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Explicativo
EL TIEMPO lidera siembra para restaurar los cerros orientales, un ecosistema afectado por los incendios y la deforestación
La casa editorial, en alianza con la alcaldía de Bogotá y dos empresas privadas, sembró los primeros 300 árboles de 1.000 que entregará este año en la zona afectada por los incendios, como parte de su compromiso con la preservación del medio ambiente.
Jornada de siembra de árboles en los cerros orientales Foto: Mauricio Moreno
“Los árboles son como los hijos, si los cuidas como un tutor, salen derechitos”. Así se refiere Diana Riaño, una madre de familia que hace parte de la cuadrilla de ecovigías que estuvo apoyando este jueves la jornada de siembra realizada por EL TIEMPO en alianza con la alcaldía de Bogotá y las empresas Zelva y CO2 Revolution.
Esta madre de un joven de 17 años y una niña de 9, y que desea tener un tercer hijo para -dice- no envejecer sola, es una de las 14 personas que estaban desde el viernes pasado excavando los hoyos de 60 centímetros de profundidad por unos 40 de diámetro para que allí fueran plantados los primeros 300 individuos -de un total de 1.000 que se esperan tener en diciembre- de diferentes especies de flora nativa en los cerros orientales, un ecosistema clave para la ciudad y que resultó duramente afectado por la sequía y los incendios de principios de año.
La jornada hace parte del proyecto ‘Un nuevo papel con el medio ambiente’ y se enmarca en la estrategia de responsabilidad social de esta casa editorial y del plan de restauración de los cerros que tiene la Secretaría Distrital de Ambiente y cuya meta es recuperar 1.300 hectáreas de las 13.140 que tiene este ecosistema biodiverso.
En ese predio, según reporta la entidad distrital, se han plantado 51.942 individuos en un área de 128 hectáreas.
El día comenzó muy temprano en las instalaciones de este diario en la avenida El Dorado, con la concentración de voluntarios que estaban dispuestos a dejar el trabajo en sus oficinas por una actividad en las montañas de Usaquén en pro del medio ambiente. En simultáneo, otro grupo del Distrito se disponía también a salir en la misma dirección.
Después de una hora de recorrido en buseta por la ciudad, se toma el desvío por Villa Diana y se empieza a subir por una estrecha vía, con curvas de 90 grados y donde se ruega en silencio que el vehículo no se vaya a parar -iba con el impulso detrás de otro carro-, porque de lo contrario se podía complicar el ascenso y el riesgo era tener que seguir a pie.
El viaje en carro termina en la estación de Carabineros de la Policía. Esa es la entrada del predio La Serranía, un terreno de 392 hectáreas de propiedad de la Secretaría de Ambiente, localizado en la reserva forestal protectora nacional Bosque Oriental de Bogotá.
Pero ahí no finalizaba el recorrido. Ni era la cima de la montaña. Faltaba continuar a pie por un sendero por el que es fácil perderse y tan angosto que no había espacio para más de una persona al mismo tiempo; tocaba, entonces, ir en fila, uno tras otro, con el cuidado de no tropezar con alguno de los montículos que por momentos se atravesaban en el camino.
Entrevista con la secretaria de Ambiente de Bogotá, Adriana Soto. Foto:Mauricio Moreno
El día, contrario a lo que imaginamos todos, no estaba frío. El sol se encontraba esplendoroso y no había nubes que lo atenuaran, sobraban las chaquetas gruesas y muchos lamentamos no haber llevado una gorra.
Tras al menos 15 minutos en ese camino súper estrecho, que a lado y lado estaba provisto de pequeños arbustos que poca o ninguna sombra ofrecían para mitigar el bochorno, se llegó a la cima de esa montaña. Desde allí la gran ciudad se puede divisar por fragmentos muy lejanos y los más altos edificios parecen pequeñas piezas de una maqueta.
Un grupo de los voluntarios de EL TIEMPO que participaron en la jornada de siembra de árboles en los cerros orientales de Bogotá Foto:Mauricio Moreno
La restauración
De pronto se abre un espacio en la montaña y los voluntarios se encuentran con unos montículos rectangulares, donde han sido depositados helechos marraneros, una especie que, si bien no es invasora, según los expertos que acompañaron a los voluntarios, se propaga tan rápido que termina ahogando y quitándoles espacio a otros individuos.
Esos montones o faginas hacen parte del control que se realiza de esta especie, que en el pasado era utilizada por campesinos para las hogueras con las que les quitaban el pelaje a los cerdos después de ser sacrificados, pero, además, sirven para contener el agua lluvia y que esta se infiltre en el suelo, con lo que se evita que siga pendiente abajo.
Llama la atención que, a medida que avanza el grupo, se encuentran guaduas de diferentes longitudes que han sido clavadas en la tierra y pueden tener dos y hasta tres travesaños, y en el suelo, hay un círculo con poca vegetación.
Se trata de las llamadas “perchas” que, a diferencia de la función que cumplen en las viviendas y apartamentos -donde son colgaderos de ropa y de sombreros- en los cerros se usan para brindarles a las aves un lugar de descanso distinto a los árboles y arbustos.
El objetivo, explica uno de los técnicos, es que las aves depositen allí sus heces, entre las cuales hay semillas, y con ello se ayuda a repoblar la flora de la zona.
Al final se llega a una zona más desprovista de vegetación y que fue afectada por viejos procesos de tala -desde la Colonia los cerros fueron fuente de madera para obras y edificaciones- o que ha sido foco de incendios en el pasado.
De hecho, al lado hay un sector que en enero fue devastado por el fuego y se encuentra en proceso de restauración. Allí, explican los expertos de la Secretaría, se ha permitido de manera temporal la presencia del helecho marranero, que también ayuda a recuperar esa superficie afectada.
Un grupo de al menos 60 voluntarios se vinculó a la jornada de siembra de árboles en los cerros orientales. Foto:Mauricio Moreno
“En los cerros orientales no solo estamos sembrando suelo, agua y aire, sino también vida”, dice Adriana Soto, secretaria de Ambiente y quien encabezó la jornada. Al dirigirse a los cerca de 60 voluntarios, Soto aclara que lo que se acababa de ver en el recorrido eran algunas de las fases del proceso de restauración.
“Restaurar es volver a generar las condiciones nativas para que los cerros sean resilientes al cambio climático, hoy son altamente vulnerables a las sequías extremas, que se traducen en incendios, y a las lluvias extremas, que se traducen en deslizamientos e inundaciones”, afirma la secretaria al llegar a la zona donde se hará la siembra.
Hay una serie de huecos, son cerca de 500 -calculan los ecovigías de Aguas Bogotá- que esperan por una planta. Pero, antes de lanzarse a plantar los pequeños árboles de 2 o 3 años de edad y que salieron de diferentes viveros, hay un taller sobre el paso a paso de la siembra que, como comentó de manera jocosa uno de los voluntarios, “no es abrir un hoyo y poner un árbol adentro”.
En efecto, es una maniobra de cuidado. Hay que tener en cuenta la profundidad de la fosa, que el tallo quede a nivel de la boca de la misma y romper con delicadeza la bolsa para que no se desmorone la maceta.
Y en la medida que se va vaciando tierra en el fondo, se le hace presión para sacarle el aire y después se aplica con la mano un hidrogel que se convertirá en el primer alimento de esa planta en el nuevo lugar.
Al final, si es un terreno con pendiente, se puede hacer una especie de dique con tierra, con el objetivo de contener el agua lluvia. Y, como bien lo decía la ecovigía Diana Riaño, clavar una vara que servirá en el futuro de guía al árbol y que garantizará que este crezca “derechito”.