Medio siglo es una eternidad en una ciudad que cambia sin parar, pero eso es lo que está cumpliendo la ciclovía de Bogotá: cincuenta años de convocar a los aficionados a las bicicletas, a apropiarse de sus calles, a encontrarse hombro a hombro con los ciudadanos que de lunes a sábado los pasan de largo. El domingo 15 de diciembre de 1974, cuando empezó a vivirse la experiencia con un recorrido desde la avenida Jiménez hasta la calle 72, se hablaba de “el circuito de la tranquilidad”: “¡Abajo la contaminación! ¡Viva el aire puro!” eran las consignas de ese día. Cinco décadas después, es claro que la ciclovía ha cumplido sus promesas y es además un orgullo para todos.
Cincuenta años de convocar a los aficionados a las bicicletas, a apropiarse de sus calles, a encontrarse hombro a hombro con los ciudadanos que de lunes a sábado los pasan de largo
La ciclovía fue el resultado de una serie de protestas ciudadanas y de un cambio en la mentalidad a la hora de acercarse a las bicicletas. Se habló esta semana de pioneros, de promotores y de fortalecedores de la idea, el llamado “parque lineal más grande de Colombia”, como el ingeniero Pablo Tarud, los arquitectos Jaime Ortiz Mariño y Fernando Caro Restrepo, y los alcaldes Luis Prieto, Augusto Ramírez y Antanas Mockus, pero a la lista de voces que se sumaron a la causa de la salud y la recreación en estos años vertiginosos habría que sumarle la energía con la que se ha entregado la ciudadanía domingo tras domingo.
Y el compromiso que han mostrado las istraciones bogotanas, que se han sucedido desde antes de que los alcaldes fueran elegidos popularmente, con aquella Bogotá sobre dos ruedas. La ciclovía es un patrimonio intocable. Está más allá de las contingencias y de los debates políticos porque embellece la ciudad y despierta a la gente que la siente propia. Como se recuerda en el especial lleno de crónicas estupendas que se ha publicado en las páginas de EL TIEMPO, hubo una vez un eslogan que lo dijo todo: “Bogotá no tiene mar, pero tiene ciclovía”. Y no es descabellado creer que siempre va a tenerla.
EDITORIAL