No con poca preocupación ha recibido la ciudadanía la noticia de la libertad que jueces de la República están otorgando a reconocidas y peligrosas bandas delincuenciales en Bogotá y otras ciudades. El último caso tuvo que ver con de una organización dedicada al narcotráfico en el sector de Fontibón, donde se libra una guerra por el control del negocio.
Hace unas semanas, también quedaron en libertad la famosa banda ‘los Rolex’, que venía haciendo de las suyas en Bogotá, Medellín y otras capitales. Lo propio sucedió con otro grupo de maleantes dedicado al robo de lujosas camionetas. Quedaron libres porque, según el juez, hubo un error al llenar los documentos de rigor.
No se trata de delincuentes comunes, sino de organizaciones peligrosas que han amenazado a sus víctimas, las han maltratado, las han seguido hasta sus residencias –lo que las expone a un peligro mayor– y, en algunos casos, han sido agredidas física y sicológicamente, como lo han relatado.
Lo peor de todo es que la Policía y organismos de inteligencia habían gastado meses, esfuerzos y recursos en dar con los integrantes de estos grupos, para lo cual había sido clave la cooperación de la ciudadanía. De ahí que no se entienda por qué, una vez hecho tamaño esfuerzo, estos delincuentes están de nuevo en la calle.
No se trata de delincuentes comunes, sino de organizaciones peligrosas que han amenazado a sus víctimas, las han maltratado, las han seguido hasta sus residencias y, en algunos casos, han sido agredidas
Se entiende que estamos en un Estado derecho y que los procedimientos a la hora de un allanamiento o una captura deben corresponderse con la norma. Pero la pregunta es: ¿y dónde quedan los derechos de la víctima? ¿Qué ocurre si uno de estos delincuentes decide rastrear a sus denunciantes?
No es un tema fácil. Pero sí se está enviando un mensaje equívoco sobre el proceder de la justicia en casos como estos, en los que el ‘tecnicismo’ judicial no obra en consecuencia con las pruebas que se tienen ni protege al más débil. Algo habrá que ajustar en las normas para que no siga generándose la sensación de que son los bandidos los que van ganando la partida.
EDITORIAL