Contrariamente a lo que se piensa, la red social Twitter –hoy, infelizmente, llamada X– me ha servido para mucho más que recibir insultos.
Durante ya varios años de permanencia en esa red, he podido cultivar una red de afectos que, en algunas ocasionas, ha trascendido la virtualidad y se ha convertido en algo tangible. Esto se evidenció, por ejemplo, durante mis viajes a Cali, Medellín y Manizales para presentar mi libro: Colombia: una herida que no cierra.
En Cali, como escribí hace más de un mes, presenté mi libro en Oromo Café Librería y, además, me encontré con un grupo de empresarios dispuestos a escuchar, sin prejuicios, mis reflexiones sobre el conflicto y los procesos de paz. Agradezco a mi amiga Ivonne y su compañero Milton, quienes me mostraron la ciudad y me explicaron por qué fue Cali el epicentro del Paro Nacional de 2021: ese gran “estallido epistémico”, como lo describe la abogada y antropóloga Alejandra Azuero Quijano en su más reciente libro, El paro como teoría.
En Medellín, el activista ambiental Carlos Cadena y la artista Carolina Daza me abrieron, de manera generosa, las puertas de su casa, un oasis de vegetación y tranquilidad en medio de la ciudad. Comprometidos con el cuidado ambiental, crearon Humanese, un lugar donde las artes y la ecología se interconectan.
A través de Carlos conocí a Simón Murillo y a su madre, Patricia Melo, fundadores de Exlibris, la clásica librería del barrio Carlos E. Restrepo. Allí presenté mi libro en compañía del profesor Max Yuri Gil y un cálido grupo de asistentes. Carlos también me presento a Daniel Suárez Montoya, quien me invitó a presentar mi libro en la biblioteca de la Casa Museo Otraparte, la emblemática casa del escritor y filósofo de Envigado, Fernando González.
En Manizales me recibieron amorosamente Valentina Escobar y sus amigas feministas. Valentina, abogada y profesora de la Universidad de Caldas, me abrió las puertas de esa universidad y me permitió presentar mi libro frente a un auditorio lleno de estudiantes. Gracias a Tomás Rubio, dueño de la librería Libélula Libros, y al gestor cultural Federico Zapata, dueño de Bestiario Galería Creativa, pude presentar mi libro en este laboratorio y labirinto creativo de la mano del gran librero y sociólogo William Ospina Mejía.
Cada una de estas personas se tomó el tiempo de leer mi libro y de comentarlo con tanto cuidado y cariño que muchas veces quedé conmovida.
En todos estos espacios me hicieron sentir como en casa y cada nueva presentación ha sido para mí un (re)descubrimiento de mis propias palabras y de las variaciones regionales de la guerra colombiana.
Por esto agradezco a Juan David Correa, editor de mi libro, sin duda su renuncia ha sido una gran pérdida para Planeta; a Marco González, librero y jefe de producto de Planeta; a Zoraya Peñuela, jefe de prensa de Planeta; al profesor Gonzalo Sánchez, quien presentó mi libro en la Feria del Libro; a la periodista Patricia Lara y a la librería Tornamesa; a Ángela María Robledo y a Garabato Libros; a Jennifer Cardona y a Tinto Experiencia de Paz, un espacio cultural creado por Farid Sánchez, firmante del Acuerdo de Paz; a la médica y defensora de paz Gloria Arias y a El Callejón Librería; a la periodista María Cuestas y a la Verbena; a la profesora Esperanza Hernández Delgado y a la Universidad de La Salle; a la profesora Angelika Rettberg y a la Tienda Uniandes; a Daniel Albarracín y Karen Arteaga, de Rodeemos el Diálogo; a María Emma Wills, quien hizo una estupenda presentación en la librería Woolf, una librería que reivindica las voces de las mujeres y su papel en la escritura.
Cada una de estas personas se tomó el tiempo de leer mi libro y de comentarlo con tanto cuidado y cariño que muchas veces quedé conmovida. Un agradecimiento muy especial a todas ellas y a los libreros y libreras que hacen posible que el amor por los libros y el conocimiento se siga expandiendo.
SARA TUFANO