La contaminación por microplásticos está muy arriba en la lista de desafíos ambientales del planeta y del país.
En esa medida, es claro que urgen acciones para disminuir los residuos de este material y así buscar que en el futuro este grave problema tienda a mejorar. Visto así, la ley que prohíbe los plásticos de un solo uso, y que entró en vigencia ayer, puede ser vista como un paso indispensable.
El riesgo, como siempre ocurre con este tipo de normas, es creer que con la mera prohibición basta. Todo lo contrario, la firma de la ley es solo un primer paso y hay que tener presentes todos los retos que vienen con esta nueva realidad: uno de ellos es evitar, como sea posible, el apelar al adagio de “hecha la ley, hecha la trampa”. De nada sirve prohibir los plásticos si para remplazarlos llegarán materiales igualmente dañinos para el ambiente. En este sentido, hay que tener presente que todos aquellos materiales biodegradables y compostables que hoy están en el mercado cumpliendo las mismas funciones del plástico requieren toda una infraestructura y unos procesos para su adecuada disposición.
Lo fundamental aquí es entender que se necesita una mirada integral. Esto incluye, por un lado, revisar toda la cadena de valor del plástico y replantearla con acompañamiento y apoyo del Gobierno. Aquí, como tantos expertos han insistido, es fundamental que quienes se dedican al reciclaje hoy de modo informal lo hagan de manera formal y que su labor se sintonice con lo dispuesto por esta norma para que cada vez sea más la cantidad de plástico desechado que termina siendo reciclado. Es necesario también que en muchos lugares del país donde todavía la separación de residuos en la fuente es una quimera se trabaje para que llegue esta necesaria conciencia ambiental.
El Gobierno debe participar activamente apoyando y acompañando esta, que es otra transición que pide a gritos el planeta
No menos importante es el papel que le corresponde a la ciudadanía, que debe acoger esta norma no como una incómoda imposición sino como un primer paso para transformar estilos de vida y así buscar cómo generar cada vez menos residuos, pensando en algún día lograr el objetivo de la basura cero. Esta es una responsabilidad de todos. Aquí también, desde luego, hay que involucrar al sector comercial y productivo. Se trata –como decía la experta en estos temas, Laura Reyes, en columna publicada por este diario el sábado pasado– de un cambio de paradigma. La imagen de los rellenos sanitarios a reventar y con cada vez menos posibilidades de ampliarlos tiene que llevar a la acción.
El plástico va a seguir con nosotros, pensar en su eliminación total no es viable. Lo que sí es viable, y además urgente y necesario, es que su gestión en todas las fases de su cadena de valor sea sostenible y con el menor impacto ambiental posible. Urge que las personas en su vida cotidiana entiendan el impacto que tiene este material en el ambiente y transformen estilos de vida hacia unos que no desperdicien y no utilicen tantos objetos plásticos. Y, sin duda, hace falta que el Gobierno participe activamente apoyando y acompañando esta, que es otra transición que pide a gritos el planeta, tan importante como la energética.
EDITORIAL