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Mujeres en Arauca: así es la violencia contra niñas, madres y esposas

El camino minado de las mujeres en Arauca

El camino minado
de las mujeres
en Arauca

Mayerly Briceño, líder social de esta región, es testimonio de cómo la violencia ha ejercido un poder demoledor en niñas, madres y esposas. Les matan a sus maridos o reclutan a sus hijos para la guerra.

Por GREACE VANEGAS

Especial para EL TIEMPO

Un día después de su quinto cumpleaños, la pequeña Sofía tuvo que despedir a su padre, asesinado el pasado 21 de abril en Tame (Arauca). Jhonny Fabián Ortíz tenía lista la celebración para su hija. Viajarían a Bogotá junto con la mamá de la niña para cumplirle el sueño de visitar el parque Salitre Mágico, pero la acción de hombres armados que le dispararon mientras transportaba plátanos, horas antes de emprender el recorrido hacia la capital, impidió los planes.

“Hoy cumples 5 años mi valiente Sofi. Papá no volverá con los soles, ahora será tu sol y cuando quieras sentirlo cerca mirarás al cielo y en ese sol estará siempre para ti. Perdón Sofi, perdón por no protegerte del dolor, de la crueldad de esta humanidad. A ti también te fallamos”, fueron las palabras que escribió Mayerly Briceño, líder araucana y tía de la niña, en su cuenta de Twitter.

Sofía no es la única menor de edad que ha tenido que afrontar la muerte de uno de sus padres este año por cuenta de la violencia en Arauca, una región que ha soportado desde hace décadas las consecuencias de los enfrentamientos entre el Ejército de Liberación Nacional (Eln), la entonces guerrilla de las Farc, y ahora con las disidencias de este grupo. Todo, por el control del territorio.

El pasado nueve de marzo, la odontóloga Karen Yesenia González fue asesinada a disparos por la espalda mientras se movilizaba en una moto por las calles de Saravena junto con su esposo Juan Pablo Jiménez, excandidato a la Alcaldía del municipio y promotor del voto en blanco a la Cámara de Representantes en las elecciones legislativas.

Yesenia González tenía treinta y tres años y era madre de dos hijos de dieciséis y seis años. La mujer perdió la vida en el que habría sido, según las autoridades, un atentado contra su esposo, conocido por denunciar presuntos hechos de corrupción en el departamento. “Me dejaron a mi hijo de seis años sin mamá. Mi hijo se va a criar sin su madre, va a tener que cargar con la cruz de la violencia de este departamento”, expresó Jiménez en un video que publicó en internet.

Según cifras del Centro Nacional de Memoria Histórica, entre los años 2000 y 2021 se registraron 1.808 asesinatos selectivos relacionados con el conflicto armado en Arauca, más del 98 por ciento de ellos correspondiente a civiles. Del total de asesinatos, el 10,31 por ciento eran mujeres. Entre los civiles, también figuraban padres, esposos e hijos, cambiando para siempre la vida de madres de familia en esa región del país.

Semanas antes del hecho que acabó con la vida de Yesenia, la campesina Edalid Carrillo, quedó desprotegida con sus dos hijos de trece años y dos años y medio, luego de que su esposo, Helman Naranjo Quintero, integrante de la junta de acción comunal de Corocito, en zona rural de Tame, fuera secuestrado y asesinado por hombres armados. Carrillo había aparecido en un video que circuló por redes sociales pidiendo que le respetaran la vida a su compañero, pero ni las alertas ni la indignación colectiva fueron suficientes para impedir el crimen.

La angustia de familias como la de Helman se repite también por cuenta de las desapariciones forzadas. De un total de 1.300 víctimas de este delito en Arauca entre 1990 y 2021, solo el dos por ciento apareció con vida. Otro siete por ciento apareció muerto y de la gran mayoría no existe noticia alguna. Se estima que, cuatro de cada cinco personas desaparecidas en el departamento, no hay información reportada hasta la fecha.

Tres meses después del asesinato de Helman, Edalid y sus dos hijos están en el olvido. “Arauca es noticia cuando algo pasa y luego la vida en el país continúa”, dice Mayerly Briceño, quien ha decidido alzar su voz para rechazar el conflicto armado.

En Arauca, la vida se apaga no solo por el impacto de las balas. La falta de oportunidades, en especial para las mujeres, representa un círculo casi tan peligroso como el uso de las armas: reduce sus aspiraciones y las conduce a la dependencia económica, haciéndolas más vulnerables al maltrato físico o psicológico, o a las amenazas de enemigos ajenos. Algunas, incluso, terminan siendo blanco de la guerra por ser novias o esposas.

Una vida en medio del conflicto

A sus siete años, Mayerly Briceño se dirigía con un grupo de compañeros de la escuela hacia su casa, en un corregimiento de la vereda El Oasis, zona rural de Arauquita, cuando estuvo a punto de halar un cable que llamó su atención. “¡Cuidado porque puede ser una bomba!”, le gritó uno de sus compañeros cuando notó que se estaba dejando llevar por la curiosidad de la infancia. Es el primer recuerdo que tiene de la guerra. “Quizá en ese momento uno no lo dimensiona, pero ahora pienso: por qué tener que vivir esto de niñas, o sea, ¿a qué mundo nos enfrentamos nosotros desde Arauca?”, se pregunta hoy a sus 25 años en un centro comercial de Bogotá, en donde se siente más segura para narrarnos su historia.

Llegó por primera vez a la capital del país hace tres años, cuando decidió estudiar Trabajo Social a distancia, dada la escasa oferta de educación superior pública en su departamento. “Nunca en mi vida había salido de Arauca. Jamás en mi vida había pisado una ciudad”, recuerda. La joven estaba acostumbrada a largos viajes de más de doce horas en bus para regresar los fines de semana a su pueblo. Pero desde el pasado mes de enero, cuando volvieron los enfrentamientos entre el Eln y las disidencias de las Farc, no ha podido abrazar a su familia ni a su hijo Teison, de nueve años, con la misma frecuencia de antes.

La mina que Mayerly estuvo a punto de activar accidentalmente a la salida de su escuela no es la única que ha tenido que esquivar. Desde entonces, les ha hecho el quite a otros obstáculos de la guerra. Siendo todavía menor de edad, fue desplazada de la vereda en la que vivía junto con sus padres y sus dos hermanas por confrontaciones entre los grupos armados. “Me acuerdo que salimos con lo que teníamos puesto porque habían asesinado a vecinos alrededor y ya teníamos mucho miedo. También en mi memoria está cómo la gente corría con costales al hombro. Ese día casi todo el pueblo salió. Hasta unas ollas que estaban en el fogón se quedaron, animales, todo se quedó”, cuenta la joven que por ratos intenta evitar que un nudo en la garganta le interrumpa las palabras.

Su papá empezó a trabajar como jornalero en fincas cercanas y su mamá cocinaba en casas de familia, mientras que Mayerly y sus dos hermanas continuaron sus estudios en un nuevo colegio con más ilusión que posibilidades ciertas de futuro. “Las mujeres estamos hechas para la cocina, criar hijos y un marido. Lo de ir al colegio muchas veces es como: vayan, pero a qué van. Aprendan a cocinar porque qué van a hacer después que salgan del colegio”, recuerda las voces que escuchaba y a las que, a pesar de todo, se resistía siendo estudiante.

De jóvenes, la falta de libertad también les impone límites, especialmente, a las mujeres. “Mi mamá me tuvo encerrada en la casa para cuidarme de los riesgos que representa para una mujer adolescente estar en la calle. De pronto salir con amigos, yo no viví nada de eso en mi infancia. No supe qué era salir a la calle a jugar con amigos porque puede haber un enfrentamiento a cualquier hora, lo que sea, y también el hecho de ser mujeres nos condena a estar calladas, a que nadie nos mire, porque eso puede generar problemas y hasta que atenten contra la vida”, recuerda Mayerly.

El exceso de cuidado no era para menos. El Centro Nacional de Memoria Histórica reporta que entre los años 2000 y 2021, 124 personas fueron víctimas de violencia sexual en Arauca, el 85,48 por ciento mujeres. De las 106 mujeres afectadas, 41 eran menores de edad; cuatro de ellas menores de seis años y diez menores de doce años de edad. Por otra parte, según cifras del Ministerio de Salud, entre 2015 y 2020 se presentaron 425 nacimientos en menores entre diez y catorce años de edad.

Mayerly quedó embarazada a los quince años. Prefirió iniciar una relación sentimental con el papá de su hijo, antes que convertirse en la mujer de un comandante de la guerrilla que había puesto sus ojos en ella. “Sea del grupo que sea, si se fijan en uno como mujer, nos puede costar la vida. Nos pueden marcar. Si esta le gusta a este personaje, nadie la puede mirar. Es como si fuéramos objetos. Las mujeres que se enamoran de policías o soldados son declaradas objetivo militar. Eso también me llevó a un rincón en el que conocí a alguien y terminé siendo mamá muy joven. En mi tierra es normal que a los quince años las mujeres queden embarazadas”, cuenta.

La realidad que vivió Mayerly, presionada a iniciar una relación amorosa para distanciarse de uno de los actores en conflicto, no es nueva para las mujeres de Arauca. En un artículo publicado el 12 de mayo de 1995, este diario reseñó un informe del comandante del Ejército de la época, mayor general Harold Bedoya, según el cual, en promedio, una mujer era asesinada cada mes en Saravena por guerrilleros del Eln y las Farc que acusaban a sus víctimas de ser cercanas a de la Fuerza Pública. La gran mayoría de las víctimas habían sido adolescentes no mayores de quince años.

‘El estudio fue mi salvación’

Comenzar una relación con la expectativa de sentirse protegidas tampoco es un camino seguro para las mujeres en Arauca. La falta de a la educación superior y de oportunidades laborales aumenta la dependencia económica, y con ella, el maltrato físico y psicológico, como le estaba ocurriendo a Mayerly siendo madre menor de edad. “Mis profesores me decían: tu única alternativa es que estudies; de lo contrario, te vas a joder. Va a ser la herramienta cuando salgas de acá. Eso se me quedó siempre en la cabeza. Supe que la única salida era estudiar”, recuerda la joven que en varias oportunidades tuvo que llevar a su bebé de brazos al colegio.

A pesar de las dificultades, escuchó el consejo de sus maestros y logró graduarse. “El día que me gradué del colegio fue con mi hijo ahí al lado”. La primera vez que se separó de él fue para buscar empleo. Lo hizo con la ayuda de su suegra mientras tocaba puertas en el comercio local de Saravena, donde logró ubicarse como vendedora de bolsos. “Trabajar y tener algo de economía, plata propia, me empoderó muchísimo y dije: no soy el objeto de un hombre y ahí la vida me empezó a cambiar. La independencia económica te puede salvar de ese mundo en que vives”, sostiene. Cuando logró conseguir su primer empleo, inició también su carrera a distancia en la universidad Fundación Universitaria Claretiana de Bogotá, donde obtuvo el título profesional en Trabajo Social que le permitió conseguir un trabajo formal en la capital colombiana.

Sin embargo, la vida para los araucanos volvió a cambiar el pasado dos de enero, cuando veintisiete personas fueron asesinadas en Fortul, Saravena y Arauquita por disputas entre el Eln y disidencias de las Farc. “Yo retrocedí en el tiempo cuando me desperté en mi pueblo y nos dijeron que había empezado nuevamente el enfrentamiento. Sabemos lo difícil que es vivir entre los dos grupos. Es una pesadilla”, afirma Mayerly, quien teme que la historia de desplazamiento que vivió se repita con su hijo, o que él corra la suerte que han vivido otros menores o adolescentes expuestos al reclutamiento forzado. “A veces no sé cómo explicarle a mi hijo todas las preguntas que me hace. Él tiene derecho a vivir una vida en paz y tranquila, no lo que yo viví”.

En julio de 2019, la Defensoría del Pueblo emitió una alerta temprana advirtiendo el riesgo para aproximadamente 69.000 personas de la población civil en las áreas urbanas y rurales de Saravena, Arauquita, Tame y Fortul, “principalmente los niños, niñas, adolescentes, mujeres jóvenes, estudiantes de instituciones educativas, líderes comunales, sociales y defensores de derechos humanos, campesinos e integrantes de los resguardos indígenas, entre otros grupos poblacionales” por la escalada de violencia que se empezó a evidenciar en el departamento desde el segundo trimestre de 2018.

El tres de enero, después de los primeros asesinatos, los habitantes se vistieron con camisetas blancas y colgaron trapos del mismo color en las casas para pedir que dejaran a la población civil por fuera del conflicto armado. “Esta vez, la gente tuvo la valentía de salir y decirles: no, no estamos dispuestos a pagar las consecuencias de una guerra que no es de nosotros. Es muy difícil resignarse a que volvamos a repetir ese pasado. ¿Por qué retroceder si ya hemos reconstruido una vida como levantándonos de las cenizas?”, sostiene Mayerly.

Ya han pasado dieciocho años desde que esta joven araucana se encontró la mina explosiva atravesada en el camino de la escuela a su casa. “Ya no soy la niña que se encontró ‘el cablecito’ ahí donde había una mina y que salió corriendo con sus papás para que no los asesinaran. Hoy me he preparado y voy a alzar la voz, como muchas otras mujeres de Arauca; por mi hijo, por mi sobrina y por mi tierra”.

‘La mujer paga las peores consecuencias’

El secretario de Gobierno de Arauca, Édgar Guzmán, afirma que las mujeres son las principales víctimas del conflicto armado en el departamento por la pérdida de sus parejas, por ser blanco de amenazas o por el reclutamiento forzado al que se ven expuestos sus hijos menores o adolescentes. “Las mujeres no solo están inmersas en el reclutamiento de sus hijos , sino en la pérdida de sus familiares; deben salir corriendo de sus casas cuando se presentan estos actos de violencia”, explica Guzmán y aclara que la mujer campesina araucana es “el pilar de la familia”.

El funcionario reconoce que uno de los principales problemas es el temor a la denuncia por el control constante que ejercen los grupos armados sobre la población civil. “Muy pocos casos de reclutamiento de menores se denuncian por temor a estos grupos”, señala.

Sobre la situación actual de violencia en el departamento, señaló que todavía no existen garantías para que las familias que han sido desplazadas de las zonas rurales, en lo corrido de este año, puedan retornar a sus territorios. “Recientemente tuvimos que cancelar las clases de 150 niños de la escuela del sector de La Lipa, en zona rural de Arauquita, por amenazas de las disidencias de las Farc hacia los docentes y hacia las familias”, denunció

El riesgo es alto, especialmente, en zonas rurales de Tame, Saravena, Arauquita y Fortul. Asimismo, indicó que el pasado trece de marzo, día de las elecciones, cuatro presuntos integrantes del Eln y las disidencias de las Farc murieron en enfrentamientos en el sector de Normandía, en límites entre Puerto Rondón y Arauquita, los cuales causaron temor entre los habitantes de la zona.

“Arauca es un territorio sin oportunidades. El Gobierno nacional no ha entendido que Arauca requiere una atención especial, diferente a la del resto del país por nuestras condiciones de frontera. Con más de 50.000 migrantes venezolanos en nuestro territorio, necesitamos atención preferencial por parte del Gobierno”, puntualizó.

Ahora bien, diversas plataformas de derechos humanos, organizaciones sociales, sindicatos, medios alternativos de prensa y organismos internacionales reunidas en el Foro por los Derechos Humanos de Arauca, los días 24 y 25 de marzo, señalaron que “la única respuesta del Estado son consejos de seguridad, de los cuales solo salen nuevas estrategias militares que agravan más las condiciones de vida de la población y no resuelven las necesidades sociales de la región”.

En una declaración publicada tras la realización del foro, hicieron un llamado a articular esfuerzos sobre diferentes objetivos. Entre ellos, pedir a los distintos actores armados acatar el Derecho Internacional Humanitario, excluyendo de sus acciones bélicas a la población civil, organizaciones sociales y bienes civiles protegidos.

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Si pudiera, no le volvería a decir su nombre casi a nadie. Tuvo que salir como un fantasma de su pueblo y regresó hace apenas un mes, por necesidad. “Cuando decidí volver había bajado un poco la violencia, pero ese mismo día mataron a un señor y al día siguiente a otro. Gracias a Dios fueron esos dos muertos solamente”. Relato de un defensor de derechos humanos que tuvo que desplazarse y abandonar su cargo en una oenegé.

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Estaban en una camioneta gris, grande. Era la noche de un domingo. Había nueve personas en el vehículo. Cuando iban pasando por una vereda, en la vía que comunica a Santo Domingo con Puerto Rondón, en Tame, fueron atacados a bala. Cuatro personas murieron: dos menores, entre los muertos. La vida de los niños en Arauca no es como en un cuento de hadas ni superhéroes, es como una pesadilla que se repite entre amenazas, panfletos, balas y asesinatos.