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Fanuel Hanán Díaz aborda la migración venezolana, desde los ojos de un niño
Con el cuento Hemos llegado a Berlín ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil Pedrito Botero.
Díaz, nacido en Venezuela, es considerado uno de los investigadores más reputados de literatura infantil. Foto: Hector F. Zamora/EL TIEMPO
Hemos llegado a Berlín. Así se titula el cuento con el que el escritor, investigador y editor venezolano Fanuel Hanán Díaz, radicado en Colombia, ganó la primera edición de Premio Nacional de Literatura Infantil Pedrito Botero.
En la historia, el niño protagonista no llega propiamente a la capital de Alemania. La emotiva narración se inspira en el drama de la migración venezolana y el famoso paso por el gélido páramo de Berlín, en la zona de los Santanderes, donde muchos mueren de hipotermia.
Este galardón, que rinde homenaje con su nombre al hijo fallecido del pintor Fernando Botero, tiene una bolsa de 60 millones de pesos para el primer lugar, donados por el propio maestro a través de la Biblioteca Pública Piloto, para que la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín estimule este género literario. Para esta edición se recibieron 1.144 textos inéditos.
El jurado, conformado por los escritores Irene Vasco, Ivar Da Coll y Juan Pablo Hernández, destacó la originalidad y calidad narrativa de las obras ganadoras y las menciones de honor, que serán reunidas en una antología que publicará la antioqueña Biblioteca Pública Piloto.
Este premio representó no solo un desafío para su autor, sino que por primera vez se sienta en la cara opuesta. Pues Díaz, uno de los investigadores y editores de literatura infantil más reputados en América Latina, jurado incluso de Premio Hans Christian Andersen –considerado el Nobel de este género narrativo–, ahora se puso el sombrero del escritor.
“En realidad, para mí, este premio representó un parteaguas en mi carrera profesional. Desde hace años me dedico a la investigación y a la docencia universitaria. He publicado varios libros teóricos e incluso en el discurso para la infancia he publicado libros de no ficción. Esta es la primera vez que escribo un texto así de potente en ficción, lo que ha demandado mucha energía de mi parte, pero especialmente me ha abierto una puerta para explorar la voz narrativa de un niño. La ficción tiene esos caminos, te hace meter en los personajes y al mismo tiempo conectar con tus propias emociones”, le explica a EL TIEMPO.
¿Con qué relato se va a encontrar el lector?
Es una historia que reproduce una parte del camino de un niño migrante venezolano, lo que piensa y lo que ve durante este trayecto. A partir de 2018 se incrementó el flujo de migrantes venezolanos que, impulsados principalmente por el hambre, decidieron buscar un destino mejor. Sin dinero para pagar siquiera un autobús, muchas de estas personas caminan por el borde de los caminos en un recorrido interminable que los lleva de muchas ciudades de Venezuela a Colombia para seguir de allí a Ecuador, a Perú hasta llegar a Chile y Argentina. Algunos se quedan por el camino, ya sea porque no aguantan la larga travesía o porque mueren. Justo uno de los grandes obstáculos que tienen que atravesar es el páramo de Berlín, un lugar de paso obligado en la ruta de Cúcuta a Bucaramanga. Por encima de cuatro mil metros de altura y a temperaturas bajo cero, muchos han muerto de hipotermia. El texto reproduce parte de este camino, de una familia que está por atravesar el páramo, con todo el peso de lo que ha significado llegar hasta allí.
¿Cómo surgió esta historia?
La historia surge de muchas fuentes. En primer lugar, brota de un sentimiento personal que acompaña a cada uno de los que hemos dejado nuestras raíces; a veces cargas con tu país en una mochila o en una maleta porque todo eso es lo que tienes, pero también llevas contigo los recuerdos y un sentimiento extraño de escisión, de desarraigo. Además, para escribir esta historia vi muchos documentales, testimonios que se van contando por el camino. Incluso de niños que viajan solos. Una entrevista que le hicieron a un niño migrante en plena marcha abrió en mí una compuerta, no solo porque este chico muestra un lado profundamente humano, de un ser quebrado y fuerte al mismo tiempo, sino porque me animó a escribir este relato desde ese punto de vista. Me parece que los niños son grandes actores en este drama, pero son los más invisibles. Por eso decidí escribir esta historia, creo que la literatura ofrece un espacio privilegiado para hablar de muchas cosas que pasan, pero que muchas veces no están en el centro de interés. Los personajes al margen son valiosos actores en la literatura.
Díaz ha sido jurado del Premio Hans Christian Andersen, considerado el 'nobel' de la literatura infantil. Foto:Hector F. Zamora/EL TIEMPO
¿Desde qué perspectiva aborda la migración venezolana?
La migración venezolana, especialmente en relación con Colombia, muestra aristas muy complejas. En primer lugar, la presencia de venezolanos migrantes ha sido masiva, y eso es algo inédito en el país. Por otro lado, existe la figura del ‘retornado’, personas que regresan a Colombia porque son hijos o nietos de los colombianos que en algún momento migraron a Venezuela. Entonces, ¿cómo hablar de un tema que tiene tantos matices y que generalmente se explota en los medios desde el lado más crudo o sensacionalista? Como ya comenté, una opción fue ponerme en los zapatos de un niño; de un niño migrante, para poder imaginar lo que desde su mirada pudiera ser significativo. Y, por el otro, hablar desde un lado luminoso, la solidaridad de muchos colombianos anónimos que han abierto sus puertas a personas desconocidas para permitirles tomar una ducha, para ofrecerles un plato de comida caliente o darles refugio seguro por una noche.
¿El paso de Berlín refleja esa migración profunda que muchos ignoramos?
Sí, Berlín es el nombre de un páramo sobrecogedor, pero también de una ciudad donde se derribó un muro emblemático. Berlín es un lugar metafórico, significa en esta historia el valor de una gesta, no solo porque implica atravesar un muro hacia lo desconocido sino también porque representa uno de esos “no lugares” que viven los migrantes en sus periplos, algo así como estar en medio del mar para los que van de África a Europa o el desierto para los que cruzan desde México para llegar a Estados Unidos. Las historias de migración están llenas de esos “no lugares”, una trocha, la propela de un barco, el tren de aterrizaje de un avión o el maletero de un carro. En algunos de esos espacios metafóricos pierdes la ciudadanía, tu identidad: no estás en tu país de origen, pero tampoco estás en otro país. Es como un tránsito. Por eso creo que lo más potente de este relato es que como seres, en tránsito, esta familia de migrantes no termina de asimilar, especialmente el protagonista, por qué han tenido que abandonar su país, llevan el desarraigo a flor de piel.
Creo que este es un sentimiento compartido, no saber por qué abandonas tu patria y tampoco saber adónde vas. La incertidumbre genera más angustia que otras emociones como el fracaso o la decepción. Hay un tema que acompaña este flujo migratorio, normalmente la tenencia de la tierra, la violencia de grupos armados o los desastres naturales son factores que expulsan a grupos humanos de sus lugares de origen, en este caso es el Hambre, sí en mayúscula, la gente huye por hambre y eso es algo inédito y desolador al mismo tiempo.
¿Cómo fue meterse en la mirada y los sentimientos del niño protagonista?
El proceso de escribir este relato fue en parte abrumador para mí. Como escritor, uno siempre lame sus propias heridas. Y lo más difícil en este caso fue construir la voz narrativa, que fluyera, que sonara natural y, sobre todo, que pudiera contar el dolor sin caer en efectos dramáticos ni escenas conmovedoras. Mantener esa distancia emocional y dejar que lo no dicho haga su efecto en el lector es parte de lo que quise lograr. Siempre que recorría las carreteras y veía a tantas personas al borde del camino me preguntaba: ‘¿Qué puede estar pensando este niño que tiene que caminar por días y semanas?’. Hay un momento en que tu mente revive el pasado, recuerda a los amigos que dejaste atrás, extrañas tu casa, tus cosas... y otros donde especulas: ‘¿Cómo será el sitio donde voy? ¿Me pasará algo por el camino?’. Creo que el reto mayor es escoger qué recuerdos o qué imágenes se quieren mostrar por sobre un universo infinito y caótico que puede ser la mente de tu personaje, también llena de muchas sensaciones nuevas: un paisaje distinto, nombres que no suenan a tu geografía ni a tu comida, y un poco de desconcierto porque te sabes otro y mendigo en un país extraño.
¿La experiencia de este niño, de relatar su mundo desde el desarraigo y el dolor, puede representar también el de tantos niños desplazados del país?
Fíjate que esta pregunta me hace reflexionar sobre una mirada de la migración que es más ancha; de alguna manera, todos los seres somos migrantes por el hecho de que estamos en tránsito. Las grandes preguntas del ser humano, que han tratado de responder la mitología, la filosofía o la religión, tienen que ver con lo que hay antes y después de nuestra existencia. Desde ese punto de vista, la esencia del ser humano es ser migrantes, vamos de paso hacia un lugar que desconocemos. En el futuro inmediato, la humanidad estará marcada por muchos procesos migratorios, los efectos del cambio climático obligarán a muchas personas de las tierras inundables a buscar tierras altas; los sistemas de gobiernos totalitarios, los escenarios de hambre y violencia seguirán impulsando a muchos grupos humanos a buscar otros destinos. Por eso creo que es necesario y urgente hablar de este tema, para que los niños migrantes encuentren respuestas a algunas de sus preguntas en la ficción, pero también para que los niños de países de acogida sean más empáticos y sensibles a este tema.
Sin duda, la migración, en la literatura infantil, es un tema que reta a cualquier autor. ¿Qué otros temas son difíciles de enfrentar en este género?
Hay temas difíciles que muchas veces se evitan en el discurso para la infancia. Sin embargo, a diferencia de la literatura para adultos, la literatura infantil cuenta con recursos extraordinarios que pueden ayudar a mostrar la realidad, incluso las experiencias más crudas, con elegancia y creatividad. La construcción de espacios simbólicos, la convivencia de realidad y fantasía, la elipsis, la alusión, lo sugestivo, la creación de vívidas imágenes; el predominio de la mirada del niño, que siempre está cargada de esperanza, juego y asombro; en fin, son algunos de estos recursos excepcionales que el escritor profesional de literatura infantil tiene a la mano. Hay temas como la violencia intrafamiliar, que resulta difícil de abordar, los mismos temas que el niño no comprende porque quizás no les encuentra una justificación razonable, como la guerra, la locura, el abandono... Cada momento histórico tiene sus propios temas difíciles, yo ahora pienso que hablar de la diversidad sexual, del desgaste de las religiones, de las enormes brechas sociales que existen y, especialmente, de la destrucción vertiginosa del planeta es difícil pero impostergable.