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Editorial
Una aventura fascinante en la Ciudad Perdida de Falan
Las Minas Reales de Santa Ana, en Tolima, fueron recuperadas y convertidas en un destino de arqueología y aventura.
Vestigios de una de las bodegas donde se almacenaba la plata que se extraía de las minas. Foto: José Alberto Mojica
La selva se tragó a las Reales Minas de Santa Ana durante más de cuatro siglos. Ni siquiera los habitantes de Falan, población del norte del Tolima, sabían que allí —en su territorio— la corona española mandó a construir un sofisticado sistema de minas y túneles del que extrajeron miles de toneladas de plata —y oro, aunque en menor proporción— que terminaron engordando los tesoros de la madre patria. De hecho, gran parte del cargamento del galeón San José, que se hundió en aguas del Caribe colombiano, provenía de estos montes tolimenses.
Solo se supo de su existencia en el año de 1987. El periodista y expedicionario Roberto Tovar estaba en la búsqueda de una ciudad fundada por Gonzalo Jiménez de Quesada llamada Santa Águeda —de la cual no se tiene razón hasta la fecha— y se encontró con los vestigios de bodegas esculpidas en roca arenisca, laja de piedra tallada y calicanto; túneles y demás estructuras de las que, después se sabría, eran las Reales Minas de Santa Ana: un sofisticado complejo minero que data del siglo XVI y levantado sobre el cañón de la quebrada Morales.
Fernando Aguirre es un falanense de 60 años. De niño, con sus hermanos y sus amigos, se la pasaba en el monte, en los charcos cercanos, pero la espesura de la selva nunca le permitió llegar al lugar del hallazgo de Tovar, que fue presentado en el programa de televisión ‘Colombia oculta’ como toda una epopeya.
Fue en el 2005 cuando Aguirre, junto con sus dos hijos, se adentró en el monte con el fin de descubrir esas maravillas ocultas. “Sentí una magia especial. Y en ese momento decidí que, algún día, tendría que mostrarle al mundo este lugar tan maravilloso”, recuerda. Empezó a tocar puertas, a buscar ayuda, pero fue muy poco el apoyo que recibió. No se rindió. Tanto así que renunció a su trabajo como contador y con sus ahorros compró el predio donde hoy existe la Fundación Ecoturística Santa Ana, que le da empleo a 30 personas, sobre todo a jóvenes del municipio. En el 2017 empezaron a llegar los turistas.
Ciudad Perdida de Falan dispone de cabañas dotadas con comodidades y hasta con jacuzzi. Foto: José Alberto Mojica
Comienza la aventura
Para llegar a Falan, desde Bogotá, es necesario tomar la carretera que conduce a Honda (Tolima) y seguir por el valle del río Magdalena; se pasa por Mariquita y 20 kilómetros adelante se debe hacer un giro a la derecha. Un aviso gigante le indicará la ruta hacia la Ciudad Perdida. Tras 15 minutos más de recorrido se llega a la entrada a la reserva.
Se recomienda llegar temprano, tipo 8:00 a.m. y reservar el almuerzo. Aunque el ‘chupado’ tolimense es el plato principal —preparado con gallina o pollo, carne de res, cerdo, huevo, arroz, papa y yuca, y se envuelve en hojas de plátano— también hay otras opciones. La caminata requiere ciertas condiciones físicas, sobre todo para el ascenso de regreso.
Giselle Cárdenas es la guía asignada. Nos recoge a las 8:00 de la mañana en una de las cabañas del lugar, dotadas con todas las condiciones para una estadía confortable y hasta con jacuzzi.
Lo primero que nos encontramos es con los circuitos de canopy y con una cascada donde se practica torrentismo. “Este charco se llama ‘Descanso de Mutis’, pues este lugar no solo fue explotado por la minería”, dice ella al recordar —según se ha documentado— que el célebre José Celestino Mutis fue de las minas y más tarde incluyó este paraíso de biodiversidad en su la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada. Vemos cascadas, charcos, ranas, decenas de mariposas y árboles centenarios altísimos hasta que nos topamos con un muro de contención que servía para sostener un canal de agua con la que se lavaban los minerales. Y ahí nos enteramos de la parte oscura de esta historia. “Unos dos mil hombres indígenas de la región, descendientes de los pijaos, fueron esclavizados por los españoles para la construcción de estas minas”, dice Giselle, y cuenta también que, tras lograr la independencia de la corona española, Simón Bolívar se las entregó a los ingleses como un agradecimiento por el apoyo recibido en su gesta libertadora. Encontramos —y entramos— a varios de los tantos túneles por los que se transportaban los minerales a Mariquita y a Honda, aunque no están habilitados.
Cada vestigio, cada charco y cada túnel tiene el nombre de un personaje ilustre que dejó aquí sus huellas: el sabio Francisco José Caldas —que acompañó la Expedición Botánica—, Simón Bolívar, Roberto Tovar… Las murallas de piedra y las ruinas de las bodegas, delineadas con arcos, parecen vestigios de los templos de Camboya. Un baño en las aguas frescas del charco de Mutis es la recompensa después de la travesía.
Los más aventureros pueden descender cascadas en entretenidas prácticas de torrentismo. Foto: José Alberto Mojica
Si usted va...
Lleve botas de trekking o tenis con buen agarre, pues el terreno es escarpado y a veces fangoso. Se sugiere llevar el traje de baño puesto, debajo de la ropa, para poder disfrutar de los charcos. Lleve un morral pequeño con hidratación y ropa de cambio. La entrada al lugar tiene un costo desde los $26.000. Hay paquetes que incluyen actividades como canopy y torrentismo desde los 72.000. Si quiere alojarse en una de las cabañas, consulte en www.ciudadperdidafalan.co.