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Noticia
‘Si se cuida el agua, hay más leche’: el modelo productivo de 40 mujeres de Guatavita que cuidan el páramo
La Asociación de Mujeres Emprendedoras de Guatavita (Ameg), lleva 25 años produciendo derivados lácteos.
Gilma Rodríguez, una de las fundadoras de la Asociación de Mujeres Emprendedoras de Guatavita (Ameg). Foto: Andrea Moreno. EL TIEMPO
Al nororiente del altiplano cundiboyacense, justo donde el páramo toca los cultivos y a veces chocan el uno con el otro, en inmediaciones el municipio de Guatavita, un grupo de mujeres ha logrado lo que parecía imposible: levantar una planta de producción de lácteos con estándares técnicos, pero sin renunciar a sus raíces ni afectar a la naturaleza. Así ha sido la historia de la Asociación de Mujeres Emprendedoras de Guatavita (Ameg), que este año celebra 25 años de existencia.
“Somos 40 mujeres, entre los 22 y los 76 años. Unidas por el deseo de transformar nuestras vidas y nuestros territorios”, cuenta Gilma Rodríguez Jiménez, tesorera y jefa del área de producción de la organización, mientras recorre el lugar donde todos los días se convierte la leche de sus pequeñas fincas en yogur, arequipe, kumis o queso campesino bajo las marcas Carbo Lac y Simqua.
El yogur artesanal y sin azúcar Simqua es uno de los productos de Ameg. Foto:Andrea Moreno. EL TIEMPO
La historia de Ameg no empezó con máquinas. Empezó con un sueño colectivo: mejorar la calidad de vida desde lo rural de un grupo de mujeres que soñaban con convertir lo que salía de sus campos en productos que llegaran a los supermercados de todo el país.
“Han sido 25 años de esfuerzos, aprendizajes, retos. Nos dimos cuenta de que como mujeres campesinas tenemos mucho que aportar. Teníamos un sueño: tener nuestra sede, un sitio para transformar no solo la leche, sino también nuestras vidas”, cuenta Gilma con la voz llena de orgullo.
Pero en el camino, lleno de retos, no todo ha sido sencillo. El Invima cerró la planta, tuvieron que pedir un crédito para abrirla desde cero con todos los estándares fitosanitarios, algunas de las mujeres que iniciaron el proyecto se salieron a mitad del camino y la energía de la juventud ya no está en todas, pues parte de las fundadoras ya están superando los 70 años y hoy sus hijas o nietas son las que están tomando las riendas de la organización.
Gilma Rodríguez, miembro de la Asociación de Mujeres Emprendedoras de Guatavita (Ameg). Foto:Andrea Moreno. EL TIEMPO
‘Si se cuida el agua, hay más leche’
En los últimos años, Ameg ha incorporado prácticas sostenibles que han marcado un antes y un después en su manera de producir. Con el acompañamiento de Conservación Internacional —una de las organizaciones ambientales más grandes del mundo—, las mujeres de la asociación entendieron que conservar es también una forma de producir y de ser eficientes como empresa.
“Aprendimos que si se cuida el agua, hay más leche. Y si hay más leche, hay más producto. Eso nos cambió la forma de ver nuestra ganadería”, explica Rodríguez. La frase puede sonar simple, pero encierra una lógica poderosa: sin agua limpia y sin ecosistemas sanos, no hay producción.
En Colombia, donde la ganadería tiene un importante impacto en la degradación de los ecosistemas como el páramo, en Ameg decidieron demostrar que se puede producir sin destruir. “Nos capacitamos en sistemas silvopastoriles. Cercamos las fuentes hídricas, sembramos árboles para dar sombra y proteger el suelo, llevamos el agua hasta los bebederos sin que las vacas pisen los nacederos”, relata Gilma, mientras recuerda que hoy incluso recogen el estiércol y lo convierten en compost para sus propios cultivos.
La siembra de papa y cebolla, al igual que la ganadería, degradan el páramo en Colombia. Foto:Julián Ríos Monroy. EL TIEMPO
Y es que, la agricultura y la ganadería han sido los dos grandes factores de pérdida de especies de plantas como frailejones y migración de animales como el oso andino en los páramos. De acuerdo con Juan Carlos Benavides, coordinador del Laboratorio de Ecosistemas y Cambio Climático de la Universidad Javeriana, si bien es cierto que existe un buen nivel de conservación en algunos complejos paramunos, aquellos cercanos a zonas de alta demanda agrícola –y que ya han sido degradados– siguen perdiendo cada vez más cobertura.
Es decir, mientras más cercanos estén los páramos a la frontera agrícola, mayor es su afectación. Así, complejos como Tota-Bijagual-Mamapacha, Guantiva-La Rusia-Guerrero, entre otros ubicados en la cordillera Oriental, son ejemplos claros de cómo un ecosistema, a pesar de ser estratégico desde el punto de vista ambiental, al ser también motor económico de la comunidad entra fácilmente en conflicto.
Según Benavides, el páramo pierde cada año cientos de hectáreas, aunque no exista una entidad o estudio que las cuente. La mayoría de ellas se queman para posteriormente hacer agricultura, sobre todo cultivos de papa, que es de las pocas plantaciones con capacidad para crecer allí. La tierra de este ecosistema es una de las menos productivas que existen, por su pH ácido y sus condiciones climáticas extremas.
Aun así, y a pesar también de que en los últimos tres años, según Fedepapa, el precio del bulto del tubérculo ha variado desde los 55.000 pesos hasta los 175.000, llegando en algunos casos a ni siquiera cubrir los costos de producción, la frontera agrícola se sigue expandiendo y el páramo se sigue perdiendo.
Sin embargo, Ameg ha encontrado la fórmula para conservar el páramo, restaurar las montañas y producir de manera sostenible. Y el cambio ha ido más allá de lo técnico. Se trata de una transformación cultural que nace del ejemplo. “La gente nos ve haciendo las cosas de forma diferente y pregunta: ‘¿Por qué?’. Y cuando ven que funciona, también quieren intentarlo. Eso es lo más bonito: que nos copien lo bueno”, dice Gilma.
El enfoque sostenible también les llevó a dejar atrás el plástico en algunos de sus yogures y otros productos. “Migramos de envases plásticos a retornables de vidrio. Pensamos en el cliente, sí, pero también en el planeta. No es justo producir algo bueno para la salud en un empaque que contamina”, cuenta Gilma, con la misma convicción con la que insiste en que habitar el páramo con respeto es una obligación moral.
“Somos habitantes del páramo. No significa que nos tengamos que ir para no contaminar, sino que debemos aprender a habitarlo de forma consciente. Hemos visto cómo vuelven los pajaritos, cómo los árboles que sembramos traen otra vez vida. Restaurar es posible”, asegura.
Esa conciencia se ha fortalecido con los años. Ameg nació cuando muchas de sus fundadoras estaban en sus treintas. Hoy, algunas de ellas bordean los 70 y miran con esperanza la llegada de una nueva generación. “Ya vienen las hijas, las nietas, como Patricia (miembro de Ameg) y su hija. Ellas seguirán este camino”, cuenta Gilma.
El páramo es fundamental para la provisión de agua en el país. Foto:CAR
¿Y cómo se sueñan el futuro? Gilma lo resume así: “Me imagino una Ameg con un mercado consolidado, que siga trabajando sin olvidar el medio ambiente ni lo que somos: campesinas, mujeres que aman el territorio, que siguen produciendo desde sus fincas, con amor y responsabilidad, con productos naturales y sin conservantes. Eso es lo que le queremos dejar al país”.