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Temblores en Colombia: la historia de los sismos que han sacudido al país

El Servicio Geológico Colombiano ha reconstruido la memoria de estos eventos.

En Armenia, Colombia, el 25 de enero de 1999 se presentó un sismo de magnitud 7,1 que dejó 1.900 muertos. Es catalogado como uno de los peores terremotos en la historia del país.

En Armenia, Colombia, el 25 de enero de 1999 se presentó un sismo de magnitud 7,1 que dejó 1.900 muertos. Es catalogado como uno de los peores terremotos en la historia del país. Foto: Felipe Caicedo

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PERIODISTA DE CIENCIAActualizado:

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¿Se ha preguntado alguna vez cuál es el terremoto más antiguo del que se tiene registro en nuestro país? Las investigadoras del Servicio Geológico Colombiano (SGC) consiguieron rastrear uno de los eventos sísmicos más antiguos del que se ha encontrado testimonio claro en documentos históricos: el 16 de enero de 1644 ocurrió un fuerte movimiento que sobre las cinco de la madrugada despertó a los habitantes de Pamplona, en Norte de Santander, destruyó la mayoría de las iglesias y casas de la histórica ciudad y dejó a su paso algunos muertos y heridos.
El sismo también generó que las minas de oro de Vetas y California (Santander), trabajadas por los indígenas, se derrumbaran tapando los socavones. Sus efectos llegaron hasta San Cristóbal (Venezuela), donde se reportó el colapso de la iglesia de los agustinos y la ruina general de la población, de acuerdo con el Sistema de Información de Sismicidad Histórica del SGC. Mientras que en Sogamoso y Firavitoba (Boyacá) también quedaron averiadas iglesias y en Bogotá se sintió levemente por algunas personas.
Aunque esto sucedió hace casi 400 años, hoy sabemos que este evento es uno de los más fuertes registrados en la historia reciente de Colombia e incluso se ha estimado su magnitud (6,5 de magnitud de momento o Mw, escala que mide la energía que se libera) y su profundidad (15 kilómetros), gracias al trabajo que desde el 2006 adelanta el SGC para reconstruir la memoria sísmica del país. Un trabajo en el que se incluyen varios eventos que son calificados como preinstrumentales porque –como el caso de Pamplona– se presentaron antes de que en Colombia se contara con estaciones sismológicas que permitieran detectar en dónde ocurren y medir sus características.
Siguiendo a autores que han trabajado en el tema y sumergiéndose en documentos que actualmente reposan en lugares como el Archivo General de la Nación, la Biblioteca Nacional, la Luis Ángel Arango, los archivos históricos de ciudades como Santa Marta, Tunja, Pasto, Popayán, e incluso recabando información en el Archivo General de Indias, en Sevilla (España) las geógrafas Diana Barbosa y Ana Milena Sarabia se han trazado la tarea titánica de recopilar la historia de los sismos escrita después de la colonia, porque desafortunadamente lo que sucedió en años anteriores se ha perdido en siglos de tradición oral.
La investigadora Sarabia detalla que la reconstrucción de sismos tan antiguos, como el de Pamplona, se realiza principalmente a través de archivos eclesiásticos, como por ejemplo comunicaciones de sacerdotes que reportaban a España sobre los daños para solicitar dineros para la reconstrucción de sus iglesias. Una descripción de los eventos a partir de la cual las expertas logran determinar qué tan intenso fue el terremoto.
La intensidad es una medida descriptiva que sirve para caracterizar los sismos, es una escala que normalmente va de uno a diez e indica los efectos percibidos por la población en cada evento”, explica Sarabia. Así, por ejemplo, los habitantes de la Pamplona del siglo XVII percibieron un terremoto de una intensidad de nueve, lo que se traduce en una experiencia de pánico general en la que muchas construcciones débiles colapsan y donde incluso los edificios bien construidos muestran daños serios como fallas graves en los muros y daños estructurales parciales.
Desde 1644 hasta 2016, las expertas han caracterizado 81 eventos sísmicos que marcaron lo suficiente a la población como para dejar su huella en sus registros, información que hoy está al de todos los colombianos a través de la página del SGC. Y si para caracterizar los sucesos de los siglos XVII y XVIII la fuente primordial fueron las comunicaciones de los sacerdotes, para eventos más recientes, desde 1800, lo ha sido la prensa. Incluso, los registros que EL TIEMPO ha hecho sobre terremotos desde su fundación en 1911.

Los de antes y los de ahora

Entre los sismos más fuertes –por su intensidad– que se han estudiado y se encuentran en el Sistema de Información de Sismicidad Histórica existen seis cuya intensidad máxima es 10, que corresponden a sismos muy destructivos: el del 16 de noviembre de 1827 en Altamira (7,1 Mw), Huila; el del 18 de mayo de 1875 en Cúcuta (6,8 Mw), Norte de Santander; el del 9 de febrero de 1967 en el Huila (7 Mw); el del 18 de octubre de 1992 (7.1 Mw), Murindó, Antioquia; y los del 31 de enero de 1906 (8,8 Mw) y del 12 de diciembre de 1979 (8,1 Mw), ambos en la costa Pacífica.
En Colombia, solo tras el sismo que sacudió a Bogotá en 1917, se vio la necesidad de contar con instrumentos de medición de estos fenómenos. “En 1923 se instaló la primera estación sismológica en Bogotá. A partir de allí se establecieron cuatro estaciones más en Galerazamba, Fúquene, Chinchiná y Obonuco (Pasto), pero igual era muy precaria la instrumentación”, comenta Sarabia.
Precisamente, este año se cumplen 100 años de la primera estación y 30 desde que la Red Sismológica Nacional de Colombia entró en funcionamiento en 1993, un sistema de monitoreo permanente que hoy cuenta con 202 estaciones. Estos datos de eventos recientes capturados por los instrumentos de la red son los que les han servido a las investigadoras para compararlos con los hechos del pasado y calcular la magnitud que pudieron tener, además de su posible ubicación y profundidad.
“Por ejemplo, si tenemos un sismo en 1600 que ocasionó daños en Bogotá hacia el oriente, tenemos que conocer la sismotectónica del país para decir si es parecido o no a uno actual. Hacemos una comparación con eventos similares de sismos recientes que tienen magnitud, profundidad, localización epicentro e intensidades, lo calibramos y lo comparamos utilizando métodos estadísticos con sismos históricos para lograr darles también una magnitud, una profundidad y una localización epicentral”, dice Sarabia.
Para Mónica Arcila, coordinadora del grupo de evaluación de amenazas y riesgo sísmico del SGC, uno de los elementos fundamentales para la evaluación de la amenaza es el conocimiento de los sismos que nos han afectado en el pasado. “Donde han ocurrido sismos van a volver a suceder porque estos eventos se dan por las características tectónicas y geológicas del territorio. Esa memoria y ese reconocimiento de los efectos nos ayuda a complementar la información para las evaluaciones que hacemos, pero también a generar esa conciencia, esa percepción del riesgo sísmico”, afirma.
Y es que, aunque por fortuna los sismos de intensidades considerables no son tan frecuentes, y en ocasiones pasan largos periodos de tiempo sin que en el país se registren eventos de este tipo, Arcila asegura que justo en esta última semana de enero se recordaron dos movimientos que tuvieron un alto impacto en la vida del país: el terremoto del Eje Cafetero en 1999 –que dejó más de 1.100 víctimas y tuvo repercusiones importantes en la economía nacional–; y el sismo del 31 de enero de 1906, el más grande registrado en Colombia y con efectos importantes en el suroccidente y en la costa Pacífica.
“Todos estos esfuerzos que se vienen haciendo hace ya más de 15 años de consolidar, recopilar, sistematizar y disponer públicamente toda esta información contribuye a esa generación de conocimiento necesario para la evaluación, pero también a la apropiación del riesgo sísmico”, manifiesta Arcila. Algo que finalmente se debe traducir, por ejemplo, en mejores normas de construcción y en orientar mejor la gestión del riesgo y la prevención de desastres vinculados a estos fenómenos naturales.

También tsunamis

De acuerdo con el SGC, el sismo del 31 de enero de 1906 en la costa Pacífica originó un tsunami que, según observaciones de testigos, tuvo una altura de entre 2 y 5 metros, con olas que arrastraron a su paso personas, animales, viviendas y enseres en toda la costa comprendida entre el Bajo Baudó (Pizarro) al norte y en Esmeraldas (Ecuador) al sur.
Las playas de los municipios de Tumaco, Francisco Pizarro (Salahonda), Mosquera, Olaya Herrera (Bocas de Satinga), La Tola, El Charco, Santa Bárbara (Iscuandé), Guapi y Timbiquí quedaron sumergidas por las grandes olas y muchas personas murieron ahogadas en ellas. Escenas que se repetirían en el sismo que afectó a esta región en 1979.
“Son dos sismos muy parecidos y las zonas que afectaron ambos son muy similares, es como una copia”, afirma la investigadora del SGC Diana Barbosa, quien añade que en ambos años, debido a la magnitud del evento, tuvo un amplio despliegue en la prensa nacional a pesar de que se presentó en una región apartada de los centros urbanos principales.
Barbosa también destaca este sismo como un ejemplo de por qué conocer la historia que tiene una región en esta materia es importante. Según explica, en los sismos de 1906 y 1979 las islas le sirvieron a Tumaco como una barrera protectora que atenuó los efectos del tsunami. “Ahí se nota cómo lo que ocurrió en el pasado puede servir para que nos enseñe a futuro para mitigar los riesgos”, apunta.
Pero este sistema de información del SGC no es solo una memoria de los eventos más destructivos. En él los colombianos también se pueden encontrar con hechos como que, a pesar de que en nuestro imaginario tenemos a la Mesa de los Santos como la zona de mayor actividad sísmica en Colombia –todos los días se mueve la tierra en este lugar, aunque no lo sintamos siempre– o que hemos asociado al Eje Cafetero, el Valle del Cauca y el Pacífico como regiones donde ocurren normalmente terremotos, en lugares como Santa Marta también ha temblado.
“Si tú miras el mapa de amenaza sísmica, toda la costa Atlántica es muy verde, que significa que la amenaza es baja, pero llama la atención que haya un sismo en Santa Marta”, explica la investigadora Sarabia. Un hecho que se registró en 1834 con una intensidad de 8, lo que significa que se presentaron daños severos.
Y Bogotá, aunque a veces se nos olvide, también tiene su parte en esta historia, que no se limita al terremoto de 1917, que en su momento se describió a través de las páginas de EL TIEMPO como “una situación trágica que tiene a la ciudad entera en el estado de angustia más grande que se recuerde en los anales de la capital”, y que, de acuerdo con las investigadoras, ocasionó daños incluso más severos en poblaciones como Villavicencio o San Martín. Entre los sismos fuertes que han afectado a la capital del país también se han estudiado, por ejemplo, unos ocurridos en 1743 y 1785, con movimientos que se originaron hacia el piedemonte llanero.
Alejandra López Plazas
Redacción Ciencia

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