
Historias de miedo, espantos y mitos de nuestros abuelos

El Tiempo e Historias en
Yo Mayor te invitan a recorrer Colombia a través de los relatos y las memorias de quienes nos vieron crecer. Su creatividad no entra en cuarentena.

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no entra en cuarentena.

NUESTROS MAYORES han sido testigos de lo oculto y lo sobrenatural. Las historias de miedo, los espantos y las leyendas hacen parte del ADN de Colombia: La Pata Sola, El Mohán, la Llorona y su séquito de fantasmas se ponen su mejor traje cuando cae la noche.
Los siguientes testimonios, recopilados por la Escuela Virtual de Historias en yo Mayor, dan clara muestra de esa potente relación del ser humano con lo desconocido. Hablan de presencias misteriosas, de la aterradora bruja Guaymitera del Amazonas, del limosnerito de Ventaquemada en Boyacá y del “negocio” del miedo en San Martín de Loba.
Disfrute de este viaje hacia el umbral de lo indeterminado (también habrá espacio para el humor).


POR: ISIDRO DE JESÚS MORA BARRIOS
San Martín de Loba es un pueblo que tiene muchas manifestaciones culturales, podemos mencionar algunas: la tambora que se bailaba en noches de luna llena en la temporada de navidad, hoy se ha posicionado por medio del Festival Nacional de Tamboras, que cuenta con 30 versiones ininterrumpidas; las pilanderas que hacen sus presentaciones todos los veinte de enero; las farotas que salían en el carnaval; las cucambas que se manifestaban en la fiesta de Corpus Christi; y las paliteras, que son danzas de indios y la danza de la conquista. Este pueblo, además de su rica cultura, siempre ha tenido toda clase de espantos, mitos y leyendas. En mis años infantiles siempre nos infundían miedo con el diablo y nos decían los mayores que desde el primer viernes, después del carnaval, hasta la llegada de la Semana Santa, lo soltaban.
Decían que tenía cachos, orejas y un trinche; dizque se llevaba a los niños desobedientes y amantes de jugar mucho. Poseía la potestad de transformarse en cualquier animal o hacerse parecer a un hombre elegante o una mujer muy bonita. Cuenta la tradición oral que la brujería tuvo sus escuelas secretas, que hacían sus aquelarres; al parecer tenían canto y un coro muy alegre que decía: Sin Dios, sin Dios y sin Santa María. Hacían esta invocación porque, en ese instante, estaban bajo las órdenes y protección del demonio. Los maridos de las brujas recibían el nombre de zánganos, su oficio principal era vivir de ellas y desvirgar a las señoritas, porque, según sus reglamentos y práctica, ninguna mujer virgen podía ser bruja ni pertenecer a la congregación. Había unos cazadores de brujas que eran expertos en este arte.
Por radio “bemba” se supo que, en el camino de San Martín hacia la Boca de Chimí, el difunto Ignacio Martínez encontró a una de sus mujeres con cuatro velas prendidas velándose en un ataúd, para meterle miedo, pero el viejo ‘Nacho’ era un maestro en el arte de coger brujas. Nacho, que cargaba en el cinto un puñal que en ese momento lo denominaban hoja en cruz, lo clavó en el lado de la cabeza del cajón, para que ella no se escapara, mientras él buscaba un bejuco de cadena. Le dio una tremenda muenda que la sangre le corría. “Para que aprendiera a respetar y no meterle miedo a los hombres”. Los poderes de estas señoras eran inmensos y tan mágicos que se transformaban en animales. Dicen que José Manuel Polo, ‘El Señor Picha’, también capturó una bruja convertida en una pata de corral.
También cuentan que otro señor levantó a piedras una marrana y, al día siguiente, una señora amaneció enferma debido a la tunda que le habían propinado. Además de las brujas, mencionaremos, entre otros, los siguientes: Cuando San Martín no quiso salir de la iglesia y se hizo el pesado, la Cucamba Bailadora, la Sombrerona, el Encanto, el Mohán, el Zanco de la noche, los Futbolistas Nocturnos, la Campanita de la Noche, el Hombre del Cuero y las Moscas, la Llorona, el Muerto Descabezado Fumando Tabaco, el Muerto del Piñón Pipón, la Madremonte y la Mona del Cementerio, esta última recientemente… fue descubierta. Había un grupo de personas que se encargaban de hacer esta clase de espantos para amedrentar a la población. Entre estos se destacaban los hermanos Ovidio y Dolores Camargo y Tomás Gutiérrez, llamado cariñosamente ‘Pana’ o ‘Tomasito Pana’. Este tenía fama de gozar de poderes mágicos y la facultad de transfigurarse en un abejón. Contaba la señora Reparada Molina que, en una ocasión, salió un personal a cumplir unos compromisos laborales en su parcela, a una siembra de maíz.
Tomasito Pana se quedó en el pueblo, le dijo al grupo que se fueran primero, que él se los alcanzaba en el camino. Efectivamente, los compañeros salieron por un camino de herradura, unos iban en burros, otros a caballo y algunos a pie, a una distancia de unas tres horas. Emprendieron la partida a las cuatro de la madrugada; al llegar a la finca de la señora Molina, se encontraron con tamaña sorpresa… el Pana estaba reposando el desayuno. Los tres personajes en mención conformaron el Trío Invocadores de Espíritus, el cual llamaba los muertos para que hablaran con un ser querido. Como ese tiempo la población no contaba con luz eléctrica, la oscuridad era una gran aliada para lograr sus propósitos de engañar a los incautos y sacarles dinero. Ellos tuvieron mucha fama en su época.
Tenían una casa donde hacían sus rituales, con cortinas negras. Compraban en El Banco, Magdalena, un bulto de hielo y adecuaban su escena teatral: uno metía las manos en el hielo, otro era el “invocador” y el último, el muerto. También llevaban un gato que hacía el papel del Diablo. Al entrar en escena, el invocador llamaba al muerto por su nombre. A la tercera llamada, este respondía con quejidos y, con voces de ultratumba, contestaba todas las preguntas, previa investigación del tema a tratar en el asunto. El invocador, para convencer a los clientes de que era verdad y que el finado le había respondido, obligaba a tocarle la mano al muerto para que sintiera la presencia de su familiar.
Indudablemente el calanchín tenía las manos frías por la acción del hielo. Para cerrar con broche de oro, arrojaban al gato con gran fuerza, el cual pegaba sus aullidos lastimeros ante semejante golpe en la solemne oscuridad de la noche, lo que causaba miedo y confusión. Fueron muchos hombres y mujeres que cayeron en las redes de estos señores.
Al día siguiente festejaban su “hazaña” y, como dijo el poeta, había francachela y había comilona. También aseguraban tener poderes para llamar al Diablo y hacerlo llegar. La finalidad de este acto era que las personas interesadas pudieran hacer un pacto con él. En el pacto podían adquirir dinero, ganado y tener muchas mujeres, y, en compensación, ellos les entregaban su alma o la de algún familiar.
Don Julio Maya, señor del interior del país, a quien todo el pueblo lo llamaba ‘el Cachaco Maya’, acordó con estos señores acudir al sitio donde tendría un encuentro con el Diablo y hacer el pacto. En esas noches oscuras ya tenían todo preparado con una cerca con palmas. Cuando ellos iniciaban el rito de llamar al Diablo, empezaban a hacer ruidos extraños y a estremecer las palmas. Estos señores no contaban con que el Cachaco Maya se había llevado su revólver treinta y ocho largo, lo desenfundó y empezó a disparar.
Todos salieron despavoridos




POR: HILDA MARÍA POSADA
La región del Chocó colombiano ha sido de grandes mitos y tradiciones, pero a un antioqueño montañero, de esos que se llaman verracos, en un amanecer, la situación se le complicó segundo a segundo, llevándolo casi a la locura. Muy al norte de Bahía Solano construíamos una cabaña en madera sacada de la misma región, pero los constructores —o mejor, los carpinteros artesanos— viajaron desde Medellín, pues a punta de serrucho manual con los trabajadores de la región nunca lo lograríamos.
No había luz, la cocina era con leña, los productos fríos eran un lujo, solo duraban lo que una simple nevera de hielo alcanzara: máximo de 3 a 4 días, y eso si la matrona de la casa se mantenía atenta a que solo ella la abría una vez al día para sacar las diferentes raciones de comida. Si a los caballeros antojados y bebedores les daban ganas de un roncito con hielo, o los niños sedientos deseaban algo frío, la duración del hielo era cada vez menor, y, por ende, la cantaleta de la señora de casa, mayor.
No hay mayor paz que la que se puede tener en ese Pacífico virgen cerca de Bahía Solano. Los días son generalmente grises, pues no se ve el sol, pero la piel de los turistas queda como un camarón con la sola luminosidad y los rayos ultravioleta. En las noches se veían hermosas tormentas de relámpagos lejanos, y el agua del mar golpeaba fuertemente sobre la orilla. Qué paz y qué tranquilidad se respiraba, qué descanso tan maravilloso para estos antioqueños trabajadores rendidos de tanto darle al yunque.
La casa a medio construir, pero ya habitable, estaba levantada sobre pilotes tipo palafito, que evitaban la entrada de animales y la humedad; un primer piso con la zona social y un segundo nivel con alcobas. No había puertas ni ventanas, solo vanos en las paredes por donde libremente circulaba el aire y, en el amanecer, el frío que llegaba del océano. Toda la construcción era en madera de la misma región, una planta eléctrica portátil que se llevaba desde Medellín suministraba la electricidad para las herramientas.
Los dueños de casa dormían en el segundo nivel; los carpinteros antioqueños, abajo en la zona social. Todo era abierto, una región sana de ladrones. Solo había llegada por el mar y con otras playas cercanas no había camino, estaba la selva virgen. En el segundo nivel, en la habitación más grande se guardaban los baúles plásticos llenos de enlatados y comida que había que llevar para todas las vacaciones, pues cada salida al pueblo era de un costo tan desproporcionado en gasolina para la lancha que había que cargar todo desde el primer día. Sin luz, la hora de dormir era máximo a las 7 p.m. Pero a las 5 a.m., con el olor a leña verde del fogón para el desayuno, ya era tarde para apenas estar levantándose. Una mañana, a eso de las 5 a.m., escuché un movimiento de los baúles con el matute de mercado en la alcoba de enseguida. Nuestro invitado decía susurrando: “Aquí no hay nada, además estos baúles son plásticos y no podría regarse nada”.
Abajo se oían cuchicheos, entonces como la señora, o matrona, es la que pone orden y la que tiene fama de regañona, me levanté para averiguar qué era el runruneo. Al llegar al primer nivel había concilio, opiniones que iban y venían. ¿Qué está pasando? Pues el carpintero jefe tenía la sábana bañada en sangre y no había ninguna herida ni se había lastimado; la noche anterior le había pasado lo mismo, pero de pena había volteado la sábana hacia abajo para que nadie lo notara, pero sin saber de dónde venía la sangre. Aún no eran ni las 6 a.m. cuando en la playa aparecieron los indígenas que viven en la parte alta de la selva vendiendo algún producto con el que sobrevivían. Viendo el alboroto, el gran jefe de la comunidad indígena se dirigió a la casa y, pidiendo permiso para ingresar, conversó con el carpintero.
Se le explicó que dudábamos que fuera salsa de tomate o algún jugo de color rojo que se hubiera derramado en uno de los baúles del segundo piso, pero que no había señal de nada. Analizó el cuerpo del carpintero, que no tenía sangre, solo aparecía en la sábana, ¿un maleficio?, ¿brujería?, ¿venganza?... y la conclusión, apuntándolo con un dedo, le dijo: —En mi religión, tú eres hombre muerto. El carpintero era alto, corpulento, fuerte, y un verdadero macho, como diríamos en Antioquia. En ese mismo momento comenzó a llorar: —Mis niñas, mi esposa, yo no he hecho nada malo, no le debo nada a nadie. Temblaba, se paseaba de un lado a otro. Gran alboroto, todos quedaron despiertos antes de las 6 viendo llorar a este hombre fuerte pidiendo perdón al todopoderoso porque no tenía nada de qué arrepentirse.


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Créditos
Este especial multimedia es el resultado de la Escuela Virtual de ‘Historias en Yo Mayor’, un proyecto organizado por la Fundación Saldarriaga Concha y la Fundación Fahrenheit 451, en alianza con el periódico EL TIEMPO, que les da herramientas a las personas mayores y a sus familias para que, a través de la construcción de historias, encuentren un canal de esparcimiento que enriquezca su calidad de vida en tiempos de pandemia.
Textos y videos: © Autores varios
Coordinación editorial, compilación y selección: Javier Osuna, Sergio Gama y Mauricio Díaz
Producción y edición de Pódcast: Angélica Castellanos
Producción y edición de Radiocuentos: Alejandro Quintero
Imágenes de archivo: Proyecto Historias en Yo Mayor
Diseño digital: Daniel Celis y Katherine Orjuela
Ilustraciones: Daniel Celis
Maquetación: Carlos Bustos
Jefe de diseño: Sandra Rojas
Editor de especiales multimedia: José Alberto Mojica
Periodista de especiales multimedia: David López Bermúdez
Editor gráfico: Beiman Pinilla
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Periodista de especiales multimedia:
David López Bermúdez
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