Nanyín Carolina Figueredo Álvarez está confinada en una pequeña habitación. Pasa el encierro en compañía de su pequeña bebé de casi 2 años, que llora todo el tiempo, tal vez de aburrimiento.
Ya cumplo tres años de lucha, y aunque lloro y sufro, no quisiera regresar derrotada
Ella ya ha explotado en varias ocasiones, no entiende por qué la vida se ha empeñado en hacerle cada vez más difícil la ruta para salir adelante. De 31 años, y oriunda de Portuguesa (Venezuela), decidió salir de su país hace dos años por la misma razón que miles de sus compatriotas.
El dolor fue doble porque al inicio de su travesía tuvo que dejar a su hijo de 8 años con su abuela paterna. “Cuando decidí salir de mi país, cansada de la falta de oportunidades, é a una amiga que ya vivía en Bogotá. En Venezuela ya no podía sobrevivir”. En el último trabajo que tuvo en su país vio cómo a los dueños del negocio les tocó venderlo todo.
Así, cansada de un viaje extenuante, llegó al barrio El Refugio en Fontibón. Gracias a su amiga obtuvo trabajo en un restaurante. “Ahí duré trabajando unos cuatro o cinco meses. Después busqué otro chance en donde me pagaran mejor”, contó.
Pero no le fue bien. Aunque habían pactado un sueldo, los dueños del lugar le incumplieron la promesa. Era un asadero, y su jornada de trabajo, que comenzaba a las 8 de la mañana, podía extenderse perfectamente hasta las 12 de la noche. Ella había sido contratada como auxiliar de cocina, pero cuando la cocinera faltaba le tocaba responder por los dos cargos. “Me vi en la obligación de renunciar a ese trabajo y devolverme a Venezuela. Pero lo que pasó después es que quedé embarazada de mi niña y por eso tuve que vivir un tiempo en Maicao, además viví la separación del papá de mi hija”.
Allá trabajó en una empresa que distribuía comidas a los colegios hasta que su vientre comenzó a crecer y tuvo que partir hacia Santa Marta, siempre buscando mejores oportunidades, pero la realidad con la que se encontraba era muy diferente. En esa ciudad le tocó dormir dos días en la terminal, con cuatro meses de embarazo y agobiada por todos los síntomas de la gestación.
La salvaron una mujer y su hija, a quienes les aceptó la ayuda con la condición de que apenas naciera su bebé ella se iba de su casa. “Ellas fueron unas grandes personas conmigo”.
Ya con la bebé en brazos y de tres meses viajó a Bogotá. No tuvo más remedio que volver al restaurante que ya conocía y a cumplir con las jornadas de 15 horas, que la dejaban exhausta, y a vivir en una habitación en el barrio El Refugio en Fontibón. “Fue muy duro. No podía estar con mi niña. Ella se me enfermaba y no podía estar con ella”.
Luego, mientras laboraba en una tienda de frutas ubicada en el barrio La Aldea de la localidad de Fontibón solía dejar a su hija en la Fundación Purísima Concepción de María. El día 13 de febrero de 2020, a eso de las tres de la tarde, una llamada la dejó asustada. “Me dijeron que mi niña había sufrido un accidente, que personal de la fundación estaba tomando tinto y que cuando la niña manoteó el líquido le cayó encima de su cuerpo. Esa fue la primera versión que me entregaron”, contó Nanyín.
Luego otra profesora de la fundación le dijo que la niña se había dirigido hacia el área del comedor, que minutos después ella se había dado cuenta de que la bebé se había quemado y entonces fue cuando puso la alerta en la institución. La bebé, quien resultó con quemaduras de segundo grado en el tórax y el vientre, fue trasladada tras el accidente al Centro Médico Asistencial Madre Bernarda, el cual, según dijo, corrió con los gastos médicos de la niña.
Fue muy duro. No podía estar con mi niña. Ella se me enfermaba y no podía estar con ella
Pero luego de ese hecho, la madre de la menor perdió su empleo. “En esos días me había tenido que llevar a mi hija al trabajo y por eso mi jefe me dijo que ya no podía seguir laborando con ellos”. La niña se recuperó, pero la cicatriz les recordará ese episodio para siempre.
Y, como si las pruebas de la vida para esta mujer no fueran suficientes, llegó la cuarentena. “Todo se agravó porque me quedé sin trabajo otra vez y la plata que había gastado entregando hojas de vida pues no sirvió de nada porque quién, en esta situación, lo va a ayudar a uno. También se arruinó el cuidado de mi niña, ella había entrado a otro jardín y pues con la cuarentena lo cerraron”.
Estos días, madre e hija han sobrevivido con un mercado que el Distrito les entregó. “Mi niña ya tiene un año y seis meses. Pero estar encerrada con ella en un cuarto tan pequeño es estresante, porque ella se aburre y se pone a llorar y pues yo también colapso. Y claro, mi bebé no tiene la culpa, pero es que todo esto es muy duro”.
A pesar de todo lo que le ha pasado, Nanyín no quiere volver a su país. “Ya cumplo tres años de lucha, y aunque lloro y sufro, no quisiera regresar derrotada. Sería yo una cobarde si no enfrento esta situación. Ahora tengo una niña por quien salir adelante. Por lo menos en este país puedo almorzar y cenar, en Venezuela eso ya no se puede. Solo los que tienen dólares pueden vivir de manera digna”.
Solo ruega que la xenofobia pare. “Es muy duro saber que por uno pagamos todos. Nosotros estamos mal y necesitamos de sus ayudas”.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ