El asesinato, el jueves pasado, de Camilo Sánchez, 27 años, y Camila Ospitia, 25, en el barrio Porvenir de la localidad de Bosa, en Bogotá, es un suceso muy doloroso que no puede quedar impune y obliga a una reflexión profunda. En el hecho resultó herida otra mujer.
Esta tragedia ocurrió en un contexto social marcado por la precariedad, la falta de oportunidades y la vulnerabilidad integral. Un escenario en el que un grupo de jóvenes han tratado de buscar caminos de esperanza en torno al hiphop y a las causas ambientales. Procesos que han tenido como escenario detonador al Parque Metropolitano El Porvenir. Se puede decir que Camilo y Camila tenían en común no solo el cariño que les profesaba la comunidad, sino también una historia de vida guiada por la búsqueda de espacios de paz y construcción de territorios de vida.
Como ha sido el caso, por desgracia, de tantas otras personas asesinadas por haber asumido el propósito loable de la construcción de tejido social, la labor de ellos y de su colectivo Distreestyle comenzó a incomodar a quienes tienen otros planes para la zona. Los primeros indicios, reforzados por hechos como el homicidio de una persona en el Parque Metropolitano El Porvenir en enero a manos de sicarios que usaron armas con silenciador, apuntan a bandas dedicadas al tráfico de estupefacientes que aspiran al control territorial total. Propósito cruel que incluyó nuevas amenazas, posteriores al doble homicidio.
Conocedores del caso reclaman que los perpetradores actuaron con excesiva tranquilidad, quizás con cierta certeza de impunidad. Es necesario que las autoridades de todo orden envíen un mensaje claro a quienes en Bosa y otros lugares de la ciudad y el país pretenden condenar a los jóvenes a un único destino.
Es alentador saber que uno de los presuntos sicarios ya fue capturado. Y aquí, como en cada caso de homicidio de líderes sociales, se necesita justicia, pero también verdad y, ante todo, certeza de no repetición.