Este sábado, al amanecer, con millones de colombianos despiertos y emocionados, terminó la participación de la Selección Colombia femenina de fútbol en el Mundial de Australia y Nueva Zelanda.
Ante una asistencia de 75.000 personas, entre ellas millares de camisetas amarillas, costó lágrimas la derrota 1-2 contra Inglaterra, campeona de Europa y una de las grandes favoritas para llevarse el trofeo. Hubo tristeza, pero también iración y gratitud hacia este magnífico equipo. Porque las nuestras, mujeres sencillas que han hecho un recorrido irable, lleno de sacrificios, adversidades, machismo y falta de apoyo, llegaron muy lejos y no solo marcaron la historia, sino el camino.
La Selección femenina despertó una pasión como jamás se había visto. Puso al país a hablar y a unirse en torno a ellas y a cruzar los dedos. Con razón. Es que llegar a cuartos de final en un mundial, es decir, estar entre las ocho mejores escuadras del orbe, merece un aplauso nacional.
Y hace necesario revisar las causas de por qué esta hazaña. Porque lo es. Están evidentes el coraje, la pasión, la indómita actitud de no sentirse inferiores, que se notaban desde la entonación de los himnos, que más que un canto, en ellas era grito de batalla. Pero no solo se necesitan coraje y talento. Hemos visto quiénes somos y en qué nivel estamos frente a los grandes equipos del mundo.
Así que luego de esta memorable demostración del equipo de Nelson Abadía, el balón queda en la cancha de la dirigencia del fútbol nacional, que tiene el reto de fortalecer la Liga femenina. Más cuando Colombia es sede del Mundial Sub-20 que se realizará entre el 5 y el 22 de septiembre de 2024. Tal vez debamos recoger las palabras de la capitana, Catalina Usme. “El objetivo no cambia, el objetivo es ser campeonas del mundo”. Y agregó: “No podemos ser pobres a la hora de soñar en grande, no podemos ser mediocres a la hora de prepararnos”. No podemos ser pobres a la hora de respaldarlas, porque el sueño apenas está empezando.
EDITORIAL