Fue en 2009 cuando la noticia de la cacería de un hipopótamo, ‘Pepe’, en el Magdalena Medio, se volvió un motivo de gran controversia. Fueron muchas las reacciones en contra de la decisión de acabar con la vida del mamífero e impactantes las imágenes del hecho.
Lo cierto es que para ese momento el problema de la presencia de esta especie invasora no era tan grave. Y es que hoy se calcula en más de 180 los ejemplares vivos en el área, según datos presentados por la ministra del ramo, Susana Muhamad, la semana pasada. Tampoco existía para ese momento la claridad sustentada en datos que hoy se tiene sobre el impacto negativo que ejercen los cuadrúpedos africanos sobre los ecosistemas del Magdalena Medio. Así mismo, y luego de algunos episodios recientes, es cada vez más evidente el peligro que para las personas implica su presencia.
Hilando no tan delgado, puede decirse que hoy especies que viven en la cuenca del principal afluente del país como manatíes, chigüiros y nutrias, por solo mencionar tres, terminaron siendo inesperadas víctimas de los excesos propios de quienes, como Pablo Escobar, amasaron enormes capitales gracias al tráfico ilegal de cocaína.
Valga recordar que fue el abatido narcotraficante quien trajo cuatro ejemplares a comienzos de la década de 1980 a su zoológico de la hacienda Nápoles –no obstante la valiente oposición de funcionarios del entonces Inderena, quienes hicieron hasta donde pudieron para ponerle freno a esta excentricidad– y que al pasar esta a manos del Estado a mediados de la década de 1990, el asunto de qué hacer con estos enormes animales se fue postergando año tras año, al tiempo que la población fue aumentando y esparciéndose hasta llegar a la depresión momposina.
Es un error que el debate vuelva sobre la eutanasia, herramienta que, en todo caso, no puede descartarse
Casi quince años después del capítulo de ‘Pepe’, y a punto de cumplirse 30 de la muerte de Escobar, la realidad ha cambiado. Si bien todavía es un tema espinoso –y con toda la razón– el de la eutanasia como manera de abordar el desafío que la proliferación de hipopótamos significa, los datos que han arrojado estudios a cargo de entidades como el instituto Humboldt y la Universidad Nacional –y que no dejan dudas sobre el daño ambiental que la presencia de esta especie genera– han permitido que el tono y los términos del debate cambien.
Esto se pudo constatar la semana pasada en la intervención de la ministra Muhammad, en la cual presentó el plan que tiene el Gobierno Nacional, que incluye traslado de ejemplares a otros países, esterilización y, como último recurso que definitivamente no se puede descartar, la eutanasia bajo estrictos parámetros éticos.
El esfuerzo ya está en marcha y merece pleno respaldo. Ya hay un documento firmado entre varias entidades para el traslado de los primeros ejemplares fuera del país y un convenio que le permitirá a Cornare adelantar la esterilización de otros 40. La atención y los esfuerzos deben concentrarse en estos propósitos y no en el debate sobre el eventual uso de la eutanasia, que, en todo caso, debe ser una herramienta a la cual se pueda recurrir, bajo el entendido de que ojalá no sea necesario, gracias al esperado éxito del traslado y la esterilización. Pero no se debe aplazar más esta tarea.
EDITORIAL