Le llaman "consentimiento del perdedor". Es una premisa fundamental de la democracia: aceptar la derrota en las urnas.
Lo contrario deslegitima el sistema y conduce, en situaciones extremas, a la violencia. Por supuesto que ello asume que el proceso electoral ha estado rodeado de garantías para los partidos en disputa, que las cifras son ciertas, y que, en caso de resultados controvertibles, existen instituciones confiables para resolver los conflictos.
Kamala Harris, la candidata presidencial por el Partido Demócrata en los Estados Unidos, aceptó públicamente su derrota el día después de las elecciones. Horas antes había llamado a su contrincante, Donald Trump, para felicitarlo por su victoria. También lo hizo el presidente Joe Biden, quien recibió a Trump esta semana en la Casa Blanca para dar inicio al cambio de guardia.
Vale la pena leer o escuchar el discurso de Harris en la Universidad de Howard, donde aceptó la derrota. Fue un discurso breve, emotivo, elegante, y con un mensaje aleccionador para el futuro de las democracias.
"Debemos aceptar el resultado de estas elecciones", expresó Harris pronto en su discurso. E hizo públicas sus felicitaciones a Trump, además de ofrecerle ayuda (como actual vicepresidenta) en las tareas de la transmisión de mando, y su compromiso con la "transferencia pacífica del poder".
Ante un auditorio universitario, apartes del texto de Harris resonaban en salones de clase sobre política: "un principio fundamental de la democracia americana es que cuando perdemos una elección, aceptamos sus resultados". Eso es lo que "distingue a las democracias de tiranías o monarquías".
Trump, se sabe, no aceptó la derrota electoral en 2020. ¿Cómo se comportará esta vez como ganador? Saber ganar y saber perder son ambos principios fundamentales en toda democracia.
Aceptar la derrota, aclaró Harris paso seguido, no es claudicar, ni abandonar la causa de su campaña. Las luchas democráticas exigen paciencia. Y cerró su discurso con palabras de esperanza.
Es claro que Harris no tenía razones para dudar de los resultados. El triunfo de Trump fue contundente: tanto en el Colegio Electoral como en el voto popular. Los republicanos dominan las dos cámaras del Congreso. El curso elemental de historia de la democracia iba dirigido a Trump y sus fanáticos seguidores.
La foto de Trump con Biden en la Casa Blanca en días pasados está llena de ironía. Trump todavía no ha aceptado su derrota en las elecciones de hace cuatro años –aunque al reunirse con Biden ha reconocido su autoridad presidencial–. Las imágenes de las tomas del Capitolio por las turbas trumpistas, en enero de 2021, siguen bastante frescas en la memoria colectiva. Su campaña estuvo acompañada de repetidas acusaciones anticipadas de fraudes en su contra, y de mensajes deslegitimadores de las instituciones electorales estadounidenses.
Entre los estudiosos de las consolidaciones democráticas, el "consentimiento del perdedor" ha recibido más atención que el "comportamiento del ganador". Sin embargo, el auge de las recientes "erosiones democráticas" en muchas partes del mundo exige cambios de foco. (Véase el artículo en American Journal of Political Science, 01/2022, reseñado en esta columna).
El fenómeno de personas que llegan al poder por medios democráticos y luego se dedican a minar la democracia con fines tiránicos no es novedoso. Pero tal parece ser hoy el mecanismo más común para la entronización de los “nuevos déspotas”. Tras sus triunfos electorales, la emprenden contra la prensa, debilitan los mecanismos de control y concentran poder para perpetuarse con los suyos en el mando.
Trump, se sabe, no aceptó la derrota electoral en 2020. ¿Cómo se comportará esta vez como ganador? Saber ganar y saber perder son ambos principios fundamentales en toda democracia.