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Freda Sargent y la desafortunada sombra del machismo colombiano
La galería Mmaison en Bogotá presenta una muestra de la artista inglesa para revisar su legado.
Obras de la inglesa Freda Sargent Foto: Óscar Monsalve / Mmaison Galería
“Ella le enseñó a pintar a Alejandro Obregón”. Durante varias décadas la obra de Freda Sargent ha estado opacada por esa sentencia. La frase le entregaba el dudoso mérito de haber sido un peldaño esencial para la gloria de su exmarido, pero también cerraba de tajo el valor de sus pinturas. El comentario hizo carrera; la borró, la invisibilizó. La visión de su obra quedó empantanada por esa incómoda sombra de óleos, acrílicos, cóndores y barracudas.
Estuvo marginada. Era un medio machista y Obregón era el arquetipo del macho, era un poco el José Luis Cuevas colombiano
Freda es inglesa. Vivió las angustias y las estrecheces de la Segunda Guerra Mundial y sufrió con el sonido de los bombarderos alemanes. Estudió Bellas Artes. Hizo una maestría en el Royal College of Art y compartió charlas e ideas con Francis Bacon y Lucian Freud. Se graduó con honores y se ganó una beca para ir a Francia. En la ciudad luz conoció a Obregón y se enamoraron. Freda se ganó otra beca y se fueron juntos a Roma. Obregón no era conocido ni reconocido, pero cuando volvieron a Colombia y se establecieron en Barranquilla todo cambió.
Freda no hablaba español y el machismo de la ciudad empezó a asfixiarla. Marta Traba, la crítica argentina que en ese momento dominaba el panorama de las artes plásticas en Colombia, le dijo a Obregón que en una casa no podía haber dos pintores. Obregón aceptó el consejo y le dijo a Freda: “Aquí solo puede haber uno, y voy a ser yo porque tengo hijos”. Freda acababa de tener con Obregón a su hijo Mateo y Obregón tenía los hijos de su matrimonio anterior. Ella aceptó. Se dedicó a su hijo y a pintar sus acuarelas en silencio durante toda una década.
“Yo fui alumno de Freda”, recuerda el artista Álvaro Barrios, “su casa, La Perla, estaba justo enfrente de la escuela de Bellas Artes en Barranquilla. Freda es una maestra de las acuarelas; una técnica tremendamente exigente. En los años 70 tuve una galería y expuse sus obras. Recuerdo su vocecita, una voz que es como un susurro, pero era la única voz que aceptaba Obregón en los años 60 y justamente fue la década donde hizo su mejor producción. En esa época, Alejandro era explosivo; creo que siempre fue volátil. No se le podía criticar nada. Era un hombre teatral. Cada vez que oía una crítica rompía los vasos y tumbaba todas las copas que podía haber en una mesa. En las reuniones no dejaba hablar a Freda porque él siempre tenía que ser el centro de atención, pero en la intimidad la oía y aceptaba sus consejos”.
Obras de la inglesa Freda Sargent Foto:Óscar Monsalve / Mmaison Galería
“Nunca he entendido por qué su obra no ha sido tan visible”, dice el crítico Álvaro Medina. “Parecía que Freda no quería hacerle sombra. No le gustaba estar en primer plano. El color en su obra es brillante”.
“Es una excelente pintora”, dice Eduardo Serrano, “tiene un dominio absoluto de la técnica. Todo lo que hace en el lienzo se convierte en lo que ella quiere: una hoja, una brizna de hierba…”.
Freda se separó en los años 70 de Obregón. Volvió a Inglaterra y, por su hijo, regresó nuevamente a Colombia, primero a Cartagena y luego se estableció en Bogotá. Nunca –ni siquiera en toda la época en que Obregón empezó a brillar y le ‘prohibieron’ pintar– dejó de trabajar. En los 70 volvió a estar en exposiciones; sin embargo, su timidez legendaria y todo el prejuicio de haber sido “la mujer que le enseñó a pintar a Obregón” empezó a marcar su obra.
“Estuvo marginada”, dice la reconocida crítica venezolana, radicada en Los Ángeles, Cecilia Fajardo-Hill. “Era un medio machista y Obregón era el arquetipo del macho, era un poco el José Luis Cuevas colombiano. El medio –además– no la vio como una artista colombiana y ella no se integró con ningún grupo. Freda tampoco creó una obra política y en esa época era una marca importante, pero la consistencia en sus pinturas, en su obra, es impresionante. Fue una pionera en mezclar el lenguaje figurativo con el abstracto; incluso, creo que su obra tiene esa combinación mucho antes que la de Obregón. Es una obra profundamente íntima. Y esa resistencia, ese trabajo en silencio, también es un acto político. Freda nunca desfalleció”.
Obras de la inglesa Freda Sargent Foto:Óscar Monsalve / Mmaison Galería
En 2019, solo unos meses antes de que estallara la pandemia, Ediciones Gamma presentó con Davivienda un estupendo libro monográfico sobre la obra de Sargent con textos de Fajardo-Hill, Ramón Cote Baraibar y Camilo Chico.
En el libro pueden verse la riqueza de su paleta de colores, sus series emblemáticas como Gemelas (Freda tiene una hermana gemela y las pinturas las muestran cuando eran niñas); las acuarelas de flores que Álvaro Barrios alaba por su sutileza y las transparencias de sus pétalos; sus pájaros; los zorros de la campiña inglesa o sus fuentes de agua incrustadas en un mundo abstracto.
La Galería Mmaison (carrera 3.ª n.° 63-48) presenta una vigorosa muestra con sus pinturas recientes donde vibra su particular paleta de color y en su lenguaje abstracto se mueven gatos, pájaros y mariposas. Su mundo. “Fue impresionante verla llegar”, dice el galerista José Ignacio Casas. “Freda tiene más de 90 años, pero maneja a la perfección su silla de ruedas; frena, gira a la derecha, a la izquierda. Sus pedales y su silla están manchados de pintura”. La obra que presenta se centra en el sotobosque, o piso de bosque, una tradición que viene desde el siglo XVII y que ella retoma con las hojas caídas del parque que está al frente de su casa.
“Su estudio”, dice Ramón Cote, “da contra su jardín. Y el parque de su cuadra está lleno de árboles y matas que han sembrado los vecinos”. “Hoy, más que nunca”, dice Cecilia Fajardo-Hill, “necesitamos imágenes sanadoras. Y la obra de Freda Sargent tiene esa poesía y esa maravillosa grandeza”.
La artista Freda Sargent durante una firma de sus obras en la galería. Tiene más de 90 años. Foto:Camilo Perdomo
“No sé”, dice Freda cuando le preguntan si cree justo el lugar de su obra en la historia del arte tanto en Colombia como en Inglaterra. No le importa; simplemente se siente feliz del trabajo que ha desarrollado y la vida que ha tenido. “He sido fiel a mi técnica y a mis temas”.
Ni siquiera el comentario de Marta Traba la descompone. “Tenía un hijo. Tenía que criarlo y eso requería tiempo y dedicación. Siempre seguí trabajando. En esa época hice acuarelas. Mi obra –finaliza– es el testimonio de mi vida y me encantaría que la gente la descubra, la conozca y le produzca las mismas emociones que me produce pintar. Mi obra es mi autobiografía”.