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Entrevista

‘Si yo no escribiera, estaría muerta’

A sus 82 años, Isabel Allende recientemente lanzó la novela ‘Mi nombre es Emilia del Valle’.

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Isabel Allende durante la presentación de su novela ‘Mi nombre es Emilia del Valle’ en Madrid. Foto: Getty Images

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A las seis de la mañana, Isabel Allende (Lima, 1942) está fuera de su cama. Comienza su rutina de gimnasia con una profesora que cuida su columna con ejercicios de estiramiento y le suma luego otro tipo de actividades físicas. “Estoy todo el día sentada. Necesito estirar”, dice la escritora desde Sausalito, California.
Allende lanza mundialmente 'Mi nombre es Emilia del Valle' (Plaza & Janés), la historia de una joven cronista nacida en EE. UU., de padre chileno y madre irlandesa, que reporta para su periódico, en San Francisco, las batallas de la guerra civil chilena a finales del siglo XIX. La novela transporta al lector desde la costa oeste de los EE. UU. hacia Nueva York y luego hacia Chile. 
Emilia del Valle empezará su carrera firmando sus novelas con un seudónimo masculino y luego se sumergirá en el complejo universo de la política latinoamericana en sus crónicas, un género vernáculo latinoamericano, como el que cultivaron Rubén Darío o José Martí. Algunos personajes históricos aparecen cincelados como criaturas de la novela; tal es el caso de José Evaristo Uriburu, quien fuera embajador argentino en Chile hacia 1891, en el clímax del conflicto, y quien le brindará asilo en la embajada al derrocado presidente José Manuel Balmaceda, a quien conocerá Emilia del Valle en la ficción de Allende. 

¿Qué tan escondida o disfrazada está usted en sus personajes y en el de Emilia, en particular? 

Varias personas que han leído el libro me han señalado lo mismo: que prácticamente es autobiográfico. Pero no estaba pensando para nada en mi propia vida. No se me ocurrió que había paralelos.
Aparece el vínculo estrecho de la protagonista con el marido de su madre, un vínculo parecido al que usted tuvo con el marido de su madre, a quien apodaban ‘tío Ramón’.
Sí, reconozco que el Papo, el padrastro de Emilia, es para ella como el tío Ramón lo fue para mí. Yo meto a gente que conozco como personajes de mis libros. Me inspiro a partir de la experiencia, de la memoria y de la gente que conozco y conocí. No es raro que me saliera un personaje como el Papo porque ya ha salido en varios otros libros: es un intruso que llega con diferentes disfraces, con diferentes nombres. Es un hombre mayor que protege a la protagonista. 
En esta novela, ambientada hace más de un siglo, viaja al pasado, pero son llamativos los puentes que se tejen con el presente, con los Estados Unidos.
La historia se repite y las pasiones humanas son siempre las mismas. Tú lees a Shakespeare, que escribió hace 500 años, y estaba hablando de las mismas pasiones que nos mueven hoy día.
Eso no cambia. No estaba pensando tanto en Estados Unidos como en Chile. Me interesó trazar un paralelo entre la guerra civil chilena y el Golpe Militar de 1973. En ambos fue la derecha la que conspiró contra un presidente progresista. En el caso de la Guerra Civil, el ejército se dividió en dos; en el caso de 1973, las fuerzas armadas se rebelaron contra el presidente. Entonces, ahí no hubo una Guerra Civil, sino que el ejército tomó el país. 

¿Siente que alguna vez estuvo en peligro real, así como lo estuvo el personaje de Emilia?

No, no como Emilia, porque nunca me detuvieron en Chile. Pero sé de gente que fue detenida y que pasó por las mismas circunstancias que aparecen en el libro, como las ejecuciones falsas. 

¿Qué tan puntillosa es sobre la recreación del contexto? 

Por ejemplo, la situación de la mujer está exagerada porque a finales del siglo XIX había muy pocas mujeres periodistas, muy pocas mujeres educadas, muy pocas mujeres que pudieran ir solas a cualquier parte. Si ganabas un sueldo, lo cobraba el marido. Todo eso ha cambiado. Escribir novela histórica me apasiona. 

¿Es esta una novela histórica o una novela ambientada en el pasado? 

Creo que son novelas históricas, como también lo son Inés del alma mía, Hija de la fortuna, Largo pétalo de mar. La investigación de una novela histórica te da la mitad de la novela, te da el teatro donde vas a mover personajes. 

¿Cómo trabaja los finales de las novelas? Mi sensación con esta novela es que, cuando pareciera que está por llegar a su fin, aparece otro giro, otro evento.

Los tengo que negociar con mi agente o con mi editora. Me dicen: “Esto es un final insatisfactorio”. Mi final terminaba con Emilia sobre un bote que se aleja y desaparece en la niebla. Me decían que eso era una metáfora de la muerte, que debía ser más clara.

Usted tiene fieles lectores en todo el mundo. ¿Alguna vez le han reprochado el final de alguna novela?

Sí (risas). Cuando escribí Hija de la fortuna, Oprah Winfrey, que tenía un club de lectura en su programa, eligió la novela y me invitó a la TV. Que ella eligiera mi libro fue algo importantísimo. Tras su recomendación, se imprimieron solo en una semana 600.000 ejemplares. Ese es el poder de Oprah. Cuando estoy en el estudio, me dice: “El libro me encantó, pero ¿qué pasa realmente en el final? ¿Es esa la cabeza del amante? ¿Muere o no el amante? A mí me había parecido mucho más poético dejarlo abierto.

Usted rompió muchos esquemas. Las mujeres latinoamericanas fueron ignoradas por el boom. 

A las mujeres les costaba ingresar porque las editoriales las ignoraban. Los críticos no les paraban bolas. Los profesores no les enseñaban en las universidades. Si eran publicadas, se hacía en ediciones pequeñas, con mala distribución, sin publicidad. 

Hasta que llegó La casa de los espíritus. ¿Cómo lo logró? ¿Cómo hizo para revertir aquella tendencia? ¿Es consciente de ese cambio?

No me voy a recubrir con el mérito. Simplemente pasó porque la situación ya estaba madura. La casa de los espíritus probó que había un mercado para la literatura escrita por mujeres, porque a las mujeres les gusta leer novelas más que a los hombres. Cuando se publicó La casa de los espíritus, en 1982, era la cola del boom. Y en el boom eran todos hombres; no había un solo nombre femenino, pero las mujeres estaban escribiendo en América Latina desde siempre. Los críticos te ignoraban, y si te criticaban, era con dureza. Si escribías sobre el amor, era sentimental. Si escribías sobre política, no sabías lo que estabas escribiendo. En fin, una falta de respeto total.

¿Por qué piensa que la adaptación fílmica de La casa de los espíritus no tuvo el éxito que se merecía? Tenía un gran elenco, pero eso no bastó. 

En el resto del mundo, no sé, pero en Estados Unidos, antes de que se lanzara la película, hubo oposición porque era una película sin actores latinos. Los actores de color y los latinos empezaron a criticar la película antes de que saliera. Y eso produjo una especie de temor en los críticos a darle mucha bomba a la película.
También, el director danés Bille August se fue a filmar a Argentina y le robaron todo el equipo. Entonces, dijo que no iba a filmar en Latinoamérica y se fue a Portugal a hacer los exteriores y los interiores los hizo en un estudio en Dinamarca. La película no fue filmada en Latinoamérica, ni en español, ni con actores latinoamericanos. No parecía La casa de los espíritus, no parecía una historia latinoamericana. Ahora se está haciendo la serie y me ilusiona que está hecha por mujeres, dirigida y producida por mujeres. 

¿Participó del guion?

No he participado para nada. Yo no sé nada de cine. Entonces, ¿qué me voy a ir a meter a decirle lo que pienso a gente que es profesional y que sabe lo que está haciendo? Es como si viniera alguien a ver un borrador mío y se pusiera a opinar. Yo no permito que nadie vea un borrador mío.

La geografía es siempre poderosa en sus novelas. En el caso de Emilia, busca su lugar en el mundo. ¿Cuál es el suyo?

Yo soy una visitante en este mundo. He vivido más de 30 años en EE. UU., pero si tú me preguntas qué soy, yo te diría: “chilena”. Hablo como chilena, me veo como chilena y, cuando voy a Chile, ahí pertenezco, sobre todo al sur. Me iría a morir al sur de Chile.
Pero no podría irme a vivir a Chile. Mis hijos, mis nietos, mi trabajo, mi fundación, mis perros, mi marido están aquí. Mario Benedetti hablaba del desexilio. Una cosa es el exilio y otra es tratar de volver, y esto es el desexilio: cuando tratas de volver y te das cuenta de que no tienes lugar en el mundo. Porque ya ese país imaginario cambió. No es el que tú recuerdas. Y el lugar que tú tenías ahí ya no existe.

Hace algunos años, cuando Joe Biden era presidente, dijo en una entrevista para La Nación de Buenos Aires que temía el regreso de Donald Trump. ¿Cómo es vivir en los Estados Unidos de Trump? 

Esto es mil veces más terrorífico que el primer gobierno, porque ahora tuvieron años para prepararse. Y prepararon un proyecto y lo están cumpliendo al pie de la letra. Ha sido una verdadera masacre para los empleados federales que han sido despedidos sin causa. Todo lo que está pasando con la inmigración ha sido de una crueldad tremenda: la crueldad de separar a las familias, de poner a los niños en centros de detención, de quitar ayuda a los comedores. La situación económica favorece solo a los billonarios.
Hay gente que no le puede poner comida en la mesa a los niños. Han cortado los almuerzos infantiles, la educación especial para los niños que la necesitan. Están ahorrándole al gobierno. Y, mientras tanto, la cancha de golf y toda la seguridad que necesita el presidente cuestan 90 millones de dólares. 

¿Siente que hay una tensión entre los dos sectores en la sociedad, el trumpismo y el antitrumpismo, una tensión en la convivencia, más allá de los medios y la política? 

Absolutamente. Hay gente que no se habla entre sí. Conozco hijos que no se hablan con sus padres por este tema. Hay un sector de la sociedad al que no le interesan los hechos, sino el mito, la leyenda, el rumor. El único respeto es hacia el dinero que has hecho. No hay respeto por el científico, por el académico, por el intelectual, por el artista. Esa es la élite. Los billonarios hoy son la élite. 

¿Qué hace al margen de la literatura que le dé placer? 

Yo vivo en un lugar ideal, en una casa rodeada por una laguna. Miro los patos, los pelícanos, niñitos en kayaks. Tengo dos perros que me divierten mucho y tengo un nuevo marido. Siempre es bueno tener un nuevo marido. Hay que cambiarlos todo el tiempo (risas). Tengo una vida apacible, pero no hago ningún deporte, no juego ningún juego de ninguna clase. No tengo hobbies, no tengo nada. Si yo no escribiera, estaría muerta. No me podría jubilar porque no tengo nada a qué aferrarme que no sea esto que adoro, que es la escritura. Pero me tengo que cuidar el cuerpo. Entonces, me levanto al alba. 

¿Le preocupa el paso del tiempo?

Mucho. Cada día que pasa es un día que se fue. Un día menos en el calendario. Ahora, con Roger, estoy viviendo este nuevo amor, y me da una pena tremenda que no va a durar más tiempo. En cualquier momento, algo nos puede pasar: un accidente, un ataque al corazón, algo que me ponga demente, empezar a depender de tantas cosas y personas, que se te olviden las cosas. Este tiempo, en el que todavía estamos bien, es precioso y breve. Vivo con una sensación de urgencia, de que todos los días pierdo algo y trato de que ese día sea lo mejor posible. 

¿Por ejemplo?

Por ejemplo, al no permitir que Trump me arruine el día. Estoy al tanto de las noticias, del desastre en la frontera, porque mi fundación trabaja ahí. Pero trato de vivir un día contenta, un día de paz. 

¿Escribiría alguna vez un libro de ciencia ficción o ambientado en el futuro?

No, no podría hacerlo. Lo mío es viajar al pasado.

Los dos personajes centrales de su novela son periodistas a fines del siglo XIX y corren peligro por serlo. ¿Piensa que el periodismo puede ser tan dañino como piensan algunos presidentes todavía hoy?

Cuando hay un gobierno autoritario o militar, una guerra, una situación de crisis, lo primero que cortan es la información. O sea, los periodistas son las primeras víctimas porque no quieren que se sepa la verdad. Entonces, manipulan la verdad con hechos que no son ciertos o simplemente los tapan. 

¿Hay todavía resabios de la dictadura en Chile? 

El país quedó dividido. Eso se ha ido resolviendo a medida que se van muriendo los que fueron víctimas de aquel periodo. Entonces ya pasa a ser historia antigua. Si tú le cuentas a un muchacho de 19 años del Golpe Militar en Chile, no le importa nada. Porque es lo mismo que si le hablaran de los egipcios. Sin ninguna duda, el Golpe cambió la sociedad. ¿Por qué quise que Emilia fuera estadounidense y no fuera chilena? Porque si hubiese sido chilena, su personaje tendría que haber tomado partido. Desde afuera, ella puede ver los dos bandos, ver la represión y al gobierno, y de lo que se le acusa. 

En este mundo tan polarizado, ¿siente que hoy pertenece a algún bando? ¿A cuál? 

Sí, al bando de las mujeres… y al de los animales.
(*) Esta es una edición de la versión original del artículo.

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