
'Yo la puedo apoyar con plata, pero si se acuesta conmigo'
El 90 % de los niños y jóvenes deportistas víctimas de abuso sexual conoce de forma cercana a su victimario.

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'YO LA PUEDO APOYAR CON PLATA, PERO SI SE ACUESTA CONMIGO'
Esas palabras aún me dan vueltas en la cabeza. Me retumban como golpes más duros que los que se dan en el boxeo: “Si se acuesta conmigo…”, me dijo sin ninguna vergüenza ese señor Jaime Cuéllar, que era el presidente de la Liga de Boxeo del Valle, y mientras me lo decía se me acercaba para tocarme. Me sentí acorralada en su oficina, presa de un pavor que me congeló.
Yo era una niña de 13 o 14 años, indefensa. Afortunadamente un instinto de defensa me hizo reaccionar, justo a tiempo, para escabullirme. No accedí a sus pretensiones y sin embargo pasé muchas noches en vela sintiéndome asqueada, con esa frase revolviendo mi estómago, y pensando a diario en la situación de tantas ‘peladas’ que pasaron por esa oficina: tantas víctimas de ese viejo asqueroso.
Mi historia es la de una deportista que, como muchas, venía de abajo, llena de necesidades y repleta de sueños. Quería conquistar los cuadriláteros, pelear en diferentes partes del mundo. Comencé en el 2012 cuando vi los cuadriláteros y dije: aquí pertenezco. Pero no era fácil. Mi primer rival fue el propio boxeo. Muy rápido me di cuenta de que en un deporte como este, con mayoría de hombres, a las mujeres nos tocaba aguantar mucho.



En el coliseo El Pueblo, de Cali, tuve profesores asquerosos que aprovechaban cualquier instante para acercarse por detrás. Usaban pretextos como que iban a corregir la postura y la posición de la cadera. Fueron las primeras formas de abuso que noté. Entre nosotras lo hablábamos, pero de ahí no pasaba, ninguna se atrevía a quejarse
Había un profesor, el de principiantes, que era asqueroso: todas las muchachas se sentían incómodas con él por cómo se nos acercaba. Incluso, hubo profesores muy buenos que se quejaron: de inmediato los trasladaron de coliseo.
La mayoría éramos niñas sin mayor educación, mucho menos en temas sexuales. De eso no se hablaba en la casa. Era como un tema prohibido. Además, crecimos con necesidades, veníamos de barrios marginales, yo del sector de Siloe, en Cali. Crecimos con hambre. Y en ese mundo de miseria siempre hay gente que se aprovecha. Así era Cuéllar, el que me propuso acostarme con él por dinero, en 2013… De solo mencionar su nombre… se me quiebra la garganta… me lleno de rabia…
La oficina
La oficina, ubicada en Indervalle (Instituto de Deportes), era el lugar predilecto de Cuéllar (para entonces de 77 años) para citar a las muchachas. Lo hacía entre las 11 y las 11:30 a. m., como un cronometrado ritual del abuso. Es que a esa hora el lugar se quedaba solo y él aprovechaba. Pedía que fueran solas. Las citaba con promesas de darles apoyo económico o uniformes. Así que las muchachas, tan necesitadas, iban.



La oficina era un lugar con dos espacios. El primero, con el escritorio donde sobresalía el cuadro de su familia; había diplomas en las paredes. También una estantería con libros. En el otro espacio había un sofacama, creo que era rojo, no recuerdo bien, pero era el que usaba Cuéllar para hacer de las suyas
Las citas a la oficina se volvieron tan habituales que ya todas sabíamos a qué nos exponíamos. Algunas iban, y volvieron y accedieron. Otras no. Yo, desde ese episodio quedé tan asustada que no volví sola; iba, si tocaba, con compañeras o con mi mamá, sin atreverme a contarle. Eso lo vine a hacer en 2018, luego de la denuncia. La oficina era como ir a la cueva del lobo.



Recuerdo que hubo una eliminatoria para decidir quiénes iban a una competencia. Gracias a Dios me gané mi lugar, pero hubo chicas que no participaron o que perdieron y sin embargo fueron. Ya todas sabíamos por qué… En los Nacionales, él cogía a las chicas, ya no de Cali sino de Jamundí o Buenaventura y era lo mismo: “Las espero en mi oficina”. Si no era con torneos, era con plata.
Utilizaba su poder y su dinero para llegarle a las ‘peladas’, para acosarlas y acostarse con ellas. Puedo decir que de todas las que pasamos por la liga en esa época, no se salvó una. Y todas éramos menores de edad. ¡Todas!
Mi carrera en el boxeo terminó en 2015, cuando quedé embarazada. Me dediqué a mi hijo. Entré a la universidad y me puse a ‘camellar’. Ya no podía seguir entrenando. Traté de dejar todo atrás. En 2018, una compañera nos convocó a varias y nos dijo: “Estoy ‘mamada’ de que esto pase… Sé que ustedes no estuvieron tranquilas con él, y lo peor es que hay niñas a las que les sigue pasando”. Éramos seis ‘peladas’. Ella nos motivó para hablar. Hicimos la primera denuncia en la Fiscalía. Nos llamaron a declarar. Y ese fue otro golpe en la quijada. Cuando conté que ese señor me ofreció dinero en la oficina para que me acostara con él… y que alcanzó a tocarme, me dijeron que como no hubo tocamiento agravado ni penetración, mi testimonio quedaba deslegitimado... Salí llorando. Dije, con toda la firmeza de mi voz: “No quiero saber más de esto, ya tengo una vida, un hijo, me voy, me olvido”.
En 2021 recibimos una llamada de Indervalle y de la Secretaría de la Mujer: un caso había reventado en otro municipio, con una nena. La noticia se volvió un ‘boom’. Y por eso querían que volviéramos a hablar.

Pero yo estaba desgastada. El boxeo es mi vida, me encanta, pero no quiero que se relacione más mi nombre con ese tema. No quiero que me revictimicen. Estoy ‘mamada’ de hablar de ese señor, de esa oficina, y más porque no ha pasado nada.
La denuncia no avanzó; el abogado que nos estaba ayudando no nos informaba nada. Opté por alejarme del proceso. Hoy no sé en qué va la demanda… Supimos que a él lo capturaron, pero no por nuestro caso. No queremos insistir más.



Finalmente él ya está en la cárcel.
En cuanto a nosotras, algunas sí recibieron ayuda: una compañera está trabajando con Indervalle; y otra, con la Secretaría de la Mujer, apoyando procesos y formación a funcionarios sobre violencia de género, diversidad y sexualidad. Esa fue su forma de reparación. En todo caso, mi conclusión de todo esto es que el deporte en Colombia no está pensado para las niñas pobres.
Ya luego de la captura, empezaron a buscarnos. A algunas compañeras les ofrecieron plata para tumbar la denuncia. Yo seguí como testigo porque, como conté, mi denuncia no la recibieron… Si por mí fuera, que ese señor se pudra en la cárcel, se lo merece, pero yo no quiero lidiar con personas que le quitaron toda validez a lo que sentí, a lo que viví… al asco que sentía en las noches, a las lágrimas que muchas derramamos en los pasillos del coliseo mientras nos contábamos qué nos habían hecho. Hoy solo me pregunto por qué nos pasó esto, si nosotras solo queríamos ser boxeadoras.
