadie distinto que para Benedetti. Tiene muy claro que Petro lo puede abandonar en cualquier momento y de la peor manera. Y que el progresismo es una entelequia a la que recurren para mantener sus prerrogativas. Sabe que está en su cuarto de hora y va a tratar de sacar el mayor provecho posible para hacer que su fuerza política (no la de Petro) se haga sentir en las elecciones del 2026 y en los estrados judiciales cuanto antes.