Las mujeres aún no ocupan en igualdad las áreas de trabajo masculinizadas

En 1857, un grupo de mujeres trabajadoras se manifestó en Nueva York reclamando la mejora de sus condiciones laborales. Más de un siglo después, en 1977, las Naciones Unidas declaró el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer, reivindicando la lucha por la igualdad de derechos y condiciones sociales, laborales y políticas de las mujeres.

Sin embargo, los avances desde entonces han sido lentos, y aún queda mucho camino por recorrer. Aunque cada vez hay más mujeres ingenieras, abogadas y médicas, al ritmo que llevamos los expertos calculan que falta más de un siglo para que se cierre la brecha de género en el trabajo. De ahí que la ONU ponga el foco en la innovación, el cambio tecnológico y la educación en la era digital como aspectos clave para alcanzar la igualdad de género.

En la actualidad existen múltiples indicadores que monitorean los avances –que tan trabajosamente se van logrando– en materia de igualdad laboral entre mujeres y hombres. Elaborados por diferentes organismos, tanto estatales como internacionales, uno de los más significativos es el Índice Global de Brecha de Género del Foro Económico Mundial (WEF), cuyo informe de junio de 2023 desgrana, entre otros temas, los avances en igualdad de oportunidades y participación económica entre mujeres y hombres.

La buena noticia es que en muchos de los países analizados (más de 140) hay notables mejoras. Lo malo es que la WEF estima que, al ritmo actual, se requerirán 131 años para alcanzar la paridad total. Estaríamos, pues, solo a medio camino de lograr la efectiva equiparación entre mujeres y hombres en el mundo del trabajo.

(Siga leyendo: Normalizar el abuso es el peor combustible para la violencia de género)

Uno de los elementos clave para ello es impulsar la incorporación de las mujeres a ocupaciones laborales de las cuales fueron excluidas, o siguen estándolo. Se requiere primero identificar qué profesiones cuentan ya con una significativa presencia femenina o incluso son lideradas por ellas.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) identificó en 2020, en un estudio que abarcó un total de 120 países, cuatro áreas de mayoritaria participación femenina: cuidados, sanidad, limpieza y educación.

Por el contrario, las profesiones que cuentan con una menor presencia femenina son las relacionadas con la minería, la protección, la seguridad, la ciencia, la ingeniería y la logística. La OIT destaca, además, la existencia de un techo de cristal en el de las mujeres a puestos de nivel directivo, ocupados aún por hombres en tres cuartas partes.

En el ámbito europeo, los datos de Eurostat muestran cómo, a finales de 2022, el top cinco de profesiones mayoritariamente desempeñadas por mujeres en los países de la Unión Europea son casi los mismos a nivel mundial, pese a que en la región se ubican algunos de los países con mejores índices de equidad de género. Ahí se cuentan el cuidado y la educación preescolar, los cuidados de enfermería, la educación (sobretodo a nivel primario), las labores de secretariado y el trabajo doméstico y de limpieza.

(También: Los peligros de no incluir a las mujeres en la analítica de datos)

Las ocupaciones con menor presencia femenina pertenecen al sector del metal, la maquinaria, la construcción, así como el transporte y la conducción de camiones (reflejo del promedio mundial). Otro dato significativo es que, según datos de 2021, las mujeres en Europa ganan, en promedio, casi un 13 % menos que los hombres.

En el caso de España, según datos de 2022 del Instituto Nacional de Estadística, las mujeres predominan en los sectores sanitario, educativo y de comercio al por menor. Por la otra parte, hay más hombres realizando trabajos manuales y ocupan la mayoría de los puestos directivos, pese a que el nivel educativo de las mujeres es, en general, superior al de los hombres.

Se constata, pues, que hay profesiones en las que por razones sociales, culturales o políticas, la presencia femenina es mucho más abultada que en otras (y viceversa). En algunos casos, ello evidencia la persistencia de estereotipos caducos, pero fuertemente arraigados.

Así, las mujeres estarían “naturalmente destinadas” a la realización de determinadas funciones: profesiones menos arriesgadas físicamente o con más bajo nivel de responsabilidad o de requerimientos de conocimientos técnicocientíficos. La consecuencia es que las mujeres acaban desempeñando ocupaciones con más precariedad laboral y con peor remuneración.

A lo anterior se suma que, a escala global, los niveles de participación en la actividad laboral de mujeres y hombres son muy dispares entre sí y en muchos países y ocupaciones es llamativamente superior el porcentaje de hombres trabajando. Esto ocurre tanto en el sector formal como informal del mercado de trabajo.

(Siga leyendo: ‘Nuestro cuerpo no es un buzón de sugerencias’)

Esta circunstancia, además de inisible, es contraria a una lógica puramente económica. El Banco Mundial señaló en 2022 que existen sólidas evidencias de que el incremento de la participación de la mujer en el mercado laboral se correlaciona positivamente con el incremento del producto interno bruto (PIB).

A nivel laboral, las mujeres continúan empoderándose, desafiando los roles tradicionales, y desmontando estereotipos y prejuicios todavía muy arraigados.

El camino que aún queda por recorrer requiere impulsar más decididamente los esfuerzos tendentes a acelerar el ritmo de avance, de forma que para 2057, cuando se cumplirán dos siglos desde el impulso inicial dado por aquellas mujeres trabajadoras pioneras que alzaron su voz contra la discriminación laboral por razón de género, estemos en condiciones de afirmar que, por fin, la brecha de género se ha cerrado.

PELAYO BENITO GARCÍA*

THE CONVERSATION **

(*) Profesor de Recursos Humanos y Relaciones Laborales en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).

(**) Es una organización sin ánimo de lucro que busca compartir ideas y conocimientos académicos con el público. Este artículo es reproducido aquí bajo licencia de Creative Commons.

La gran mayoría de personas con hijos a su cargo compatibiliza el cuidado con el trabajo. Las mujeres se encuentran de forma desproporcionada en situaciones de jornadas parciales, lo que tiende a convertirse en menos horas de trabajo que las de los hombres en la misma situación.

Otras estrategias de conciliación utilizadas para garantizar la cobertura de necesidades de cuidados de niños y niñas son la modificación de horarios laborales, la reducción de la jornada laboral, los permisos puntuales, el teletrabajo y, en menor medida, la salida temporal o permanente del mercado laboral. Y las mujeres, de nuevo, son quienes, con mucha diferencia, recurren más a ellas.

La feminización de las jornadas laborales parciales y de otras estrategias de conciliación da como resultado niveles inferiores de ingresos para ellas. Pero también prestaciones sociales como la del desempleo o de las pensiones de jubilación más pequeñas, y una menor capacidad de progresión profesional.

(Lea más: Una de cada cinco niñas se casa en América Latina antes de los 18 años)

Por lo tanto, la dedicación intensiva al cuidado empobrece a las personas responsables, que suelen ser las mujeres. Este empobrecimiento, además, no es solo monetario. Por ejemplo, en la relación dinámica existente entre la esfera de cuidado no remunerado en los hogares y el mercado laboral, un estudio sobre necesidades de cuidado aplicado a la comarca de Osona (Cataluña) visibilizó el vínculo entre la pobreza de tiempo resultante de las altas cargas de cuidado, particularmente intensa en el caso de las mujeres, además del empobrecimiento económico.

Sandra Ezquerra Samper, directora de la cátedra Unesco Mujeres, Desarrollo y Culturas en la Universitat Central de Catalunya. The Conversation