En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información
aquí
Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí. Iniciar sesión
¡Hola! Parece que has alcanzado tu límite diario de 3 búsquedas en nuestro chat bot como registrado.
¿Quieres seguir disfrutando de este y otros beneficios exclusivos?
Adquiere el plan de suscripción que se adapte a tus preferencias y accede a ¡contenido ilimitado! No te
pierdas la oportunidad de disfrutar todas las funcionalidades que ofrecemos. 🌟
¡Hola! Haz excedido el máximo de peticiones mensuales.
Para más información continua navegando en eltiempo.com
Error 505
Estamos resolviendo el problema, inténtalo nuevamente más tarde.
Procesando tu pregunta... ¡Un momento, por favor!
¿Sabías que registrándote en nuestro portal podrás acceder al chatbot de El Tiempo y obtener información
precisa en tus búsquedas?
Con el envío de tus consultas, aceptas los Términos y Condiciones del Chat disponibles en la parte superior. Recuerda que las respuestas generadas pueden presentar inexactitudes o bloqueos, de acuerdo con las políticas de filtros de contenido o el estado del modelo. Este Chat tiene finalidades únicamente informativas.
De acuerdo con las políticas de la IA que usa EL TIEMPO, no es posible responder a las preguntas relacionadas con los siguientes temas: odio, sexual, violencia y autolesiones
Totó la Momposina: el símbolo de la música tradicional colombiana
Totó La Momposina se retira de los escenarios. Recordamos su entrevista con BOCAS.
A Totó la Momposina no le gusta llegar a su casa después de las cuatro de la tarde. Le incomoda alterar una rutina destinada a ver las dos series que la apasionan: Los Borgia y Game of Thrones.
Se pone la pollera y la blusa roja, acomoda el collar de chaquiras azules hecho por los indígenas emberá. Con destreza, amarra el pelo negro y crespo con un pedazo de tela por donde salen algunos mechones revueltos.
Sin divismo, pero con la autoridad que le confiere ser una de las más grandes cantadoras del país, dice con firmeza: “Quiero irme temprano”. Mira el reloj blanco de plástico que hace tres años le regalaron los integrantes del grupo Crew Peligrosos cuando hizo con ellos una versión de “El pescador”, y confirma que son las dos de la tarde.
Tampoco quiere forzar la voz. Por la mañana estuvo en una charla con estudiantes de la Universidad Militar en Cajicá y asegura que tiene que istrar el uso de las palabras. Cuidar su instrumento más preciado es casi una obsesión. Tiene dos instructoras de técnica vocal, una en Bogotá y otra en Inglaterra, que consulta de vez en cuando para fortalecer el registro de soprano. Habla lo necesario, pero cuando lo hace es fulminante. Las palabras “identidad”, “ancestral” y “pertenencia” ocupan un lugar primordial en su vocabulario. Cada vez que las pronuncia la atraviesa una solemnidad contundente.
Almorzó algunas almendras y un banano, pero dice no tener hambre. Confiesa que el rojo es su color preferido, que es una mujer de fuego porque la rige el signo Leo y porque su animal, según el horóscopo chino, es el dragón. No fuma ni toma, no le gusta hablar por celular, jamás se pinta las uñas, adora cantar descalza para conectarse con la fuerza de la tierra, en su mochila carga un portátil en el que estudia música y un cuaderno con apuntes de los repertorios de concierto.
A los 76 años no sigue ninguna religión, pero sostiene que practica la filosofía de la vida espiritual. Cuando está en su casa oye a Mozart, Beethoven, Tchaikovsky y Paganini, y cuando viaja a Barranquilla no pierde oportunidad para ir a La Troja a bailar salsa. Está convencida de que en Colombia no hay sentido de pertenencia, cree que los sueños son premoniciones y que la envidia es el peor sentimiento que existe.
Cuando recuerda que el río Magdalena se está secando, sus ojos –oscuros y profundos– se llenan de agua. Para que la alegría regrese canta: “Tanguita, tanguita, de la playa vengo…”. Las manos de Totó danzan cuando canta. La voz, potente y afinada, llena el espacio. Luego suelta una carcajada y enseña la sonora risa negra e indígena, que es la risa de la cumbia.
Sonia María Bazanta Vides, como fue bautizada, nació el 1 de agosto de 1940 en Talaigua, en la isla de Mompox, Bolívar. Tuvo la suerte de crecer en un linaje de músicos virtuosos. Su abuelo tocaba el clarinete y dirigió una banda en Magangué. Su padre, además de zapatero, fue percusionista, y su madre, cantante y bailarina. De sus cinco hermanos –cuatro mujeres y un hombre–, ella, que es la mayor, es la única que canta.
Comenzó su carrera en programas como Sábados felices, El show de Jimmy, Cante aunque no cante y La Orquídea de Plata Philips. De ahí, gracias a su persistencia y talento, saltó a escenarios como el Radio City Music Hall, en Nueva York; el Kennedy Center, en Washington; el Barbican Centre, en Londres; la sala de conciertos Oktjarbrskaja, en San Petersburgo; el Konzerthaus, en Berlín; la Casa de América, en Madrid, y el festival WOMAD (World of Music, Arts & Dance).
Uno de los episodios más importantes de su carrera sucedió en 1982, cuando se presentó en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura en Estocolmo. Cantando la música de los ancestros, marcó un hito en la historia del premio y se dio a conocer en el mundo entero.
Estudió canto en el conservatorio de la Universidad Nacional e historia de la danza y de la música en la Universidad de la Sorbona, en París. En 1977 hizo dos temas con discos Orbe: “Te olvidé” y “Dos de febrero”, y en 1983 grabó en París su primer disco: Totó la Momposina y sus tambores: Colombie, pero cuando lo trajo al país y tocó las puertas de las disqueras, le respondieron que no tenían dinero para promocionarlo. Diez años después, Peter Gabriel, el músico británico creador de Real World Record, la buscó para hacer La candela viva, un disco emblemático con el que se consagró en la escena de la world music. Después vinieron los álbumes Carmelina (1996), Pacantó (1999), Gaitas y tambores (2002), La bodega (2010) y El asunto (2014).
Aunque afirma que en Colombia muchos no la conocen, con su música ha recorrido el mundo. Se ha presentado en EE. UU. , Centroamérica, Canadá, Suecia, Alemania, Francia, Inglaterra y Japón.
Además de los chandés, bullerengues, mapalés y cumbias –que nadie canta como ella–, también se le ha medido a otros ritmos musicales en diversas colaboraciones artísticas. Hizo parte del video que Playing for Change realizó con 80 músicos colombianos que cantaron “La tierra del olvido”; con Lila Downs grabó el tema “Zapata se queda”; con Mónica Giraldo hizo “Así lo canto yo”; con Calle 13, Susana Baca y María Rita cantó “Latinoamérica”, la cual recibió el Grammy Latino a grabación del año en 2011, y con los estudiantes del Berklee College of Music de Boston grabó el tema “Oye Manita”, un homenaje a la cantadora Estefanía Caicedo que se lanzó hace tres semanas.
El Ministerio de Cultura le entregó el premio Vida y Obra en 2011. Estuvo nominada al Premio Grammy Latino por Gaitas y tambores en 2002, recibió el Grammy Latino a la trayectoria artística en 2013 y estuvo nominada por primera vez a los Grammy Anglo en 2014, en la categoría mejor álbum tropical latino con El asunto. Ese mismo año se presentó en Rock al Parque junto a Alfonso Espriella, con quien cantó “El pescador”, y demostró que es capaz de cautivar a cualquier auditorio.
Aunque afirma que en Colombia muchos no la conocen, con su música ha recorrido el mundo. Se ha presentado en Estados Unidos, Centroamérica, Canadá, Chile, Argentina, Suecia, Alemania, Francia, Inglaterra, Holanda, España, Bélgica, Japón y la Unión Soviética.
Se casó con un médico de la Universidad Nacional, de quien luego se separó para convertirse, según cuenta, en una de las primeras mujeres de su generación en asumir un divorcio. Totó tuvo otros amores, pero prefiere no hablar del tema. Tiene tres hijos: Angélica María, odontóloga y bailarina; Eurídice, cantadora, y Marco Vinicio, percusionista y director musical de su grupo desde hace 18 años. Los 15 músicos que la acompañan la llaman "Señora Totó" y sus nueve nietos le dicen "Totico".
Totó es disciplinada, estricta, sensible y directa. Coqueta cuando quiere. Luego de una larga sesión fotográfica que se extendió hasta las cuatro de la tarde me dijo muy seria: “Sé que prometí hacer la entrevista y yo soy una señora de palabra. Cuando la doy la cumplo llueva, truene o relampaguee”.
Se olvidó de la necesidad de llegar temprano a su casa para ver sus series favoritas. Se sentó, se comió otro banano y empezó esta entrevista.
Usted se llama Sonia María Bazanta, ¿en qué momento nació Totó?
Los nombres no son por casualidad. Desde chiquita a todas las cosas que veía les decía “totó”, y mi papá decidió llamarme así. Pero luego, una cantante haitiana, Totó Bissanthe, me contó que Totó significa persona pequeña, pero de corazón grande.
Cuando usted tenía cinco años, toda su familia tuvo que salir de Talaigua debido a la violencia política. ¿Cómo fue eso?
De Talaigua salimos para Barrancabermeja y de ahí a Villavicencio. Estando allá, a mi mamá le dijeron que montara una obra en la escuela pública y ella hizo La barcarola. Uno de los personajes de la obra usaba quepis. Ese quepis luego lo encontraron y lo tomaron de excusa para acusar a mi papá, que era liberal, de matar conservadores. Estuvo dos meses en la cárcel hasta que el doctor Manuel Pachón Padilla, que era nuestro pediatra y hermano del entonces procurador general, lo sacó. Nos dijo: “Apenas salga de la cárcel ustedes tienen que irse para Bogotá. Si a las cinco de la tarde no han pasado Subachoque, los cogen y los matan”. El doctor nos consiguió una casa en el barrio Las Cruces, muy cerca de donde vivían los papás de Jorge Eliécer Gaitán. Recuerdo que era una casa de tres piecitas: en dos estaba el trasteo, y en la otra, todos nosotros hacinados.
¿Cómo la recibió la capital?
Fue duro. A mis hermanas y a mí nos decían: “Negras corazón de chulo, pensamiento de burro”. Había mucho racismo, se rascaban las orejas y las rodillas porque decían que uno era el diablo. Después nos instalamos en una casa en el Restrepo donde mi papá, que era zapatero, comenzó con todo el comercio que hoy existe en el barrio. Ahí fundamos uno de los primeros centros culturales de Bogotá: La Casa de los Bazanta, sede del grupo Danzas del Caribe, creado por mi mamá. Cuando llegó la televisión a Colombia mi mamá presentó una licitación, junto con Álvaro García Pombo, para tener un programa que se llamó Acuarelas costeñas, en el que mostrábamos todo lo referente a la música ancestral. Mis hermanas y yo, que tendría unos 13 años, bailábamos porros, paseos, merengues, puyas, cumbias y las danzas de los indios.
Pero a los siete años usted ya bailaba muy bien. Cuénteme la anécdota del primer concurso de baile que ganó.
El antiguo teatro Cóndor de Villavicencio hizo un concurso y yo fui y me inscribí sola porque me quería ganar el premio: un mes gratis de entradas a cine de matiné. Bailé y gané. Nunca le dije nada a mi mamá ni a ningún miembro de mi familia.
Desde muy niña aprendió a hacer muchas cosas, incluso la modistería, ¿no?
Con mi mamá aprendí a hacer muñecas de trapo y a coser a mano porque a mi abuelo, que era un señor de un metro con noventa, le gustaba que yo le hiciera sus calzoncillos. También aprendí a hacer zapatos de diferentes hormas, me quedaba hasta las cinco de la mañana ayudándole a mi papá y así aprendí. Y en segundo de bachillerato me enseñaron modistería, por eso yo me encargo de comprar todas las telas de mis vestidos.
Totó la Momposina. Foto: Pablo Salgado. Foto:
¿Cuándo supo que sería cantadora?
Ser cantadora se descubre el día en que se nace y uno da su primer grito. Los que gritan con armonía son los que van a cantar, y yo grité con armonía. Para ser cantadora hay que tener el don y saber muchas cosas, también hay que ser riguroso con el canto. Porque hay músicos de paso, de ventú y músicos artistas, que somos los que tenemos que tomarlo con sentido de pertenencia.
¿Es cierto que Celia Cruz vaticinó que usted sería una gran artista?
Eso fue en la inauguración del Centro de Convenciones de Bogotá en 1954. Esa noche tocó Celia, pero también se presentó Danzas del Caribe, el grupo de mi mamá. Cuando yo salí a cantar “El mapalé”, Celia le preguntó a mi mamá quién era esa niña y le dijo que estaba predestinada a ser una estrella. Pero mi mamá me lo contó hace unos diez años. No me había dicho nada porque la adulación no es buena para un artista.
Ser cantadora se descubre el día en que se nace y uno da su primer grito. Los que gritan con armonía son los que van a cantar, y yo grité con armonía.
Usted comenzó su carrera en programas como Sábados felices y El show de Jimmy. También participó en La Orquídea de Plata Philips, que premiaba al ganador con un disco. ¿Qué pasó?
A las siete de la noche llamaron a decirme que me había ganado la Orquídea de Plata Philips, pero a las diez el premio ya no era mío. Se lo dieron a Clara Inés Posada argumentando que la música que yo cantaba no era comercial. De consuelo me dieron un televisor Philips. También estuve varias veces en El show de las estrellas, pero con el grupo decidimos no volver porque no nos pagaban bien. Yo no necesito que Jorge Barón me dé la patadita de la buena suerte.
¿Por qué decidió entrar al Conservatorio de Música de la Universidad Nacional?
Esta misma pregunta me la hizo Carmiña Gallo el día que me presenté a la Nacional. Y le respondí: “No vengo a que me enseñen a cantar, ustedes no van a afinarme, lo que yo quiero es que me enseñen la técnica vocal necesaria para proteger mi voz”. Sigo estudiando, tengo dos profesoras de técnica vocal: una en Inglaterra y otra aquí, que es búlgara. El que no estudia no llega a ninguna parte. Con mi grupo ensayamos tres horas a la semana y todavía no sé cantar.
Eso no se lo creo.
Es la verdad.
En 1964 arrancó con el grupo Totó la Momposina y sus tambores. ¿Qué recuerda de ese momento?
Gracias a la oficina de turismo, que se encargó de llevar al grupo de Delia Zapata y al mío por toda Centroamérica, nos dimos a conocer. Luego yo misma me encargué de promocionarme. Fuimos al Radio City Music Hall de Nueva York, nos presentamos en Suecia, Alemania, Francia, Inglaterra, Holanda, Bélgica y en la Unión Soviética, donde estuvimos cinco meses de gira. En Francia grabé mi primer álbum: Totó la Momposina y sus tambores: Colombie. Ese disco lo traje aquí, lo llevé a Sony Music y me dijeron que estaba muy bueno, pero que no tenían plata para promoverlo.
Totó la Momposina. Foto: Pablo Salgado. Foto:
Un momento fundamental en su carrera fue la presentación en la entrega del Premio Nobel de Literatura en 1982. ¿Cómo fue esa experiencia?
Antes de saber que iba a estar allá, me había soñado con el Nobel. Los sueños son premoniciones, que la gente no los tome en serio es otra cosa. En mi sueño yo levitaba en un palacio y me veía cantando y bailando con el vestido blanco de boleros rojos con el que estuve allá. Lo que hicimos fue emblemático porque antes presentaban únicamente música de cámara. Canté "Soledad", una cumbia que no fue hecha para eso y que yo llevaba años cantando. Eso significa que me pertenecía estar ahí.
¿Es cierto que Gabo pidió que usted estuviera en la ceremonia?
En la Costa todos nos conocemos y con Gabo nos apreciábamos como artistas. Iban a llevar a Sonia Osorio a ese evento y Gabo dijo: “Si ella viene aquí, que ella salga a recibir el Nobel”. Él insistió en que era yo quien tenía que estar ahí.
En 1983 decidió dejar Colombia e irse para París. ¿Qué la motivó a hacerlo?
Cuando vivíamos en el Restrepo teníamos el Teatro Sucre muy cerca y el premio que nos daba mi mamá era llevarnos a cine los domingos. A través del cine me enamoré de Europa y de París; además, nunca me interesaron los Estados Unidos. Cuando llegué allá sentí que pertenecía a ese lugar.
¿Qué tan difícil fue ganarse la vida en París?
Me tocó pasar la manga. Canté en la calle, en el metro, en los mercados de las pulgas, en bares, en universidades, afuera del Pompidou, la música de nosotros nadie la conocía. Muchas veces, en los viajes, mis hoteles eran las casas de los estudiantes, pero nunca me quedé en la calle. Viví un tiempo en el quartier 20 y luego en el boulevard de la Villette.
¿En qué momento aparece la opción de estudiar en la Sorbona?
Un día me fui a tomar onces donde una amiga y me dijo que en la Sorbona habían abierto unos cursos de iniciación musical, historia de la danza y de la música. Como no tenía papeles, me fui donde Plinio Apuleyo Mendoza, que en ese momento era el embajador en Francia. Me dijo que me ayudaba y me matriculé. Estudié dos años.
¿Cómo llegó Peter Gabriel a su vida?
Es que yo tenía que estar allá. En esa época estaban de moda los Bolivia Manta, los Quilapayún, estaba todo el sur de América, pero faltaba Colombia. A Thomas Brooman, el director del festival WOMAD, le dijeron que en París había una señora que cantaba la música ancestral de Colombia en algunos bares, y él fue a buscarme para invitarme al festival. Thomas quedó cautivado con la música. También le mostré la cocina de nosotros, cómo se hace un sancocho, un arroz con coco. Gracias a Thomas, Peter Gabriel escuchó de mí, pero cuando él empezó a buscarme yo ya me había venido para Colombia. A través de Colcultura encontraron una conexión y nos fuimos para Inglaterra.
Con él grabó La candela viva, uno de sus discos más importantes. ¿Qué recuerda de ese momento?
Estuvimos casi dos semanas grabando ocho horas diarias. Mientras grabábamos el disco nos quedamos a dormir en una casa quinta con cuatro estudios de grabación que él tiene en un pueblo de Inglaterra. Peter es muy introvertido, pero sabe de música. Iba y escuchaba, y opinaba muy poco porque para él todo eso era nuevo. Trabajar con él me aportó una gran disciplina.
¿Cree que ha sido su mejor álbum?
Todos han sido los mejores álbumes. En la música ancestral no existe tema malo.
Para poder financiar el disco Pacantó, tomó la decisión de vender la casa que tenía en Ciudad Jardín. ¿Valió la pena?
Claro, cuando los artistas creemos en un ideal, el dinero y lo material pierden valor. Yo he financiado todos mis discos y cuando llegó el momento de hacer Pacantó la única opción era vender la casa. Así que la vendí, y listo.
Sin embargo, durante un tiempo estuvo con Sony Music, con los que grabó El asunto. ¿Cómo resultó esa alianza?
Hicimos un contrato a tres años para probar y no funcionó. Era otra gestión la que había que hacer. No los estoy acusando, pero realmente la música ancestral no puede estar en una casa disquera que tenga conceptos diferentes de la world music y donde la música no tenga la posición que le corresponde. Yo les puse la condición de que, si después de año y medio no funcionaba, me tenían que dar libertad, y así pasó. Ellos toman artistas que pueden manejar, pero a mí no me pueden manejar, ¿entiendes? Porque yo tengo un concepto propio y siempre he hecho lo que tengo que hacer, que es cantar.
Dicen que hubo un momento en el que perdió la voz. ¿Es cierto?
Eso fue en Chicago. Apenas pisé la ciudad me fui poniendo ronca, luego llegué al teatro y ensayé, pero no pude cantar. Durante el concierto hice el coro en tres canciones y no pude más, no me salía la voz. El canto es espiritual y eso estaba lleno de malas energías, allá estuvieron capos de la mafia como Al Capone. La a del teatro me dijo que a muchos artistas les pasaba lo mismo. Me fui de Chicago y recuperé la voz.
¿Qué siente antes de salir al escenario?
Miedo. El artista que deje de sentir nervios está en la olla.
¿Qué la diferencia de cantadoras como Petrona Martínez o Martina Camargo?
Cada cantadora tiene su propia manera de desenvolverse musicalmente. Hay cantadoras del Tolima, de Boyacá y en la Costa hay muchísimos estilos. En mi caso, soy una señora que viene del canto ancestral, pero eso no significa que yo no pueda manejar otros sonidos y los tiempos de la música. Yo tengo que cantar afinada, hacerlo con sentido de pertenencia y cumplir con el trabajo que me corresponde. Canto como cantadora, pero clarito y bien afinado. Además, como bailo, mis conciertos son académicos.
A usted le ha ido muy bien en Europa. ¿Cómo siente que se recibe su música en Colombia?
La música ancestral aquí no tiene espacio y pareciera que la gente no sabe quién soy yo. Una promotora mexicana me contó que llamó a la Embajada de Colombia en México y le dijeron que quién era esa señora. Cuando vienen artistas extranjeros presentan rock y el vallenato de ahora. A los músicos ancestrales no nos presentan porque tienen vergüenza, y no quieren remunerarnos bien. A veces quieren pagarle a uno con ron y uno no está con el ron, uno está en lo que está. Y en la radio no nos ponen porque hay que pagar dinero. Pagar para sonar en la radio es corrupción y yo no puedo corromper la música de un pueblo.
Usted estudió bolero en Cuba y quienes la conocen dicen que nos debe un buen disco de boleros. ¿Lo ha pensado?
Cuando me encontré con el bolero descubrí que tiene la misma estructura y sentimiento de la música de los bailes cantados, y eso me atrae. Voy a ver si lo hago, pero no tengo planes.
En 2011 Playing for change la ó, junto a otros 79 músicos colombianos, para grabar una versión de “La tierra del olvido”. Fue la primera vez que hizo algo diferente a la música ancestral. ¿Por qué aceptó?
Porque alguien comentó que yo no podía cantar sino con los tambores y he cantado con todo el mundo. El director de Playing for Change fue el que me buscó y canté el tema con mi voz y a mi manera. Me gusta la letra, pero no me la sé.
¿Cómo le fue con Calle 13?
Cuando las cosas van a suceder, suceden. Los de Calle 13 nos aron por teléfono. Nos mandaron maquetas y nosotros les pusimos los ritmos nuestros. Conceptualmente nos entendimos muy bien.
Willie Colón también la invitó a realizar una colaboración musical, pero usted le dijo que no. ¿Por qué?
Eso fue en el año 96. Él me llamó y le dije que no porque yo no soy una cantante, soy una cantadora. Si no me invitan con mi grupo y mis tambores, no voy. En todas las colaboraciones que he hecho han estado nuestros sonidos. En otra ocasión, un cantante en el Festival de Jazz de Mompox me dijo que cantáramos un bolero y le dije: “No señor, yo no he ensayado, no puedo salir a cantar ese bolero”.
Hace cuatro años no saca un disco, ¿piensa hacerlo pronto?
Lo estamos planeando, pero es que un disco no se hace de un día para otro, eso no es como hacer bollo limpio. La música que yo hago es música de catálogo, porque tiene una historia, no estoy inventando nada. Hay varios proyectos, colaboraciones con otros artistas, pero no se puede decir nada todavía.
En 2013 recibió el Grammy Latino a la trayectoria artística. ¿Qué significó ese momento?
El premio no fue para mí, sino para la música ancestral. Como yo siempre he sabido que esos premios los compran, esa fue mi primera pregunta, que si alguien me había recomendado o habían pagado, porque si era así, yo no lo recibía. Y me dijeron que no, que ese Grammy no se compraba, sino que se daba.
Cuando regresó al país con el Grammy, cantó en el concierto de apoyo al entonces alcalde de Bogotá, Gustavo Petro. ¿Por qué?
Lo único que hice fue preguntarle a Petro si me daba el permiso de cantar. A los del público les dije: “Les entrego un Grammy porque esa es la música de ustedes y me lo gané con la música de ustedes”. Les canté “Te olvidé”, “La candela viva”, “El pescador” y no más, me fui. Y en el fondo pues sí, también lo estaba apoyando.
¿Cuál es el peor pecado de un artista?
El peor pecado es hacer comentarios de sus compañeros, porque todos estamos en un proceso de aprendizaje. Los artistas tenemos la tendencia a la arrogancia, todos los días le pido a Dios que eso no me entre.
¿Ya cumplió su misión?
Todavía no. Me falta mucho. Lo haré cuando la gente sepa quién es, de dónde vino, a qué mundo pertenece y qué es lo que le corresponde. Con el grupo estamos en el camino más difícil, estamos abriendo una brecha para la gente que viene detrás.
Hace poco cumplió 76 años. ¿Cuál es el secreto para conservarse tan bien?
Estoy conservada porque estoy clarísima en la vida, ni me compran ni me vendo. Han intentado comprarme ofreciéndome plata para que cante, pero yo voy a donde yo quiera y con quien quiera. Eso sí, soy una señora de palabra. Ahora estoy cansada porque hablar no es igual que cantar. En una semana doy máximo tres conciertos de hora y media. Aquí, contigo, ya he hecho como tres.
Entonces, ¿tenemos Totó para rato?
Claro. Seguiré cantando porque tengo un compromiso con lo ancestral y porque la música es como las oraciones, si uno no las dice todos los días se le olvidan.