Sabíamos de largo que la ausencia de Felipe en la Revista Semana sería nefasta. Lamentable para sus lectores que disfrutábamos de su talento, de su picardía literaria, del tratamiento de la noticia con sello propio, intentando darles cabida a todos los sectores políticos y que no hubiera de antemano una tendencia ideológica preconcebida. No siempre lo conseguía y entonces diseñaba los mecanismos para enmendar las molestias causadas recogiendo la conmiseración de sus víctimas.
El reto inmenso de meterse con las uñas, cada uña de un millón de pesos, provenientes de generosos amigos personales que se metieron la mano al bolsillo para financiar una aventura periodística casi imposible de llevar a la “cima del cielo”: el sueño de Felipe.
Había, sí, conseguido la autorización del uso del nombre Semana, cedido con elegancia por el escritor y periodista Alberto Zalamea, quien había sido director de la revista y fundador de La Nueva Prensa, otra hazaña periodística que se vio frustrada por asfixia publicitaria. Son varios los experimentos de comunicación exitosos que se han ido al carajo por falta de recursos económicos. Solo recordar dos ejemplos dolorosos adicionales, Alternativa de Enrique Santos Calderón y Cambio de García Márquez, María Elvira Samper, Roberto Pombo, Mauricio Vargas, Ricardo Ávila y Pilar Calderón, una especie de Paris Saint-Germain de las letras. De la mano de Plinio Apuleyo Mendoza, Felipe se metió en el bollo de seguirles el ritmo a plumas muy bravas: Alberto Lleras, Juan Lozano y Lozano, Hernando Téllez, verdaderas vacas sagradas de la literatura colombiana.
Imagínense lo que habría sido la edición especial para recordar lo que representó para Semana, la de Felipe, la presencia y la fuerza de las opiniones y de los sarcasmos de Antonio Caballero
Felipe no solo aguantó el baile. Superó a sus antecesores con nuevos recursos de los avances tipográficos y digitales. Escogió para dar la batalla a algunas parejas insuperables: Laura Restrepo, María Elvira Samper, María Isabel Rueda, Roberto Pombo, Mauricio Vargas, Juan Gossaín, Vladdo, a veces Osuna, Daniel Coronell, Daniel Samper Ospina.
Lo cierto es que en toda esta historia de la resurrección de Semana con la batuta de Felipe hubo un protagonista muy controvertido, de seguro el más visible: Antonio Caballero. Escritor, historiador, pintor, caricaturista, polemista emparentado con un número considerable de figuras históricas criticadas con vehemencia en sus libros, en su columna y en sus caricaturas de Semana. Caballero, con ácidos puntos de vista envueltos con ingeniosas maniobras de humor, se convirtió en el más leído y, también, en el más odiado. Felipe lo apoyó y aguantó con paciencia la cantaleta de amigos y anunciantes sin dar nunca su brazo a torcer. Muchos lectores de la revista empezaban su lectura por la columna de Antonio o los “especiales” que en varias ocasiones publicó sobre temas de cultura e historia que manejaba con conocimiento y habilidad indiscutible y con las que nunca estuve de acuerdo. Teníamos unas buenas maneras para no enfrentarnos públicamente.
La muerte de Antonio Caballero dejó conmovido al mundo literario de habla hispana. Imagínense lo que habría sido la edición especial para recordar lo que representó para Semana, la de Felipe, la presencia y la fuerza de las opiniones y de los sarcasmos de Antonio Caballero. La carátula y las fotos interiores de uno de los escritores más beligerantes e iconoclastas de los setenta y de los veinte años de este siglo, pero, además, su amigo con quien se toleraba las pesadeces ilimitadas sin ruborizarse y que terminaban con una sonrisa leve y conformista.
Esa fue la Semana que Felipe nos quedó debiendo a quienes nos consideramos “hinchas” suyos, de sus virtudes literarias, de sus anécdotas en primera persona, de su condición de anfitrión insuperable y porque lo consideramos heredero legítimo de Alberto Lleras y Juan Lozano y Lozano, en la mejor revista que ha tenido Colombia.
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Gracias por leernos.
POR: ALBERTO CASAS SANTAMARÍA
FOTOS: PABLO SALGADO
REVISTA BOCAS
EDICIÓN 110. SEPT-OCT 2021