Un rugido ensordecedor invade súbitamente el espacio público. La gente se asoma por las ventanas y ve pasar un enjambre de miles de motos que ocupan la vía de andén a andén, por muchas cuadras. Algunos conductores llevan máscara. Son tantos que el ruido se prolonga varios minutos. La escena se ha vuelto repetitiva en época de Halloween, aunque en otros momentos del año también han aparecido estas caravanas de motos, convocadas por redes sociales. La práctica parece haberse extendido por todo el país. Este fin de octubre hubo “rodadas” masivas en Bogotá, Cali, Cartagena y Barranquilla.
Si fuera apenas una cuestión de ruido, el fenómeno sería solamente molesto. Habría una afectación a la tranquilidad ciudadana, que sería mejor evitar, pero al menos se trataría de un problema pasajero, sin consecuencias importantes, siempre y cuando no se repitiera con demasiada frecuencia.
Lo que agrava el asunto es, primero, que las caravanas están provocando terribles trancones y accidentes, como uno que se registró en la calle 92 de Bogotá, en el que un motociclista perdió la vida y otro quedó herido. La cercanía entre los vehículos y el manejo agresivo de algunos conductores aumenta el riesgo de hechos trágicos.
Como si esto fuera poco, vándalos y criminales están infiltrando las caravanas para cometer delitos. En Cali fue asesinado un reconocido DJ que participaba en la movilización. Y en Barranquilla se presentaron graves disturbios: ciudadanos reportaron que la caravana se había salido de control y el caos había sido aprovechado por delincuentes para robar espejos retrovisores y cometer atracos a personas y establecimientos comerciales.
La reacción de las autoridades no tiene que ser la prohibición total de este tipo de eventos, que forman parte de las expresiones ciudadanas permisibles en una sociedad libre. Pero sí deben ser vigilados y regulados, para que no vuelvan a ocurrir desmanes como estos, que aterrorizaron a miles de ciudadanos el pasado día de las brujas.
EDITORIAL