En este portal utilizamos datos de navegación / cookies propias y de terceros para gestionar el portal, elaborar información estadística, optimizar la funcionalidad del sitio y mostrar publicidad relacionada con sus preferencias a través del análisis de la navegación. Si continúa navegando, usted estará aceptando esta utilización. Puede conocer cómo deshabilitarlas u obtener más información
aquí
Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí. Iniciar sesión
¡Hola! Parece que has alcanzado tu límite diario de 3 búsquedas en nuestro chat bot como registrado.
¿Quieres seguir disfrutando de este y otros beneficios exclusivos?
Adquiere el plan de suscripción que se adapte a tus preferencias y accede a ¡contenido ilimitado! No te
pierdas la oportunidad de disfrutar todas las funcionalidades que ofrecemos. 🌟
¡Hola! Haz excedido el máximo de peticiones mensuales.
Para más información continua navegando en eltiempo.com
Error 505
Estamos resolviendo el problema, inténtalo nuevamente más tarde.
Procesando tu pregunta... ¡Un momento, por favor!
¿Sabías que registrándote en nuestro portal podrás acceder al chatbot de El Tiempo y obtener información
precisa en tus búsquedas?
Con el envío de tus consultas, aceptas los Términos y Condiciones del Chat disponibles en la parte superior. Recuerda que las respuestas generadas pueden presentar inexactitudes o bloqueos, de acuerdo con las políticas de filtros de contenido o el estado del modelo. Este Chat tiene finalidades únicamente informativas.
De acuerdo con las políticas de la IA que usa EL TIEMPO, no es posible responder a las preguntas relacionadas con los siguientes temas: odio, sexual, violencia y autolesiones
Entrevista
'Cómo mandar a la mierda de forma educada': la importancia de poner límites para lograr relaciones sanas
La psicóloga española Alba Cardalda explica por qué 'una pequeña cuota de egoísmo' es recomendable para todos.
Alba Cardalda es experta en psicoterapia cognitivo-conductual y en neuropsicología. Foto: Ariadna Arnes
Alba Cardalda tenía 27 años cuando decidió poner una pausa en su vida profesional e irse a conocer más mundo. Se había graduado de psicóloga y especializado en terapia cognitivo- conductual y neuropsicología, pero sintió que era hora de parar. Eligió como destino Suramérica, una región que sus padres
—españoles como ella— habían visitado en su viaje de bodas y de la que le habían dado buenas referencias. Sería un par de meses de travesía, calculó Cardalda. Al final fueron más de dos años, en un recorrido que la llevó desde Argentina hasta Colombia.
“Para mí resultó clave entender el mundo desde otras miradas. Durante ese viaje —que hice sola, casi todo ‘a dedo’, conociendo de cerca las realidades de las personas, conectándome con su situación— aprendí a entender el mapa mental del otro y tomé conciencia de la importancia de poner límites de manera firme”, dice Cardalda, que vino a la Feria del Libro de Bogotá a presentar su libro Cómo mandar a la mierda de forma educada, en el que explica las razones por las cuales los límites son fundamentales para tener relaciones sanas y da claves para establecerlos de una forma clara y efectiva.
¿Por qué suele ser tan difícil poner límites en las relaciones?
Principalmente por miedo y por culpa. Miedo a que la otra persona se enfade, no lo entienda, se aleje y no quiera seguir una relación con nosotros —del tipo que sea, amorosa, de amistad, familiar—. Nos dan miedo las consecuencias que pueda traer el hecho de intentar marcar ese límite. Por otro lado está el sentimiento de culpa, derivado de las creencias que tenemos. Solemos pensar que poner límites y decir no a algo nos convierte en malas personas. Son creencias que vienen de la cultura y de cómo nos han educado. En las personas que nacimos antes del año 2000 —sobre todo las mujeres—, la idea de querer complacer, de “mejor no me quejo porque no quiero generar incomodidad”, está muy presente.
También está la idea de que poner un límite con el fin de cuidarse a sí mismo es egoísmo...
Creo que una pequeña cuota de egoísmo es sana para todos. Claro, sin entender ese egoísmo como “solo me importa lo que me pase a mí y lo que a ti te pase me da igual”. No es así. Se trata de “mirar por mí”, de cuidarse a uno mismo. Si en una relación están pasando cosas que te duelen, si no es un vínculo recíproco y se presentan conductas que te afectan, ¿por qué te vas a sentir egoísta? Se pueden marcar límites y expresar lo que quieres, sin ser agresivo con el otro, pero reivindicando lo que necesitas. Es una forma de autocuidado y de construir relaciones sanas.
Y es algo bidireccional: se tienen en cuenta, al mismo tiempo, los límites que impone la otra persona...
Entender el límite de esta manera nos permite considerar los de los demás y saber que cuando el otro me pone un límite no tiene que ver conmigo, sino con lo que ese otro quiere para su vida. Es interesante porque en ese proceso vamos a descubrir si lo que uno necesita o tolera resulta compatible con lo que el otro necesita o tolera. Esas cosas tuyas que a mí no me gustan —y esas que yo tengo que a ti no te agradan—, ¿pueden compaginarse o traspasan límites no negociables? Ahí entramos en un diálogo en el que tendremos que ceder en algunas cosas si queremos tener una relación. Aunque, claro, sin insistir en que el vínculo funcione sí o sí, porque esto puede derivar en relaciones dañinas o de dependencia. Si me doy cuenta de que tus reglas de juego y las mías no son compatibles, es mejor mantener cierta distancia para no acabar lastimándonos.
A veces no se tienen claros los límites que se quieren poner. ¿Qué cosas hay que considerar en este proceso?
Es algo muy fácil de hacer, pero que pocos hacen. Se trata, simplemente, de parar y escucharse a uno mismo. Hacer un ejercicio de introspección, de reflexión, de autoconocimiento. Sentarnos con una copita de vino, con un té, lo que sea, y pensar qué es necesario para mí, qué quiero, qué es negociable y qué no lo es. Escribir qué busco en mis relaciones. Estamos todo el tiempo alimentando vínculos externos, y eso es genial, pero nos olvidamos de que también tenemos un vínculo con nosotros mismos que necesita de cuidado y de escucha. Así como solo puedes conocer a alguien si pasas tiempo con esa persona, con nosotros es igual. Si no pasamos tiempo con nosotros mismos vamos a estar conviviendo con un desconocido.
Portada del libro, publicado por el sello Vergara. 283 páginas. Foto:Archivo Particular
“A poner límites se aprende poniendo límites”, dice. ¿Es algo de ensayo y error?
Exacto. A veces somos muy duros con nosotros mismos y queremos que todo nos salga bien a la primera. Si llevas una vida con ciertas creencias y comportándote de una determinada manera, necesitas tiempo para cambiar. Estos son hábitos mentales, de comportamiento, más complejos aún porque tienen una gran carga emocional. Modificarlos no es tan fácil. Por lo tanto, día a día, cada pequeño paso es un avance. Tenemos que verlo con paciencia. Y está bien equivocarnos en el proceso.
Habla de que en este proceso termina por darse un cambio cerebral...
En el cerebro se fundamentan muchos hábitos, conductas, formas de interpretar las cosas, que son las que nos hacen tener ciertos sentimientos en una situación u otra. Cuando empezamos a cambiar patrones de comportamiento, a razonar las cosas de manera diferente, en nuestro cerebro también están ocurriendo cambios, se están creando recorridos mentales distintos a los que normalmente transitábamos. Eso es lo que nos da la oportunidad de aprender, de ser resilientes cuando pasamos por una situación difícil. La plasticidad del cerebro nos permite cambiar. Pero no son cambios que se hacen de la noche a la mañana. Son estructurales y requieren tiempo.
¿Hasta que llegue a ser una respuesta natural, automática?
Así es. Se pueden poner muchos ejemplos. Nadie pretende saber tocar la guitarra de un día para otro. O cuando empezamos a conducir. Todos recordamos el primer momento en que nos pusimos delante de un volante y pensamos: no puedo atender a tantas cosas al mismo tiempo. Y luego lo hacemos de forma natural. Esto es porque se han generado unos circuitos neuronales que antes no teníamos. A base de repetirlo, se han fortalecido tanto que ya es algo automático. Con los hábitos de comportamiento ocurre lo mismo. Al final es un proceso de reestructurar las creencias. Por eso cuando comenzamos a poner límites nos sentimos culpables, pero luego pensamos: lo hago porque tengo derecho. Nos vamos repitiendo este razonamiento hasta que lleguemos a tenerlo de manera automática.
Plantea el riesgo de caer en el ‘limitismo’. Es decir que tampoco se nos debe ir la mano con los límites...
Poner límites continuamente, sin ser flexibles, no nos permite convivir con los demás. Hay que entender que cada persona es diferente y que crear un vínculo también implica ceder en algunos puntos. Por eso es importante tener claro cuáles son nuestros límites negociables y cuáles los no negociables. Los primeros nos van a permitir ese rango de flexibilidad. Si para mí es negociable la puntualidad, por ejemplo, puedo tolerar que llegues unos minutos tarde. Poder ser flexible en ciertas cosas nos da la opción de ser firmes en las que realmente son importantes para nosotros. No podemos pretender que nada sea negociable porque nos la vamos a pasar discutiendo y muy frustrados.
¿Cómo funcionan los límites en el mundo laboral?
Es un ámbito complejo porque ahí se dan relaciones y dinámicas de poder. Existen jerarquías marcadas, de jefes, de superiores, con privilegios diferentes a una persona que está en un rango distinto, como empleado o subordinado. En este caso se necesita aún más entender la psicología del otro. Tú le puedes decir a un amigo “no quiero”, “eso no va conmigo”, pero a un jefe es más difícil responderle así. En este tipo de relaciones es fundamental tener en cuenta cómo funciona el mapa mental de la otra persona. Se requiere empatía, es decir, comprender el mundo desde la mente del otro. Darme cuenta de qué es importante para mi jefe, de manera que yo pueda argumentar ese ‘no’ de una forma que sea más comprensible.
La psicóloga Alba Cardalda estuvo en la reciente Feria del Libro de Bogotá. Foto:sergio medina. EL TIEMPO
Es un ejercicio empático grande, el hecho de entender la forma en que la otra persona ve el mundo...
Es un ejercicio que exige mucha energía, sí. No siempre es necesario. Depende de cuánto te importe esa relación. Si vas a marcar límites con tu hijo, con tu pareja, con tu mamá, probablemente quieras que tengan más comprensión. En ese caso lo ideal sí es ponerse en el lugar del otro y decirle las cosas entendiendo su mapa mental.
Gran parte de su libro se centra en la forma como deben comunicarse los límites. ¿Cuáles son las cosas básicas en este punto?
Las mismas palabras dichas con un tono u otro, por ejemplo, cambian muchísimo. Cuando marcamos un límite con alguien que se está sobrepasando, tenemos que usar un tono de voz que transmita firmeza. Sin gritos, porque sería agresivo y arrogante, pero tampoco con un tono bajo que casi no se nos escuche. Nuestro cuerpo también debe comunicar, la forma como miramos a los ojos. Estar en una postura corporal que diga: aquí estoy plantada, no te voy a permitir que me sigas pisoteando. No podemos decir eso haciéndonos pequeñitos. Es esencial tomar conciencia de todo esto y utilizarlo para comunicar lo que queremos.
¿Por qué no recomienda dar muchas explicaciones?
Porque con cada explicación le abres la puerta a la otra persona para que intente argumentar y convencerte. En cambio, cuando respondes solo con un “es que sencillamente no quiero”, “no tengo ganas”, “no va conmigo”, no hay más vuelta de hoja. Es un “hasta ahí” y tienen que respetarte. Claro, hay que considerar el contexto y la relación que tenemos con esa persona. Siempre es conveniente saber leer muy bien los matices.
Y usted dice otra cosa clave: hay derecho a cambiar de opinión. Dijimos sí, pero ahora podemos decir no...
Eso es muy valioso en cualquier situación, pero hago más hincapié cuando hablo con jóvenes, chicos y chicas, en el ámbito sexual. Qué importante es saber respetar que alguien, en cualquier momento, te dice que no. Y no importa si ya están en la cama, por ejemplo. Esa persona decidió que no. Los jóvenes deben sentirse en la libertad de cambiar de opinión, así hayan dicho sí durante mucho tiempo.
Aquí la autoestima, como siempre, resulta fundamental, ¿no es así?
Es muy importante. Es necesario aprender a decir no desde pequeños. Eso es algo que me toca muy de cerca. Cuando yo tenía 14 o 15 años, todo mi entorno de amigos tomaba cocaína.Fui la única que nunca la probó. Al principio era incómodo para los demás que yo decidiera decir no. Pero seguía con ellos a mi manera, sin problema. A la cuarta o quinta vez, viendo que me mantenía en el no, dejaron de insistirme. Hay que tener claro que decir no y poner un límite no significa fallarle a nadie. Es ser coherente con lo que uno quiere. No hay por qué ceder ante los demás.
Usted habla de poner límites de forma educada, pero también dice que se puede llegar a un punto en el que toca ser más radical. ¿En qué momento sí hay que “mandar a la mierda”?
En el momento en que, después de intentar resolver las diferencias de forma asertiva y de explicar que no quieres que se crucen límites no negociables, la persona sigue transgrediéndolos. O cuando intentan manipularte continuamente y no te están respetando. Si ya has avisado de manera respetuosa y la conducta que recibes es degradante hacia ti, no debe haber más tolerancia.Ese es el momento en que, de forma lícita, podemos mandar a la mierda al otro. Por protección, por autodefensa.
Usted lo dice bien: a veces perder una relación es ganar...
A la hora de empezar a establecer límites es bueno analizar quiénes los respetan y quiénes no están dispuestos a aceptarlos. Sobre esa base debemos plantearnos si nos conviene tener cerca o no a una persona. Ver sobre qué se está sosteniendo ese vínculo, si solo se da sobre la condición de que yo siempre deba ceder y ser complaciente. Si una persona se enfada y se aleja cuando empezamos a poner límites, bueno, perderla es ganar. Yo quiero a mi lado personas que me cuiden, que tengan en cuenta lo que necesito. Las otras son pérdidas que nos van a sumar en salud mental y tranquilidad.