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Huerta urbana: la revolución silenciosa de cultivar en casa

Cada vez más, las personas siembran, cultivan y cosechan vegetales para el autoconsumo.

Entre las plantas más recomendadas están las hortalizas y plantas aromáticas como la hierbabuena, caléndula o limonaria.

Entre las plantas más recomendadas están las hortalizas y plantas aromáticas como la hierbabuena, caléndula o limonaria. Foto: iStock

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La indiferencia por las plantas ha empezado a quedar atrás desde ese instante en el que comenzamos a extrañar esos momentos simples en los que el verde nos rodeaba. El encierro entre cuatro paredes y la prohibición de salir, incluso durante un tiempo al menos a un parque, llevó a que la gente empezara a fijarse en esos pedacitos de tierra en los que podría sembrar una planta que le distrajera, que le diera un poco de verde a sus ojos acostumbrados al gris de la ciudad, e incluso que la pudiera alimentar. Ha sido un reverdecer para muchos.
En la actualidad, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que 800 millones de personas están involucradas en la agricultura urbana en la tierra y con ello suplen hasta el 20 % de las necesidades alimentarias en todo el mundo. La agricultura urbana se presenta además como una vía eficaz para garantizar mayor cantidad de alimentos a la población, favorables niveles de ingresos financieros, empleos seguros y vía para paliar de algún modo el efecto del creciente éxodo de la población rural hacia las principales urbes.
“Los huertos urbanos reducen el ‘efecto de isla de calor urbano’, en el que las ciudades a menudo son varios grados más cálidas que las áreas rurales cercanas, debido al calor atrapado por carreteras y edificios de color oscuro”, según investigadores de la FAO.
Los factores que han impulsado esa actividad tan primitiva en estos tiempos de pantallas y de pandemia pueden ser muchos: el aburrimiento, extrañar salir y por lo tanto al verde, estar cansados de las pantallas, cuestionarnos sobre nuestra vida en la que no nos detenemos a fijarnos en las cosas más simples, el miedo a un futuro más contaminado, querer compartir en familia o con amigos una actividad distinta y otras tantas posibilidades; pero lo importante ha sido esa iniciativa que incluso muchos ni imaginan el impacto que tiene.
Las redes sociales fueron promotoras además de esta tendencia, que creció cada vez más especialmente en la población joven. Y es que los jardines y huertas urbanas de una u otra forma se convirtieron en algo por lo cual presumir en Instagram, surgieron casi que una especie de ‘garden-porn’, el placer de ver jardines. Pero más allá de esto, ahora hay una mezcla de responsabilidad medioambiental, una tendencia de autosostenibilidad y también una forma de olvidarse un rato de las pantallas.
Por ejemplo, Paula Cortés, a comienzos de la cuarentena estricta, decidió subir un día a la terraza de su edificio en Chapinero. Tenía pensado tomar sol un rato y hacer ejercicio. Cuando subió se encontró que había tres personas sembrando algo. “Me dijeron que iban a hacer un jardín, que sí quería participar”, cuenta la joven. Empezaron a armar la huerta, tenían cebollas, rábanos, tomates, lechugas, zanahorias, albahaca y linaza.
Paula fue la primera en armar su huerta. La idea era que cada uno tuviera su “nación”, como en Game of Thrones; a la de ella la llamó Esperanto. Decidieron también poner letreros invitando al resto de vecinos a que se unieran e hicieran también sus huertas. La iniciativa fue tomando fuerza y con el tiempo empezó a subir más y más gente hasta que se convirtió casi que en una tradición del edificio. Todos se encontraban en la terraza los miércoles y los domingos en la tarde. Lo llamaron “huertear”.
“Yo llevaba tres años viviendo en ese edificio y no conocía a casi nadie. Ahora que me mudé, seguimos siendo amigos y nos hablamos. La huerta sigue allá”, dice.
Uno de los jóvenes que se encontró el primer día y que estaba “liderando” la huerta es Jose Estrada, ingeniero ambiental y cofundador de Jestar –un espacio para el aprendizaje en construcción sostenible–. “En nuestra casa vivíamos tres personas: mi compañera, mi primo y yo”, cuenta Jose. “Todo comenzó con un lote de plántulas que teníamos justo antes de que la cuarentena se iniciara. Estábamos convencidos de que la cuarentena duraría por lo menos uno o dos meses, y aunque no era tiempo suficiente para sacar una cosecha, sí para ‘sembrar la semilla’ de la agricultura urbana en el hogar”.
La primera huerta la hicieron con materas y recipientes que estaban en el depósito de basura del edificio. “Cuidar de ella (la huerta) era cuidar de nosotros mismos, y así como la covid, también cuidábamos a las plantas de las moscas minadoras del tomate, los hongos y la sequía. Cuidábamos de los vecinos que vivían solos, y creamos entre nosotros mismos una burbuja comunitaria, hicimos cofradía en un momento histórico en donde se supone que nadie se conoce, nadie se enamora y nadie se salva. La huerta nos salvó”, dice Estrada.
Aunque no hay una forma exacta de saber cuántas personas están enrollándose en las huertas urbanas, Jose señala que la empresa en la que él trabaja ha vendido más huertas durante la cuarentena que lo que nunca antes había vendido. Otra forma de demostrarlo es que el proyecto visual del que él también hace parte, Club de la Huerta (@clubhuerta, en Instagram), ha crecido de una forma que no se imaginaba y ha tenido acogida no solo en las principales ciudades de Colombia sino también en otros países de América Latina.
Jose cree que la cuarentena ha disparado el interés por las huertas urbanas y por la jardinería porque se han convertido en una forma de resistencia, o “más bien de instinto de supervivencia”.
¿Por qué sembrar una huerta en casa? Jose siempre ha dicho que una huerta casera no se debe sembrar por ahorrar dinero o por soberanía alimentaria, porque sería caer en el error de las falsas promesas. En realidad se debe sembrar en casa como acto pedagógico y simbólico. Por la huerta se cruzan valores para construir sociedades más equitativas, responsables y sostenibles. Una huerta sirve para quitarnos el miedo de volver a tener las uñas llenas de tierra y valorar a quienes día a día lo hacen para abastecer los mercados.
En el barrio donde vive Catalina Navas, Teusaquillo, la gente se organizó para tener en el parque un sistema de recolección de desechos orgánicos y producción de compost. Ella va cada cierto tiempo y recoge de ahí el abono para la huerta que tiene en la terraza de su casa. Con Juan Álvarez, su pareja, suben con cierta frecuencia a sus redes las fotos de cómo ha sido el proceso, y es realmente envidiable: ‘garden-porn’.
“Me parecía que el espacio de la terraza se estaba desperdiciando, entonces mandamos a hacer un mueble para la huerta. Me parecía chévere sembrar mi propia comida. Entre otras cosas, porque me atormentaba mucho el plástico de todas las verduras que comprábamos en las cadenas de mercado”, explica Catalina.
Y es que si tenemos en cuenta que el 42 % del plástico producido mundialmente desde 1950 se ha utilizado para envasado, y que los envoltorios de los alimentos son de un solo uso, gran parte de los residuos plásticos que nadan por el mar hoy en día han salido de los supermercados, según el portal Ethic.
Según la FAO, las huertas urbanas son una especie de oasis verdes en las ciudades que pueden ayudar al medioambiente e impulsar la economía circular en un mundo donde el 55 % de la población vive en urbes. De hecho, la organización resalta que cerca del 15 % de los alimentos a escala mundial se están produciendo ahora en las ciudades.
Catalina es una más. Aunque es escritora, se presentó como: “Hola, soy la de la huerta”. Ella cuenta que empezaron sembrando semillas; sin embargo, aconseja comprar las plántulas.
“Las semillas lo pueden frustrar a uno, es mejor empezar con las plántulas, que se consiguen en algunos viveros, pero fijo en el centro de biosistemas de la Universidad Jorge Tadeo Lozano”, cuenta.
Catalina y Juan cortan las hojas que necesitan y no toda la planta. “Siento que es algo que me ayuda a estar un poco más despacio, yo suelo hacer las cosas muy rápidamente y con mucho afán y quiero que todo esté muy pronto, pero las plantas ayudan a sintonizarme con ritmos más lentos. Creo que eso ha sido lo más valioso, más allá de la comida y de hacer espacios útiles en la casa, que también me parece importante”, cuenta la escritora.
Al igual que Catalina, Cristian Cano se dio cuenta de que algo no andaba bien cuando después de hacer mercado botó el empaque de una albahaca a la basura y luego se dio cuenta de que solo había usado unas pocas hojas. “Eso nos hizo pensar… ¡Algo acá puede mejorar!, ¡algo distinto se debe poder hacer! Uno debería poder usar solo lo que necesita y cultivarlo en casa”, y de ese cuestionamiento surgió Huertos para Hogares, un emprendimiento que tiene él junto con su novia, Margarita Acosta.
Cristian, hacía ya más de año y medio había elaborado una huerta artesanal para regalársela a su novia. A partir de ahí, sumado a la historia de la albahaca se dieron cuenta de que las huertas urbanas podían convertirse en un excelente hobby y un comienzo para promover la alimentación sostenible.
A hoy, el emprendimiento de Cristian y Margarita ha crecido de una forma que no se alcanzaron a imaginar. Tienen servicios para empresas, para familias y tienen ya una oferta con más de 15 opciones para que los clientes escojan, así como también diseñan e instalan los huertos a la medida que les pidan.
Cristian cree que el interés ha crecido porque las personas se están preocupando cada vez más por la forma como se alimentan y también por el medioambiente. “Nuestros clientes son de todo tipo. Desde jóvenes que piensan en el impacto positivo que están generando en el planeta, personas de edad media que quieren inculcar a sus hijos la conciencia del consumo razonable hasta personas que desean hacer esto por hobby, incluso adultos mayores que desean volver a sus raíces, donde tenían siempre disponible campo para cultivar todos sus productos”, cuenta el joven.
SIMÓN GRANJA MATIAS
Redacción Domingo

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