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Explicativo
Historias del Cosmos: el tejo, un juego para venerar al sol
La veneración al sol con el juego del tejo de los muiscas, es una muestra de la conexión de este pueblo con el firmamento.
El tejo, que los indígenas jugaban en el pasado con discos de oro, pasó a ser de metal. Foto: Ricardo Velásquez Restrepo
Cada oponente se dispone a seleccionar un disco de oro de alrededor de medio kilogramo, al que denominan zepguagoscua. Instantes después el disco saldrá volando por los aires en un lanzamiento más o menos preciso que definirá como ganador de la contienda al que logre insertarlo en un agujero en el suelo ubicado a unos 20 metros de distancia.
La escena transcurre hace más de 500 años y tiene como protagonistas a dos caciques muiscas de “alto turmequé”, que simplemente se divierten
Con los años, el oro del disco fue reemplazado por piedra y luego metal, y tras la llegada de los españoles, que introducen la pólvora, se comienzan a usar mechas que explotaban al impacto del disco sobre ellas, lo que daba puntos al jugador que conseguía atinar.
A estas alturas ya debe ser claro que la narración anterior se refiere al tejo o turmequé, este último el nombre del lugar (actual municipio de Boyacá), donde los indígenas crearon el popular juego. El tejo no sólo sigue existiendo en Colombia y se ha difundido a otros países, sino que desde el año 2000 es deporte nacional, y más recientemente fue declarado patrimonio cultural inmaterial de la nación.
Aunque puede que no todos lo hayan jugado, colombiano que se respete conoce el tejo. Lo que es menos conocido es su relación con el firmamento. Específicamente, el brillante y redondeado disco de oro que usaban los muiscas representaba al sol, que denominaban Xué, y, de la misma forma que ocurre en todas las culturas de la antigüedad, era una importante deidad, fuente de adoración y parte vital en su cosmogonía y modo de vida.
La trayectoria del tejo describe un movimiento parabólico, el cual sería descrito en 1633 por Galileo en su obra Diálogo sobre los Sistemas del Mundo, como el resultado de un movimiento horizontal con velocidad uniforme y otro vertical con cambios en la velocidad.
Los muiscas emulaban con el viaje del tejo dorado por los aires, la travesía del sol en el cielo. Foto:Milton Díaz / Jaime Moreno - EL TIEMPO
Dos siglos antes de Galileo, y al otro lado del Atlántico, los muiscas emulaban con el viaje del tejo dorado por los aires, la travesía del sol en el cielo, una trayectoria que cambia día tras día, aunque en las zonas ecuatoriales como la nuestra sea mucho menos notorio que en latitudes alejadas de la mitad del planeta; una trayectoria que, no está de menos mencionar, no es parabólica.
La veneración al sol con el juego del tejo de los muiscas, es solo una pequeña muestra de la conexión de este pueblo indígena con el firmamento, quienes como muchos otros pueblos se esforzaron por encontrarle sentido a su entorno, del cual dependía su modo de vida.
De todas las disciplinas científicas, la astronomía es la que tiene raíces culturales más profundas. Justamente de esa reflexión surge la llamada astronomía cultural, que busca establecer puentes entre todo el acervo cultural y los conocimientos científicos de la astronomía, centrándose en las múltiples formas en que los pueblos perciben e interactúan con los cuerpos celestes y los integran en su visión del mundo y la organización de los diferentes aspectos de la vida social. Es una manera de recordarnos que la observación de los cielos está profundamente arraigada en nuestra cultura, pero también está tomando cada vez más importancia para difundir la astronomía moderna en entornos donde el interés por ella se ha ido perdiendo.
La astronomía cultural se fortalece con la arqueoastronomía, que reconstruye las formas con que distintos grupos humanos vieron el cielo en el pasado, y la etnoastronomía, que se interesa por las concepciones sobre lo celeste que tienen los diversos grupos étnicos y culturales contemporáneos.
Tal vez, la próxima vez que juegue tejo, pueda considerarlo también como un homenaje a nuestros ancestros en el altiplano cundiboyacense, que contemplaron el mismo cielo hace siglos y nos dejaron un importante legado de su conexión con él.
SANTIAGO VARGAS
Ph. D. en Astrofísica
Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional