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Los ataques con los que buscan silenciar a líderes sociales en Arauca

Las bombas y las balas
con las que los armados
buscan silenciar
al liderazgo social
en Arauca

Las bombas y las
balas con las que los
armados buscan
silenciar al liderazgo
social en Arauca

Relato de un defensor de derechos que tuvo que desplazarse y abandonar su cargo en una organización social.

JULIÁN RÍOS MONROY

Redactor de EL TIEMPO

Si pudiera, no le volvería a decir su nombre a nadie. Tuvo que salir como un fantasma de su pueblo y regresó hace poco más de un mes, por necesidad. “Cuando decidí volver había bajado un poco la violencia, pero ese mismo día mataron a un señor y al día siguiente a otro. Gracias a Dios fueron esos dos muertos solamente”. Solamente, dice este otrora líder social, como si dos asesinatos fueran poco. Aunque en medio de la crisis que vive su departamento, Arauca, parecen serlo: solo el 2 de enero se reportaron 23 homicidios. El primer mes del año cerró con 66 muertes y al menos 1.184 desplazados en esa tierra de llanuras colindante con Venezuela.

Las cifras dan cuenta de la crisis. En los 12 meses del 2021 se registraron 185 homicidios, y en los primeros cuatro meses del 2022 se cuentan 159, según la base de datos de la Policía Nacional. En otras palabras, en promedio, el departamento pasó de un asesinato cada dos días en 2021, a uno cada día en 2022. Uno de los casos crueles recientes se presentó el 18 de abril, cuando masacraron a una familia entera, incluidos Delvis Arvey, de 9 años, y Briangis, de tan solo 4.

Él —el otrora líder social— huyó por miedo a hacer parte de esa lista fúnebre que muestra el drama que enfrentan los araucanos . Tiene 24 años y desde hace nueve pertenecía a una organización social que defiende los derechos humanos y el territorio y visibiliza las dificultades en educación, transporte escolar, alimentación, salud, y los casos de reclutamiento forzado de menores de edad para las filas de grupos armados.

“Me retiré este año cuando se incrementó el tema de asesinatos y amenazas. Tomé la decisión junto a mi esposa. Había que dejar la labor. Sentimos mucho miedo después de que empezaron las amenazas contra todo el movimiento social”, cuenta.

Las alertas se encendieron el 9 de enero, luego de un atentado con granada a la sede de la Empresa Comunitaria de Acueducto, Alcantarillado y Aseo de Saravena (Ecaaas), un proyecto de servicios públicos fundado por campesinos hace medio siglo, que hoy es conducido por un centenar de organizaciones sociales de Arauca. La acción terrorista se dio horas después de que circuló un audio de ‘Antonio Medina’, jefe de las disidencias del frente 28, en el que decía que iban a asesinar a los líderes sociales y de Juntas de Acción Comunal.

Apenas 10 días después, otro atentado dejó al descubierto el nivel de riesgo tras ese mensaje. También en Saravena, a eso de las 10:34 p. m., un carro bomba explotó a escasos metros del edificio Héctor Alirio Martínez, una construcción de cuatro pisos conocida como la casa de las organizaciones sociales en Arauca.

“Eso fue una amenaza directa, porque ahí en el edificio dormían más de 50 líderes sociales que estaban en un tema de escuela de formación de líderes. Cinco de ellos quedaron heridos y perdió la vida un vigilante. Eso generó que la mayoría de líderes saliera del departamento”, asegura el hombre.

Tres días después, las disidencias del frente 28 se atribuyeron la responsabilidad del atentado, hicieron señalamientos con nombre propio y establecieron como objetivo militar a varias personas y de organizaciones sociales de Arauca.

“Lo que dijeron las disidencias es que la gente que estaba (en el edificio) hacía parte del comando urbano del Eln, que por eso detonaron el carro bomba. Y ese edificio es conocido y todo el mundo sabe que es la casa de las organizaciones sociales y donde tienen oficinas diferentes sindicatos. En ese marco fueron asesinados dos líderes sociales que eran de la casa de la cultura y otro miembro de una fundación de derechos humanos”, cuenta el líder retirado.

Esos señalamientos, que buscan ligar al movimiento social de Arauca con la guerrilla del Eln, no son nuevos; pero en medio de la guerra que se vive en Arauca han fortalecido la estigmatización contra el liderazgo y, de paso, la persecución de los armados.

“Lo que está pasando en el departamento, que estalló a principios de este año, es una guerra interna entre guerrillas: la disidencia de las Farc y el Eln. Hace unos 10 años ya se había prendido esa guerra, pero firmaron un cese al fuego. Ahora, en 2022, la sorpresa fue que se armó de nuevo. Después de algunos días de enfrentamientos entre ellos, empezaron a meterse con civiles y las disidencias amenazaron directamente a los líderes sociales”, contó un defensor de derechos humanos de la zona.

Cuando el miedo obliga a abandonar

Pocas horas antes del estallido del carro bomba, el líder sin nombre estaba en el edificio Héctor Martínez junto a los compañeros de su asociación. Como ya rondaba la orden de asesinar a los de las organizaciones sociales, salió antes de que oscureciera y recorrió los 24 kilómetros que hay entre Saravena y su pueblo.

Estaba acostado cuando escuchó el estruendo, pero se imaginó que había sido algún gato en el techo: “Revisé el celular y llegaron un montón de mensajes. En WhatsApp dijeron que había sido un bombazo, que el secretario departamental de la asociación estaba herido, con esquirlas en la cabeza. Por fortuna, había unas canecas de arena que no dejaron que colocaran el carro bomba al frente del edificio, porque donde hubiera sido así no quedaba vivo ni uno”.

Con semejante advertencia, el miedo se esparció entre los líderes y sus familias. “Mi esposa me dijo que me fuera, que prefería que estuviera lejos pero vivo, no en una tumba”, cuenta el hombre.

Empacó dos pantalones y tres camisetas, se puso una gorra, tapabocas y gafas y salió por tierra, en el bus de las cinco de la mañana. Fueron 13 horas de viaje atravesando tres departamentos. Dice que solo volvió a respirar con tranquilidad cuando salió de Arauca, su tierra.

“Es muy doloroso dejar esa responsabilidad de uno como líder. Yo di un paso al costado con lágrimas en los ojos, porque eso es algo que a uno le nace. A mí me nace hacer labor social, luchar por los derechos, estar en comunidad, hacer actividades lúdicas y recreativas con los muchachos, encontrarnos con los niños del campo que son tan olvidados, hacer murales recordando a los jóvenes y líderes asesinados, buscar proyectos productivos para el campo, para generar economías propias”.

Y sigue: “Camellábamos bacano, pero esas amenazas rebosaron la copa. Un carro bomba no lo pone cualquiera”.

Llegó a donde unos familiares con planes de mantenerse lejos de Arauca durante seis meses o un año, pero las condiciones no se prestaron para eso.

“Me tocó dejar a mi esposa tirada. Y ella ya estaba muy afectada en su salud mental. Lo dejé todo y me fui, pero tuve que volver porque tengo deudas y el banco no da espera”, lamenta.

Sin que la marea de la violencia bajara en su departamento, regresó bajo riesgo de muerte. Y la única forma de autoprotección que encontró fue alejarse por completo de su organización y de las labores comunitarias en las que estaba desde hace casi una década.

“Si me llegan a matar, que me digan por qué, si yo no he hecho nada malo: solo defender derechos y estar en contra de algunas leyes del gobierno, como lo que se va a implementar de una ‘zona futura’, el saqueo de recursos mineroenergéticos y la oposición a proyectos de extracción petrolera”, dice.

Cuando se le pregunta por las medidas de seguridad del Gobierno, asegura que la única opción es “no dar papaya”.

“La respuesta fue enviar más tropas. El Ejército le ha dado golpes durísimos a las disidencias, han dado de baja a cabecillas, pero la solución no es enviar más militares porque eso genera más violencia, más plomo. Esto es complejo porque uno ve que los militares se la pasan en las calles, pero los muertos siguen, los enfrentamientos siguen”.

En Arauca siguen apareciendo panfletos y mensajes amenazantes contra los líderes, que están en medio de las balas y las bombas de guerrilleros y disidentes. Muchos se mantienen en firme, pero el miedo y la amenaza está haciendo que el silencio o el retiro se vuelva la única opción para ellos.

@julianrios_m

El camino minado de
las mujeres en Arauca

El camino minado
de las mujeres
en Arauca

Por Greace Vanegas

Especial para EL TIEMPO

“Nada tenía que ver con la guerra, jamás en su vida se metió en temas políticos. Pagó las consecuencias de esta absurda guerra que nos sigue robando la vida en silencio a los araucanos. No hay forma de asimilar esto, vuela alto, Yesenia”. Este fue el mensaje de despedida que Mayerly Briceño le escribió a Karen Yesenia González, asesinada a disparos por la espalda el pasado 9 de marzo mientras se movilizaba en una moto por las calles de Saravena, Arauca, junto con su esposo Juan Pablo Jiménez, excandidato a la Alcaldía del municipio y promotor del voto en blanco a la Cámara de Representantes en las elecciones.

El horror de la guerra se ensaña
con los niños en Arauca

El horror de la guerra
se ensaña con los
niños en Arauca

Por David López Bermúdez

EL TIEMPO

Estaban en una camioneta gris, grande. Era la noche de un domingo. Había nueve personas en el vehículo. Cuando iban pasando por una vereda, en la vía que comunica a Santo Domingo con Puerto Rondón, en Tame, fueron atacados a bala. Cuatro personas murieron: dos menores, entre los muertos. La vida de los niños en Arauca no es como en un cuento de hadas ni superhéroes, es como una pesadilla que se repite entre amenazas, panfletos, balas y asesinatos.