La imagen es, cuando menos, impresionante: en pleno separador de la calle 72 de Bogotá, ubicada en el corazón financiero de la capital, zona de restaurantes, oficinas, comercio y hoteles, decenas, por no decir cientos, de roedores permanecen a la vista –y para susto– de los transeúntes.
La postal podría quedarse en lo anecdótico, incluso en lo cómico, de no ser por lo que hay detrás de esta situación: el mal manejo de las basuras, alimento de los roedores. Ellos no tienen la culpa de que en el manejo de los residuos orgánicos de la capital estén confluyendo varias anomalías que llevan a crear las condiciones idóneas para que estos cuadrúpedos proliferen rápidamente.
Esto último es un serio desafío para la salud pública, pues no sobra recordar que son vectores de transmisión de enfermedades, además de lo que implica para la gente que cada vez más en las calles y parques –no solo en la 72– se encuentren estos animales, generadores y protagonistas de no pocas fobias entre las personas.
De cara a la licitación que se avecina para escoger nuevos operadores de aseo, hay que tomar atenta nota de todo lo que no funcionó en la anterior y dio pie a problemas como este. Urge revisar el modelo de los contenedores, los protocolos de inspección a restaurantes e industrias, así como se tiene que considerar volver a rutas con horarios fijos, de tal forma que los desechos orgánicos solo salgan a la vía pública minutos antes del paso del camión. Y, claro, se necesita cultura ciudadana para no tirar la basura en cualquier parte, como hoy se ve.
En lo concreto, es necesario y urgente que la alcaldía informe qué va a hacer para frenar la proliferación de ratas. En lo ideal, ojalá este episodio sirva para impulsar esquemas de recolección de residuos orgánicos –como los que ya existen en pequeña escala– para que la ciudad pueda darle buen uso a este material, con el fin de que sea procesado y así se beneficie a todos y no solamente a una –creciente– población de roedores.
EDITORIAL