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Entrevista

Melba Escobar: 'Todos somos huérfanos. Siempre habrá un vacío que nunca se llena'

Las huérfanas, la nueva novela de Escobar, tiene como personaje principal a su propia madre.

Melba Escobar

Melba Escobar acaba de publicar Las huérfanas bajo el sello Seix Barral. Foto: Rodrigo Sepulveda. Autor: RODRIGO SEPÚLVEDA

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Sin pena y sin tapujos, el libro empieza así: “Mamá se arrojó por la ventana de un cuarto piso once años antes de tenerme”. Las huérfanas –la nueva novela de Melba Escobar– coincide con el nombre que sus hermanas le pusieron al chat de WhatsApp que comparten desde el mismo día que su mamá falleció.
La novela indaga sobre quién era su mamá antes de que Melba y sus hermanas existieran. “Para muchos, los papás nacen el día en que nacemos nosotros, tuve que explorar su tiempo antes de que fuera una esposa, una mamá y descubrir cuál fue su vida anterior como mujer española, de un origen muy privilegiado, de una aristocracia que se arruinó a raíz de la guerra y de la dictadura de Franco, por la que salió de España y terminó en Cali”, confiesa Melba.
En el ejercicio de recordar, ¿qué momento fue incómodo de escribir?
Hubo muchos. Es importante revisitar el pasado porque nos permite dar perspectiva frente a una escena que se puede destruir al revisarla. Por ejemplo, el momento en que mi mamá va a salir a avisarme que mi papá se fue de la casa, y que lo único que quiere es que me salga rápido de la piscina, recuerdo que no se quita los tacones, la pava y que hay bastante frialdad. Su figura la veo muy grande e imponente. Ahora, al momento de escribirlo, sentí a la mujer herida que estaba parada enfrente de mí. Es lindo revivir los recuerdos para entenderlos desde la posición de la persona que hace daño, pero porque también siente dolor. Este es un libro que sin duda muestra mucho de esa carga tan dura que llevan sobre los hombros los vínculos familiares y la marca tan fuerte que tienen sobre nosotros. Por eso, el lector transita momentos en que llora, pero también en que ríe, pues hay humor. Todo esto, al final, es un espacio de memoria y desde donde uno puede vivir el paraíso y el infierno.
En la obra se trata el tema de la muerte reiteradas veces, incluso con bromas, ¿cómo fue convivir con la idea de la muerte desde tan pequeña?
Siempre ha habido personas muriéndose a mi alrededor desde una edad temprana, pero más que eso, hay una elaboración frente a este concepto. Viene de la familia Escobar, como les dice mi editora, los ‘Buendía’, entre esas personas, la tía Melba. De ella hay muchos pensamientos un poco místicos, chiflados, rebeldes, pero con la religión metida por todos lados y ella siempre estaba jugando con la muerte en sus conversaciones. Por ejemplo, se echaba cuentos como este: en Cali había un señor que se dedicaba a escribir cartas de amor en la plaza Caicedo. Una mujer le pide que le escriba una carta contando cómo su esposo la maltrataba, para que le exprese lo triste que se siente. Esto con el objetivo de que dejara de golpearla. Sin embargo, la mujer vuelve 15 días después a contarle al autor que estaba de luto porque su esposo leyó el papel, se sintió profundamente triste y se suicidó. Entonces, la muerte siempre estuvo rondando las conversaciones y mi entorno, así fuera para hacer chistes negros o para asustarlo a uno. Recuerdo que, cuando estaba de visita, la tía Melba decía que alguien se había muerto en la misma cama donde me tocaba dormir. Y todas estas son formas en las que se mezcla el humor negro con lo trágico.
Melba Escobar

Las huérfanas, de Melba Escobar Foto:Archivo particular

¿Por qué sacar el libro en este momento?
Mi mamá murió hace cuatro años y ella ha sido el tema favorito mío y de mis hermanas, toda la vida, siempre nos pareció un ser enigmático y fascinante, nunca hemos parado hablar de ella, pobrecita (cuenta la autora entre risas). En una de las escenas finales aparece mi mamá, ya siendo muy mayor, en su lecho de muerte. Ella me dice con su teatralidad propia: “Ojalá todo este dolor sirva para que escribas una buena novela”. Yo en ese momento sentí que me estaba pidiendo hacer una novela sobre ella y es lo mínimo que puedo hacer, por el personaje que fue y la vida que llevó: la historia de amor con mi papá, cómo se conocieron en la década de los 60, el equipaje que traía cada familiar que venía desde España, sus creencias y su cultura y cómo eso, de alguna manera, acaba rebotando en cuatro hijas. Llevo trabajando en este libro bastante, por el amor que siento por mi mamá no hubiera podido escribirlo cuando estaba viva. La historia no estaba terminada y todo solo podía ser escrito con un desenlace que era su muerte. También porque nunca pudimos hablar del suicidio abiertamente y este fue el momento de revisitar algo que siempre fue un fantasma, además, este tema generó muchos efectos a nivel familiar. Como que mi abuelo se viniera de España para estar cerca de ella, asimismo, una inseguridad en mi papá, que sintió que ella era una persona impulsiva, impredecible, a la que le podían pasar cosas fuera de su control.
¿Las últimas palabras de su mamá no pusieron una gran presión sobre usted y sobre la escritura de este libro?
Mi mamá fue siempre una persona generosa, aunque dura. Fue la que estuvo más pendiente de mi trabajo como escritora. Siempre estaba corriendo, estaba encontrando errores en todo y en todos, pero eso también lo empecé a entender desde el cariño que ella sentía por mí, porque detrás de eso hay una forma de atención muy aguda para encontrar lo que está mal e implica un esfuerzo mucho más grande. Al escribir este libro, me hizo mucha falta porque yo me imaginaba que estaría criticando los borradores y encontrando un montón de errores, que es algo que hizo en cada una de mis obras anteriores. Incluso cuando le llegaba el libro impreso, seguía encontrando errores. Era impecable.
Esta novela es ‘su verdad’, cuando sus hermanas la leyeron, ¿recordaron las cosas de una forma diferente?
En la construcción del libro pensé en usar o no usar los nombres reales porque, claro, hay información íntima y muy delicada de la familia. Inicialmente usé nombres falsos, pero realmente quería hacerle un homenaje a mi mamá como el personaje que fue, lleno de contrastes a pesar de sus grandes problemas mentales. Cuando les compartí el libro a mis hermanas fue sometido a muchos cambios y tuvo muchas versiones. Esto dio paso a conversaciones profundas, llenas de un humor muy negro que heredamos de mi mamá. Eso de que cada persona recuerda de forma diferente es muy pertinente. La memoria está muy asociada a la identidad, a la subjetividad, las emociones. Esta novela también explora mucho la tristeza, el trauma, el dolor y la alegría con la que se evocan imágenes del pasado. La relación con la mamá siempre es complicada, ¿tal vez este era el perdón que necesitaba antes de que fuera mamá? Ser mamá es particularmente difícil cuando se tiene una hija. Eso tiene que ver con que la una se identifica en la otra, porque se tiene la idea de que somos iguales, compartimos el género, entonces también hay proyecciones. De ahí que salga el típico: “si yo fuera usted ...”, o “yo a su edad...”, y uno, como hija, siempre está tratando de marcar una distancia. De alguna manera hay un juego de espejos que hace mucho más difícil el desarrollo de ese vínculo para que no sea tan feroz. A la vez tengo que decir que la relación más importante que he tenido en mi vida, además de la que tengo con mis hijos y mi esposo, es la de mi mamá, quien ha tenido una gran influencia en mí. También creo que es porque vengo de este país, donde se romantiza la maternidad, tener una familia se pinta color de rosa, donde convertirse en madre es poco permeable a la crítica. Escribir este libro se convirtió en un ejercicio sano de catarsis en que se muestra a una mujer con luces y sombras, que no revelan su debilidad, sino, por el contrario, la grandeza, como producto de la mezcla entre los defectos que nos definen y esas virtudes que tenemos.
En el libro dice: “Mamá quiso ser la mamá que ella no había tenido, así como yo intento ser la que ella no fue”, ¿cómo se considera como mamá?
Yo he sido una mamá tardía y la maternidad me costó mucho. Me opuse mucho a la idea de ser madre y al final fue más un grito biológico que otra cosa. El instinto llegó con mis 38 años y fue un tema muy animal. Entonces me parece que también es bonito recordar que somos mamíferos, más allá de que vivimos en un mundo apocalíptico. En mi caso, hay un instinto y sé que hay mujeres que no lo tienen, no lo sienten y me parece hasta envidiable, porque racionalmente no hay tantas razones para hacerlo. Aun así, el aprendizaje me ha dado alegrías y una cantidad de maneras de comprender el mundo de diferentes ángulos, al punto de que me ha permitido ver a mi madre.
¿Logró hacer las paces con la orfandad?
Sí, y de alguna manera todos somos huérfanos y nos sentimos todos de alguna u otra forma así. Porque en toda familia y en todo vínculo hay un vacío que nunca se llena y que quizás si lo aceptamos, como tal, deja de sentirse como si fuera algo en solitario y puede empezar a ser una comunidad de orfandades, en la que cada uno es compañía del otro. Porque mi mamá también fue huérfana y asumió muchas responsabilidades que no le tocaban a una menor. Se trata de compasión y empatía hacia esas carencias que todos llevamos.

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María Jimena Delgado Díaz
Periodista de Cultura
@mariajimena_delgadod

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