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Experiencia local
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Con ritos chamánicos y podas intentan resucitar al fallecido yarumo del Chorro de Quevedo, en el centro histórico de Bogotá
El fotogénico y frecuentado árbol de la turística plazoleta fue plantado hace 20 años al pie de la Ermita del Humilladero.
El maestro paisajista Saúl Vicente Martinez exhibe un óleo del yarumo, uno de los tantos con los que se gana el sustento. Los extranjeros son los que más adquieren sus obras Foto: Ricardo Rondón Chamorro
En sus floridos días y a su sombra fue codiciado refugio de parejas de enamorados, extranjeros, vejetes en la solariega banca de los chismorreos; músicos, cuenteros, yerbateros de cáñamo psicodélico, estudiantes armados de cartones de vino barato, parias a la saga de un desvare, entre otros especímenes de la fauna urbana.
El yarumo blanco cobró fama de fotogénico y bien querido, y fue motivo de inspiración de pintores y letrados. El más apreciado entre la palma real y el laurel (los tres árboles de la plazuela), por sus manotas de hojas afelpadas que variaban de tonos según el clima: granizado en las mañanas de rocío, plateado fosforescente en temporada veraniega, y cenizo mustio en el pesaroso término de su existencia, cuando su follaje tendió a apolillarse. De eso hace ya tres meses.
Algunos dicen que fue por la basura que le arrojaban, y por el orín amoniacal de inescrupulosos y borrachos. Otros achacaron su decadencia a un cucarrón depredador, y al abandono: la falta de una mano que lo regara y abonara. Del vigoroso árbol sembrado en el ala derecha de la Ermita del Humilladero, hoy solo queda el tronco y su arboladura reseca.
Las versiones de su acabose pueden ser válidas si se tiene en cuenta el dictamen del experto Michel Boutsen, médico cirujano y biólogo belga, director del Jardín Botánico de la Sierra de La Macarena, quien afirma que el yarumo, guarumo o yagrumo, como en distintas partes se le conoce (Cecropia peltata, nombre científico), tiene un promedio de vida de 40 años, y el del Chorro de Quevedo apenas frisaba los 20.
Imagen del yarumo en sus mejores momentos en la plazoleta de Quevedo Foto:Ricardo Rondón Chamorro
Boutsen explica que esta especie crece con prosperidad en bosque intertropical de clima cálido y húmedo, donde abunda vegetación de hoja ancha, ideal en las tribus indígenas que utilizan su fronda para sacar la ceniza que mezclan con hoja tostada de coca en el ritual del mambe.
"La madera del yarumo no es la más fuerte, y por sus expandidas y voluptuosas raíces, requiere de un espacio óptimo para su fortalecimiento, con un diámetro ideal entre 25 y 30 metros. Es obvio que requiere de atención y mantenimiento", recalca Boutsen.
Con esa premisa, valga decir que el icónico yarumo del Chorro de Quevedo creció de milagro en un diámetro de no más de tres metros, y en un reducido y contaminado espacio de adoquín y cemento. "Faltaría observar -agrega el botánico-si donde fue plantado, hay sedimentos de calizas rocosas, que dificultan su desarrollo y la buena salud vegetal".
Pacto de caballeros
La historia del yarumo de la Plazoleta del Chorro de Quevedo, Centro Histórico y Turístico de Bogotá, frontera de La Concordia y La Candelaria, tuvo que ver hace dos décadas con un pacto de caballeros.
Artesanos, comerciantes, chicheros y líderes se unieron a la jornada de redención del yarumo. Foto:Ricardo Rondón Chamorro
El arquitecto José Fernando Céspedes Mejía, reconocido como 'El Mono' Céspedes, compró en 1996 una casona abandonada de estilo republicano, ubicada en la 'Calle de Las Margaritas' (costado nororiental de la Plazoleta del Chorro de Quevedo), que él empezó a remodelar en 2004.
Su hijo adolescente vivía en la calle Novena con Primera, próxima a 'Casa Cicuta' (anticuario), propiedad del galerista y promotor inmobiliario Pedro Franco. El muchacho -cuenta Céspedes- empezaba desde tempranas horas de la mañana, a tocar su batería, rutina que tenía cardíaco a don Pedro, hasta que no resistió más y llamó al arquitecto.
-Mira -le dijo-: te propongo un pacto de caballeros: tu hijo suspende ese dolor de cabeza de todos los días con sus platillos y tambores, y yo te obsequio dos yarumos para que los siembres donde quieras.
Céspedes aceptó el trato. Uno lo sembró en el patio de su casa en remodelación, y el otro, de un metro y cincuenta centímetros, al pie de la Ermita del Humilladero. El de su vivienda murió hace cinco años. El de la plazoleta empezó a secarse a finales de 2024. "Son árboles precursores de bosques -refiere-. En la selva sus hojas son utilizadas para activar el mambe, y su madera para fabricar instrumentos musicales.
Un vecino de la plazoleta que se sentaba en una banca a tomar el sol y a fumarse sus pelirrojas, terminó apadrinando el yarumo, ya que mi trabajo me exige estar viajando. Él lo cuidaba y le echaba agua; pero era difícil ofrecerle atención permanente por el flujo de personas de diversa índole, algunas que cogieron el árbol de basurero y miadero. También pudo haber sido una plaga que lo secó, porque sus hojas estaban agujereadas", expresa el arquitecto.
Ritual de sanación y pagamento. El chamán Pardey concentrado en su oficio de invocación y plegarias. Foto:Ricardo Rondón Chamorro
Otros tiempos
'El Mono' Céspedes hace remembranza de los tiempos en que la Plazoleta del Chorro de Quevedo era empedrada, y de mañana parqueaban recuas de burros cargados de provisiones, eucalipto y lavaza (comida de crianza de cerdos).
Recuerda a don Octavio, el viejo carpintero, al cerrajero de la antigua plaza de mercado de La Concordia; a doña Carmen, la mamá de Rosita, fundadora del emblemático Café Rosita.
"Yo viví en la casa esquinera de la 'Calle de las Margaritas', detrás del árbol de laurel, al otro extremo de Café Color Café, que también fue galería, porque en el Chorro de Quevedo se abrieron expresiones artísticas y culturales en la época de promisorias iniciativas de la Bogotá gastronómica, artística y bohemia. En el Chorro de Quevedo vivió el maestro Santiago García, pionero del teatro de creación colectiva en Bogotá.
El actor Frank Ramírez también residió cerca a la plazoleta. El Palenque de Delia Zapata, la gran folclorista, hizo historia. Andrea Echeverri, de 'Aterciopelados', tuvo bar aquí cerca, se llamaba 'Barbarie', una de las tantas cunas del Rock bogotano.
Por el Chorro (de Quevedo) desfilaba la crema y nata de la cultura y la televisión: directores, actores; veía uno pasar a Carlos Vives y a Margarita Rosa De Francisco, a Jorge Ali Triana, Ricardo Camacho, German Moure, a la gente del Teatro Libre, de La Candelaria, de El Alacrán, del TPB (Teatro Popular de Bogotá), entre otros.
Todo muy tranquilo y acogedor, hasta que el sector se empezó a poblar de hostales y rotos de dudosa procedencia, y fue penetrando la prostitución clandestina, la delincuencia y el maldito vicio que corroe todo y nos arrincona a todos, sin respaldo ni soluciones de parte de la istración local", concluye Céspedes.
El árbol del moribundo yarumo del Chorro de Quevedo Foto:Ricardo Rondón Chamorro
Limpias y pagamentos
Entristecida por la inminente muerte del yarumo, la vecindad de la Plazoleta del Chorro de Quevedo y sus alrededores: artesanos, maestras chicheras, líderes comunitarios, gente ligada al sector, la mayoría afianzada en creencias populares, se reunieron para avanzar en una campaña que condujera a su "resurrección".
Convocaron al chamán venezolano Álvaro PardeyBracho, radicado en Barranquilla, del culto 'Kaamash - Hu', descendientes de Hu, que en lengua Urucktraduce 'el mono que llama', deidad de la mitología Caribe. Para el ritual eligieron una mañana soleada de domingo, a mediados de noviembre de 2024.
Con la colaboración de personal logístico de la Alcaldía de Bogotá, Pardey Bracho, acompañado de Mariano Velasco, botánico ancestral; y de Alfredo Ortiz, conocido como 'El Cacha', estudioso de la historia, cultura y tradiciones de Bogotá, y promotor del Museo de la Chicha, ilustraron a la vecindad sobre el ritual de limpieza, renovación de tierra, plegaria y pagamento.
Para el proceso de sanación, exhibieron sobre un tenderete de campaña los insumos y elementos del proceso: hojas de tabaco, tabaco molido; copal: resina cicatrizante extraída de los árboles de la familia de las burseráceas; hojas de frailejón, de coca y de borrachero, y conchas de nácar.
La vecindad del Chorro de Quevedo se congregó alrededor del yarumo. Con una flauta de millo y un sonajero de semillas naturales, Pardey inició la ceremonia. Encendió un tabaco crudo para arrojar bocanadas de humo en la corteza. Hizo una pausa, abrió los brazos, dirigió la mirada al firmamento, y pronunció una retahíla en dialecto Uruck.
Alfredo Ortiz, 'El Cacha', maestro chichero y estudioso de la historia y tradiciones, contribuyó con un abono de melaza y floripondio. Foto:Ricardo Rondón Chamorro
Tradujo lo dicho: "Bienvenidos hermanos y hermanas en este día del verbo sagrado y del fuego de la tierra, del gran señor de los señores; hasta el cielo ofrecemos nuestros corazones, nuestro clamor y deseos para que este yarumo enfermo y maltrecho, sane y reviva. Qué así sea".
Acto seguido invitó a los presentes a cercar el árbol en fila india, en pausada marcha circular por la derecha, entre rezos y cánticos, rito de pagamento y gratitud por los seres vivientes de la naturaleza.
Luego compareció 'El Cacha' con un bulto de melaza mezclada con floripondio (abono preparado con desechos orgánicos y lombrices), que él validó como poderoso nutriente en cultivos y bosques. A manos limpias frotó la espesa y viscosa solución, desde la cepa y por el tronco, hasta donde le alcanzaron los brazos. El hombre sudó como un caballo de carreras.
La jornada cerró con los buenos oficios de las damas voluntarias que cercaron el yarumo con jardineras rebosantes de orquídeas, trinitarias y pensamientos. "Ojalá Chiminigagua atienda nuestros ruegos", pronunció 'El Cacha'.
-Y, ¿si no pasa nada?-, me atreví a preguntarle.
-¡Hombre de poca fe!-, exclamó. Permita que los dioses de la tierra obren a su debido tiempo.
Han pasado tres meses y no se ha visto ningún progreso. El árbol sigue en pie, pero mustio y reseco, bajo el sol bestial de comienzo de año, con la plazoleta colmada de visitantes, y las señoras chicheras intentado espantar con abanicos el bochorno y el sopor de la tarde.
Óscar Montero Arana, 'El Escribano del Amor', se ganaba la vida a la sombra del yarumo, escribiendo acrósticos, poemas y cartas de amor. Esta vez le dedicó un soneto luctuoso al árbol de sus sueños Foto:Ricardo Rondón Chamorro
Soneto del adiós
Por lo pronto, del amigo yarumo de sus mejores tiempos, queda, entre gratos recuerdos, una preciosa foto del maestro paisajista Vicente Martínez, donde el árbol aparece magno y en todo su esplendor. La fotografía es su caballito de batalla, que él transfiguraal óleo, y entre otros motivos de la Bogotá colonial y de paisajes sabaneros, deriva su sustento.
Óscar Montero Arana (75 años), reconocido como 'El Escribano del Amor', un personaje que parece extraído de los incunables de Fuenteovejuna, vestido a la usanza de los amanuenses de capa cruzada con broche al cuello, sombrero de copa encintada y pluma de ganso, se amparaba bajo el parasol del yarumo con una tablilla sobre la que les escribía a los enamorados, por voluntarias rupias, acrósticos, esquelas y versos.
El viejo romántico estuvo a la sombra del yarumo en su lírico oficio, hasta que los viciosos le hicieron la rutina imposible, y lo desalojaron.
Pero vaya dichosa coincidencia, como si lo hubiese invocado, me volví a topar con el escribano, justo en la pileta honrada al padre Quevedo.
-Letrado, ¿qué te trae de vuelta por aquí? ¿No dizque los fumones te espantaron?
-Solo vine a dejarle al yarumo mi obituario-, respondió en seco.
Montero Arana extrajo de su capa un papel enrollado. Se ajustó los lentes, abrió el remiso, y con voz cavernaria, acongojado recitó un soneto: