A las 7:30 p. m. del martes 27 de junio de este año, mientras comía en el restaurante RIA Pizza de Kramatorsk (Ucrania) con el narrador Héctor Abad, el excomisionado de paz Sergio Jaramillo y la periodista Catalina Gómez, la escritora ucraniana Victoria Amelina fue víctima de aquel ataque ruso que acabó con la vida de diez personas más. En la pizzería, que quedaba a 24 kilómetros del frente de batalla, había unas ochenta personas. Y de un momento a otro, un par de misiles, dirigidos, según Rusia, a funcionarios de la Otán, mataron a tres menores de edad. Abad, Jaramillo y Gómez han retratado la escena como un paso de la risa al infierno.
Y ahora que la valiente Amelina ha muerto, luego de unos días de aferrarse a la vida en el Hospital Mechnikov, no solo resulta oportuno darles el pésame por la muerte de su amiga, sino valerse de las declaraciones de los tres para redescubrir el coraje y el talento de aquella novelista ucraniana que había hecho un paréntesis a su carrera para dedicarse a la tarea de documentar la barbarie de la guerra. Amelina, de 37 años apenas, ya había abandonado una carrera en el área de la tecnología para dedicarse por completo a escribir su segunda novela, Un hogar para Dom, que acababa de aparecer en español. Y resulta doloroso pensar que la traidora guerra haya dejado huérfano a su hijo de diez años y se haya llevado el futuro de su obra.
La vida de Amelina era defender las voces acalladas, dejar constancia de la destrucción que no tiene sentido y denunciar el dolor que viene de la arbitrariedad: “Va a ser muy difícil recuperarse del trauma de la invasión”, dijo en el Hay Festival de Cartagena, “pero tendremos tiempo para el duelo después de la victoria: resistiremos hasta el final”. Hacía unos meses encontró en la región de Izium el diario enterrado del escritor ucraniano Volodímir Vakulenko, asesinado por las fuerzas de ocupación. Ahora es su memoria la que debe ser rescatada. Que en su nombre termine tanto horror.
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